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Cristóbal Colón -que era catalán como todo el mundo sabe gracias al trabajo sesudo del pseudohistoriador Jordi Bilbeny- no sólo descubrió América para mayor gloria de Cataluña, sino que su descendencia fue tan importante como él. En concreto su segundo hijo llamado Hernando. En realidad, como asegura Bilbeny, la historia hecha por los castellanos “ha arrancado la historia a los catalanes”.

Resulta ser que Hernando Colón, bibliógrafo y cosmógrafo, que acompañó a su padre en su cuarto viaje y a su hermano Diego, nacido en Córdoba en el 1488 y muerto en Sevilla en el 1539 se llamaba realmente Erasmo de Roterdam (1466-1536), uno de los más grandes eruditos del Renacimiento nórdico.

Anualmente, en el mes de agosto, en la Iglesia de San Pedro de Pals (Gerona) se celebra una bendición y ofrenda floral a la Virgen, por el retorno del almirante Colón. Porque esta es otra. Las embarcaciones que descubrieron el Nuevo Mundo no partieron de Palos de la Frontera (Huelva), sino de Pals. Esto para Bilbeny es lógico. Si era catalán, ¿por qué zarpar desde Andalucía? El cambio de un puerto por otro también es culpa de la “castellanización”.

Y como uno siempre tiene que estar a bien con el pagano -aquel que aprueba las subvenciones de los chiringuitos independentistas- se rizó el rizo. Aquel Hernando Colón, que en realidad era Erasmo de Roterdam, era antepasado directo de Artur Mas.

Miguel de Cervantes Saavedra, autor de Don Quijote de la Mancha, sabemos que formó parte de los tercios españoles, perdiendo la movilidad de una mano. Aún así y habiendo nacido en Madrid, en el 1547, escribió su obra más significativa en catalán. Posteriormente “los castellanos” la tradujeron e hicieron desaparecer el original en catalán. Lo mismo ocurrió con su nombre. En realidad se llamaba Joan Miquel Servet. Como que tenía problemas con el fisco lo persiguió la inquisición. Huyó a Inglaterra. Ahí, para que nadie pudiera descubrirlo, decidió cambiarse de nombre. Desde entonces se le conoció como William Shakespeare, que también se dedicó a la literatura.

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La castellanización, para hacer desaparecer la cultura catalana, también provocó que desapareciera el nombre de un autor. Nos referimos a Joan Timoneda escribió El Lazarillo de Tormes y La Celestina.

Lo mismo ocurre con ilustres nombres catalanes que se castellanizaron para convertirlos en figuras importantes de la historia de España. El catalán Ferrán Cortés pasó a ser Hernán Cortés. Francisco de Pizarro se llamaba Francesc de Pinós de Sol i Carrós. Diego de Almagro era Jaume d’Aragó-Dalmau. Américo Vespuncio era Aymerich Despuig. La castellanización hizo que hoy en día conozcamos a Santa Teresa de Jesús, que según el independentismo catalán, no existió nunca. En realidad se llamaba Teresa Enríquez de Cardona y era abadesa del Monasterio de Pedralbes en Barcelona.

Leonardo Da vinci se inspiró en Cataluña para pintar La Gioconda. Las montanas que se ven detrás de la figura principal es Montserrat.

Todas estas historias se las han inventado Víctor Cucurull, Jordi Bilbeny y Pep Moyalas, entre otros, que forman parte del subvencionado Institut Nova Història. La locura independentista no tiene límite ni freno.

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César Alcalá
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