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Revisamos la celebérrima Introducción a la sabiduría de Juan Luis Vives, una obra canónica que supone, por una parte, un tratado de moral práctica, y, por la otra, “algo así como uno de aquellos libros de civilidad pueril que tanto se imprimieron durante el siglo XVI” (Fray Juan Alventosa, O. F. M.).  

Inequívoco precedente del balmesiano El criterio, la Introductio ad Sapientiam del filósofo, pedagogo y humanista español Juan Luis Vives (1492-1540) data del año 1524 y puede considerarse una de las mejores guías para formar al educando en el ejercicio de la virtud, encaminado a la codiciada conquista de la Sabiduría.

Texto de rabiosa actualidad, su lectura aclara la mente y libra al sujeto posmoderno de mezquinos prejuicios sembrados por los enemigos de la Catolicidad. La tesis general de Vives, por otra parte, es preclara: consiste la verdadera sabiduría en juzgar rectamente de las cosas, concibiéndolas tales cuales son en realidad; lección magistral de ecuanimidad en unos tiempos de relativismo vacío.

Ante el injustificado olvido que desde hace décadas padece esta obra maestra, hemos seleccionado, como botón de muestra, algunos de sus pasajes –tomando la modélica traducción del original latino a cargo de Fray Juan Alventosa, O. F. M. (1930)–:

 

“193. No transcurra día para ti, en el cual no leyeres, oyeres o escribieres algo, que acreciente el saber, el juicio o la virtud.

Al irte a acostar lee u oye cosa que merezca ser confiada a la memoria, y de la cual te sea saludable y grato soñar durmiendo; a fin de que, aun en las sombras nocturnas, aprendas y te haga mejor.
Mientras vivas no pongas fin al estudio de la sabiduría; con la vida habrá de terminar. En estas tres cosas debe meditar el hombre, siempre, durante su vida: En saber bien, en decir bien y en hacer bien.
Aparta del estudio toda presunción, porque todo cuanto sabe el más docto de los hombres es no nada en comparación de lo que ignora; poco, obscuro e incierto es todo cuanto los hombres saben; y a nuestras inteligencias, presas en esta cárcel del cuerpo, las oprimen densísimas tinieblas e ignorancia suma; y tenemos tan embotado el ingenio que no penetramos siquiera en la corteza de las cosas.
Tal presunción es muy nociva para el aprovechamiento de los estudios. Pues muchos hubieran llegado a ser sabios si no juzgaran que ya lo eran.
También se ha de evitar la porfía, la emulación, la murmuración y el deseo de vana gloria, pues para esto nos damos al estudio, para huir de tales vicios.
Nada más sabroso que el saber muchas cosas; nada más fructuoso que el conocimiento de la virtud.
Los estudios fomentan la alegría, mitigan la tristeza, refrenan los temerarios ímpetus de la juventud y alivian la molesta pesadez de la vejez. En casa y fuera de ella, en público como en privado, solo como acompañado, en la ociosidad como en la ocupación, ellos os acompañan, están presentes; todavía más: os guían, os sirven y os ayudan.
La sabiduría es el verdadero pasto del alma; y sería indigno que el alma sufriera hambre mientras el cuerpo recibe alimento. De ella brotan deleites y placeres, sólidos y duraderos; los cuales, unos de otros van naciendo y renovándose, de manera que jamás nos dejan ni cansan.”

 

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         Un gran libro de un eximio humanista cristiano, indispensable en toda biblioteca que se precie de serlo.

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