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Hoy hace 44 años que las Cortes Franquistas aprobaron la ley para la reforma política que daba carpetazo al régimen emanado del 18 de julio de 1939. Fue el «harakiri» de las Cortes Franquistas y el inicio de la Transición. Pero con el recuerdo de aquel acontecimiento histórico creo, como he escrito tantas veces a lo largo de estos años, que hay que desmontar el mito Suárez. Porque aquella Reforma Política que lo cambió todo, solo tuvo un nombre propio: Torcuato Fernández Miranda. La Transición de la Dictadura a la Democracia solo pudo ser posible gracias al «invento» del profesor y mentor del Rey Juan Carlos desde la Ley a la Ley a través de la Ley.
El año pasado por estas fechas escribí lo que hoy reproduzco:
Desde el respeto al Rey Juan Carlos, ya fuera de combate por su abdicación y sus corrupciones, y a Don Adolfo Suárez, el que fuera Presidente del Gobierno, por su triste y desgraciado final humano y familiar, inicio este «recuerdo especial» con un único objetivo: concretar que la Transición modélica que se hizo para pasar de la Dictadura a la Democracia sólo fue posible gracias a la presencia de Don Torcuato Fernández Miranda, ya que el Rey se limitó a seguir las pautas que le fue marcando su mentor, el profesor asturiano, incluso mucho antes de la muerte del Dictador, y el Señor Suárez fue un simple colaborador necesario, y aunque sea duro decirlo, una simple marioneta. Es verdad que ambos interpretaron sus papeles con acierto (no siempre, por supuesto), como lo es que «allí» además de ellos había, hubo, otros grandes cerebros (políticos, jurídicos, intelectuales, militares, económicos), pero ¿habría podido hacerse la Transición como se hizo si no hubiese estado, y en plenas facultades mentales, el catedrático Fernández Miranda? ¿se habría podido pasar desde la ley a la ley a través de la ley si él no se inventa y le pone sobre la mesa el borrador de la Ley para la Reforma Política al Presidente Suárez?… (y es más ¿habría llegado a ser Presidente del Gobierno «Don Adolfo» si el profesor del Rey no se lo «impone» al alumno real? ¿o, incluso, habría ido en la Terna propuesta por el Consejo del Reino si «Don Torcuato» no se trabaja a los Consejeros?) … ¿Le habría dado luz verde a la Ley que lo iba a cambiar todo el Consejo Nacional del Movimiento si «allí» no está, tras las bambalinas, como los Directores en el teatro, el sibilino Fernández Miranda moviendo los hilos y a las marionetas? y ¿Se habrían hecho el «harakiri» las Cortes franquistas si no está en la Presidencia el maestro de las «trampas saduceas»?… y por último ¿y quién eligió a los insignes «abogados defensores» que tuvo la Ley para salvar todas las rocas del «bunker» en la Tribuna de oradores durante los durísimos debates del trámite parlamentario? (en especial Suárez el «Bueno», el que fuera gran Ministro de Trabajo, y Miguel Primo de Rivera, el «sobrinísimo» de José Antonio) …
Pero, todavía habría que hacerse otras preguntas antes y de un tiempo atrás, concretamente desde 1969 cuando es nombrado Ministro Secretario General del Movimiento y Consejero y Profesor del Príncipe Juan Carlos, ya designado por Franco «sucesor» a Título de Rey, hasta que se hace (sí, él mismo se hizo) Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, oficialmente el día 6 de diciembre de 1975 y antes de ser oficial, casi el mismo día que Juan Carlos es proclamado y coronado Rey, el 22 de noviembre, inmediatamente después de la muerte del Caudillo. Porque una cosa se sabía ya por boca del propio Almirante Carrero Blanco, antes de morir, claro, cuando siendo Don Torcuato su Vicepresidente, un día le dijo.
– Miranda (así le llamaba Franco también), no sé qué le da usted al Caudillo, pero de un tiempo a esta parte le hable del tema que le hable siempre me hace la misma pregunta… ¿Y de esto qué opina Miranda?
Y traigo a colación esta verídica anécdota para no tener que «demostrar» la influencia que tuvo el asturiano en los pasos que dio el Príncipe para ganarse por completo al Generalísimo en aquellos 5 años.
Pero, como no quiero remontarme tanto voy a arrancar este «Recuerdo» en el momento justo que Juan Carlos, ya Rey, le ofrece la Presidencia del Gobierno y él la rechaza con estas palabras:
«Majestad, el animal político que llevo dentro me pide la Presidencia del Gobierno, pero creo que le seré más útil desde la Presidencia de las Cortes».
– ¿Y esto por qué? –le pregunté el primer día que hablamos de su nombramiento.
– Pues, porque lo tenía todo muy pensado desde que me llevé el chasco de la Presidencia cuando al morir el Almirante la ocupé interinamente aquellos 11 días de 1973…La verdad es que para mí fue una sorpresa y hasta una humillación que eligiera a Arias… No, no lo esperaba…y pasé dos años muy malos, incluso económicamente… Pero, como dice el refrán (y también lo utilizó Franco cuando lo de Carrero) no hay mal que por bien no venga, yo aproveché mis horas del Banco, donde me alojaron, para estudiar el futuro. ¿Qué iba a pasar cuando desapareciera Franco? ¿cómo íbamos a salir de la Dictadura sin enfrentamientos entre las dos Españas que ya estaban otra vez en la palestra?, me preguntaba una y otra vez y una vez y otra leía las Leyes Fundamentales y repasaba los discursos de Franco y procuraba informarme de los objetivos de la Oposición y hablaba, hablaba con mucha gente… También con el Príncipe, ya Sucesor oficial… «Torcuato -me dijo un día en nuestras conversaciones «políticas»- yo sólo te pediré una cosa: que me hagas de la Monarquía franquista una Monarquía democrática, al estilo de las que hay en Europa». Sí, eso en teoría era muy bonito, pero ¿cómo derogar las Leyes Fundamentales de Franco y desmontar el Régimen nacido de la victoria del 39 sin otra guerra civil? Y muy pronto llegué a la conclusión de que lo que hubiera que hacer había que hacerlo en las Cortes… ¿Entiendes? ¿Entiendes por qué elegí la Presidencia de las Cortes y no la del Gobierno?
– ¿Y el Rey? ¿Lo entendió el Rey?
– No, el Rey en aquellos momentos no lo entendió, lo entendería mucho después, porque él no conocía las «triquiñuelas» legales de la Administración española ni los «recovecos» jurídicos-judiciales, ni las «pillerías» parlamentarias.
– ¿Y lo de Suárez Presidente?.
– No, de Suárez entonces ni se habló, eso vino después. Lo que sí tuvimos claro entonces es que si yo iba a las Cortes para el Gobierno teníamos que buscar un tipo muy especial, alguien que viniese del Régimen, pero que no fuese un radical de los Principios, un hombre dúctil para aceptar de buena gana las instrucciones que se le dieran, ambicioso y sin cuarteles de invierno y al mismo tiempo un buen actor y buen relaciones públicas, simpático, popular, conversador fácil…que hoy prometiera una cosa y mañana otra (esto me recordó la promesa a los generales de 1976).
—- ¿Y por qué se dice que la Transición fue un milagro?
— Tanto como un milagro, no, pero si fueron muchas las barreras que hubo que saltar y las difíciles decisiones que hubo que tomar…Pero, comencemos por el principio. Con Franco todavía vivo. Durante los días que el Príncipe fue Jefe del Estado interino. En secreto absoluto nos reuníamos en la Zarzuela, al atardecer, el Marqués de Mondéjar, el Jefe de la Casa Real, y yo con Don Juan Carlos, pues al Príncipe, había cosas que quería concretar, le preocupaba, de cara al futuro,. el Juramento que iba a tener que hacer el día de la proclamación ante las Cortes. «Torcuato — me decía — no quiero que nadie pueda llamarme traidor si juro lealtad a los Principios del Movimiento y luego los derogamos»… Y tenía razón. Por ello, incluso llegamos a plantearnos, si no sería mejor iniciar nosotros la «Ruptura» con el Régimen de Franco (no la «Ruptura» de la Oposición), por supuesto una ruptura controlada… O sea, el Príncipe, inmediatamente de la muerte del Caudillo presentaba su Renuncia a la herencia de la Ley de Sucesión ante el Consejo de Regencia, y quedaba a disposición de la Nación. Naturalmente, eso conllevaba el cese del Gobierno y el nombramiento de un Gobierno Provisional, con la única misión de convocar elecciones generales para Cortes Constituyentes, un Referéndum, una nueva Constitución … y ¡Dios! una vorágine de mucho e incierto peligro. Así que los tres desechamos esa vía y nos centramos en la vía de la Ley franquista… «Sí, pero eso quiere decir que yo seré, como dice Carrillo, el Rey de Franco»… «¿Y qué, Alteza? –le respondí más de una vez — de momento todos somos de Franco, España entera lo es… Pero, eso pasará pronto, dentro de un año, no más, Franco será Historia»…
— ¿ Y Suárez? — perdona que insista, Torcuato.
— Bueno, pues sí, ya por esos días «revoleteaba» en mi cabeza, no en la del Rey. Adolfo, que por esos meses estaba como olvidado en la Empresa Nacional de Turismo, venía muchos días a verme al Banco y hablábamos de todo. Sí, me doraba la píldora hablándome del futuro que me esperaba en cuanto el Príncipe fuera Rey y ¡cómo no! de la maravilla que iba a ser Juan Carlos como Rey. El hecho es que en cuanto murió el Caudillo y Juan Carlos fue proclamado (con el dichoso Juramento incluido) y Arias fue «casi obligado» a formar un nuevo Gobierno yo, ya como Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, me fui a verle y le sugerí que incluyese como Ministros a Fraga, Areilza y Garrigues, los nombres que SM me había aceptado… y por mi cuenta yo le propuse que nombrase a Adolfo Secretario General del Movimiento, por ser un hombre fiel del Régimen y haber sido Vicesecretario con Herrero… Y no me preguntes cómo se me ocurrió tal cosa… En mi cabeza ya estaba lo que estaba y quería probarle y que se entrenara. Así fue Ministro el Sr. Suárez.
(Y yo añado: el chico de Cebreros que sacó de la nada el brillante Herrero Tejedor, el compañero de Tenis del poderoso López Rodó, el vecino de veraneo del Almirante Carrero, el caballero de las flores para Doña Carmen y el «plaudímetro» de Don Torcuato y la alfombra de Sus Majestades… ¡ un lince!)
Y así nació, creció y se desarrolló la«Ley para la Reforma Política».
«Don Torcuato» aprovechó las vacaciones del verano y se encerró en su casa de la Sierra con una obsesión en su mente: cortar el nudo gordiano de Alejandro, o sea desatar lo que Franco había dejado atado y bien atado…pero, por más que repasaba las Leyes Fundamentales, la Ley de Sucesión, los Discursos de «Su Excelencia» la luz no llegaba, ni le llegaba a los otros cerebros a los que se había encomendado el Presidente Suárez: el profesor Ollero, el «sabelotodo» Fraga, el gran jurista Garrigues, ni el Vicepresidente Osorio… todos tenían ideas, todos querían hacer la tortilla, pero ninguno daba con la tecla para hacer la tortilla sin huevos, es decir cambiar de Régimen con las leyes del Régimen, darle carpetazo a la Dictadura sin que los «Poderes fácticos» se opusieran y la Oposición aceptara… Y el pobre Suárez se desesperaba, entre la espada y la pared, entre los impacientes Felipe y Carrillo, socialistas y comunistas, que todavía estaban por la «Ruptura» y los generales de Franco…
Hasta que un día la «Santiña» bajó de Covadonga y lo iluminó.
El «milagro» sólo puede hacerse yendo «Desde la Ley a la Ley a través de la Ley», sólo así podía cortarse el nudo gordiano de Franco.
Haciendo una nueva Ley Fundamental siguiendo la pauta marcada por el legislador (proyecto de ley, aprobado y presentado por el Gobierno, debate no vinculante en el Consejo del Movimiento, debate decisivo en las Cortes, Referéndum nacional y sanción del Rey) que refrendada por el pueblo derogue todas, absolutamente todas, las leyes en vigor.
Y tal cual Moisés bajando del Sinaí con las Tablas de la Ley en sus manos el profesor Miranda bajó de la Sierra con la «Ley para la Reforma Política» en las suyas y se la entregó al protegido Suárez, quien al leer los dos escasos folios que cantaban el milagro sólo supo decir:
– Joder, Torcuato, esto es el huevo de Colón, ¡eres un genio!
A lo que el humilde, sibilino, saduceo, catedrático de la Universidad de Madrid respondió:
– No, Adolfo, no soy un genio, soy un humilde profesor de Derecho Político que se conoce su asignatura. Así que ponte manos a la obra y vamos a salir del atolladero en el que estamos metidos.
– Faltaría más –respondió el alumno que veía su propia salvación al alcance de la mano.
– Ah, y no olvides que esto no tiene padre.
Y, a pesar de este hecho, el «chico de Cebreros» supo pasar a la Historia como el padre de la Reforma y el «dios» de la Transición. Pero, leamos primero, antes de seguir, la Ley Torcuato:
«Remitido a consulta de la Nación y ratificado por mayoría de votos en el referéndum celebrado el día quince de diciembre de mil novecientos setenta y seis el Proyecto de Ley para la Reforma Política, de rango Fundamental, que había sido aprobado por las Cortes en sesión plenaria del dieciocho de noviembre de mil novecientos setenta y seis,
DISPONGO:
Artículo primero
Uno. La democracia, en el Estado español, se basa en la supremacía de la Ley, expresión de la voluntad soberana del pueblo.
Los derechos fundamentales de la persona son inviolables y vinculan a todos los órganos del Estado.
Dos. La potestad de elaborar y aprobar las leyes reside en las Cortes. El Rey sanciona y promulga las leyes.
Artículo segundo
Uno. Las Cortes se componen del Congreso de los Diputados y del Senado.
Dos. Los Diputados del Congreso serán elegidos por sufragio universal, directo y secreto de los españoles mayores de edad.
Tres. Los Senadores serán elegidos en representación de las Entidades territoriales. El Rey podrá designar para cada legislatura Senadores en número no superior a la quinta parte del de los elegidos.
Cuatro. La duración del mandato de Diputados y Senadores será de cuatro años.
Cinco. El Congreso y el Senado establecerán sus propios Reglamentos y elegirán sus respectivos Presidentes.
Seis. El Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino será nombrado por el Rey.
Artículo tercero
Uno. La iniciativa de reforma constitucional corresponderá:
a) Al Gobierno.
b) Al Congreso de los Diputados.
Dos. Cualquier reforma constitucional requerirá la aprobación por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso y del Senado. El Senado deliberará sobre el texto previamente aprobado por el Congreso, y si éste no fuera aceptado en sus términos, las discrepancias se someterán a una Comisión Mixta, bajo la presidencia de quien ostentara la de las Cortes y de la que formarán parte los Presidentes del Congreso y del Senado, cuatro Diputados y cuatro Senadores, elegidos por las respectivas Cámaras. Si esta Comisión no llegara a un acuerdo o los términos del mismo no merecieran la aprobación de una y otra Cámara, la decisión se adoptará por mayoría absoluta de los componentes de las Cortes en reunión conjunta de ambas Cámaras.
Tres. El Rey, antes de sancionar una Ley de Reforma Constitucional, deberá someter el Proyecto a referéndum de la Nación.
Artículo cuarto
En la tramitación de los Proyectos de Ley ordinaria, el Senado deliberará sobre el texto previamente aprobado por el Congreso. En caso de que éste no fuera aceptado en sus términos, las discrepancias se someterán a una Comisión Mixta, compuesta de la misma forma que se establece en el artículo anterior.
Si esta Comisión no llegara a un acuerdo o los términos del mismo no merecieran la aprobación, por mayoría simple, de una y otra Cámara, el Gobierno podrá pedir al Congreso de los Diputados que resuelva definitivamente por mayoría absoluta de sus miembros.
Artículo quinto
El Rey podrá someter directamente al pueblo una opción política de interés nacional, sea o no de carácter constitucional, para que decida mediante referéndum, cuyos resultados se impondrán a todos los órganos del Estado.
Si el objeto de la consulta se refiriera a materia de competencia de las Cortes y éstas no tomarán la decisión correspondiente de acuerdo con el resultado del referéndum, quedarán disueltas, procediéndose a la convocatoria de nuevas elecciones.
DISPOSICIONES TRANSITORIAS
Primera
El Gobierno regulará las primeras elecciones a Cortes para constituir un Congreso de 350 diputados y elegir 207 senadores a razón de cuatro por provincia y uno más por cada provincia insular, dos por Ceuta y dos por Melilla. Los Senadores serán elegidos por sufragio universal, directo y secreto, de los españoles mayores de edad que residan en el respectivo territorio.
Las elecciones al Congreso se inspirarán en criterios de representación proporcional, conforme a las siguientes bases:
Primera. Se aplicarán dispositivos correctores para evitar fragmentaciones inconvenientes de la Cámara, a cuyo efecto se fijarán porcentajes mínimos de sufragios para acceder al Congreso.
Segunda. La circunscripción electoral será la provincia, fijándose un número mínimo inicial de Diputados para cada una de ellas.
Las elecciones al Senado se inspirarán en criterios de escrutinio mayoritario.
Segunda
Una vez constituidas las nuevas Cortes:
Uno. Una Comisión compuesta por los Presidentes de las Cortes, del Congreso de los Diputados y del Senado, por cuatro diputados elegidos por el Congreso y por cuatro Senadores elegidos por el Senado, asumirá las funciones que el artículo 13 de la Ley de Cortes encomienda a la Comisión que en él se menciona.
Dos. Cada Cámara constituirá una Comisión que asuma las demás funciones encomendadas a la Comisión prevista en el artículo 12 de la Ley de Cortes.
Tres. Cada Cámara elegirá de entre sus miembros cinco Consejeros del Reino para cubrir las vacantes producidas por el cese de los actuales Consejeros electivos.
Tercera
Desde la constitución de las nuevas Cortes y hasta que cada Cámara establezca su propio Reglamento, se regirán por el de las actuales Cortes en lo que no esté en contradicción con la presente Ley, sin perjuicio de la facultad de acordar, de un modo inmediato, las modificaciones parciales que resulten necesarias o se estimen convenientes.
DISPOSICIÓN FINAL
La presente Ley tendrá rango de Ley Fundamental.
Dada en Madrid a cuatro de enero de mil novecientos setenta y siete.
JUAN CARLOS
El Presidente de las Cortes Españolas,
TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA Y HEVIA»
El proyecto fue aprobado en Consejo de Ministros el 10 de septiembre y ese mismo día lo presentó Don Adolfo por TVE con un discurso del que selecciono algunos párrafos (aunque no sin antes mencionar los recovecos de su intrahistoria, pues según supe después cuando Suárez fue a enseñárselo al Rey SM antes incluso de terminar de leerlo ya le dijo: «Adolfo ¿lo ha leído Torcuato?. «No, Señor, pero le he adelantado lo que iba decir». «Pues, yo me quedaría más tranquilo si antes lo lee»…y, sumiso y ceremonioso como estaba entonces con los dos, el Rey y Torcuato, se fue a las Cortes a ensenarle lo que había escrito… y Don Torcuato, siendo como era y, tal vez, para que Don Adolfo no olvidara cuál era su papel en la obra, no sólo lo leyó sino que, en parte, lo modificó para casi hacerlo nuevo). Pero…volvamos a la Historia:
«Buenas noches — comenzó diciendo el Presidente Suárez ante las cámaras de Televisión y pomposo como un pavo Real–. Me presento ante todos ustedes para darles cuenta del proyecto de ley para la Reforma Política, para decirles, sencillamente cómo propone el Gobierno que sea nuestro futuro y para convocar al pueblo español a una tarea de protagonismo y solidaridad… A partir de hoy mismo, fecha en que el Consejo de Ministros ha acordado remitir al Consejo Nacional y, en su momento, a las Cortes el proyecto de ley para la Reforma Política, creemos haber llegado a la recta final de este proceso iniciado del modo más racional y congruente con la sinceridad democrática: dar la palabra al pueblo español… Reconocido en la declaración programática del Gobierno el principio de que LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE EN EL PUEBLO, hay que conseguir que el pueblo hable cuanto antes…»
Pero, no quedó ahí la aportación del Profesor, porque eso era solo el comienzo y quedaba un largo camino por recorrer. En primer lugar explicar y convencer a los líderes del «bunker», tarea que asumió el propio Miranda (su reunión con Girón en la calle Moreto de Madrid fue decisiva) y hubo que informar y «engañar» a los generales de Franco, tarea que le correspondió al ya Presidente Suárez (y que estuvo a punto de cortarle el camino a la Ley por su promesa jurada de no legalizar el PCE y luego legalizarlo casi a escondidas) Y a pesar de todo se llegó a la primera estación seria del viacrucis: el Consejo Nacional del Movimiento, la cueva del franquismo más radical y donde dominaban los monstruos sagrados de la Falange y el Movimiento… y, ciertamente, no fue tarea fácil doblegar a los centauros defensores del 18 de Julio, que se escudaron en los Juramentos a los Principios Fundamentales y la fidelidad al recuerdo de Franco…(«Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional») y a los que hubo que «conquistar» con más de una trampa «saducea» del Maestro asturiano (al final el proyecto se aprobó con 80 votos a favor, 13 en contra y 6 abstenciones) Y también fue él quien sugirió los posibles y mejores «abogados defensores», los que iban a dar la cara en la Tribuna del Congreso. O sea, Miguel Primo de Rivera (acierto pleno), Fernando Suárez González (más acierto), Belén Landaburu, Lorenzo Olarte y Noel Zapico.
425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones
Y llegó la hora de la verdad. El pleno de las Cortes para debatir, aprobar o rechazar el proyecto de Ley para la Reforma se inició exactamente a las 5 de la tarde (¿homenaje a Lorca?) del 16 de noviembre de 1976 y duró hasta las 21,30 de la noche del día 18, o sea horas antes de que se cumpliese el primer aniversario de la muerte del Caudillo (con lo cual se cumplía el vaticinio de un gran conocedor de las candilejas del viejo Régimen: «El día que muera Franco ESTO no dura ni un año»).
Al encenderse las luces en el escenario estaban: Torcuato Fernández Miranda, como Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, ex-Ministro Secretario General del Movimiento y ex-Vicepresidente del Gobierno con Franco. Adolfo Suárez González, Presidente del Gobierno y ex-Vicesecretario y Ministro Secretario General del Movimiento con Franco. Miguel Primo de Rivera, como miembro de la Ponencia y presentador del Proyecto, sobrino de José Antonio Primo de Rivera (fusilado por los «rojos» en 1936), niño mimado de Franco y compañero de estudios de Juan Carlos, el Rey de España. Fernando Suárez, Ponente Defensor, ex- Ministro de Trabajo con Arias y Franco… más Belén Landaburu, Ponente y única mujer presente, abogada de la Federación de Amas de Casa, secretaria del Consejo Nacional, senadora de designación Real y miembro destacado de la Sección Femenina. Noel Zapico, Ponente, sindicalista destacado y gran defensor de los Sindicatos Verticales de Franco, y Lorenzo Olarte, Ponente, Presidente del Gobierno de Canarias, diputado franquista y asesor de Adolfo Suárez.
O sea, un «equipo» imposible de ser acusados de antifranquistas o traidores por los radicales del «bunker»… y esa fue otra de las trampas saduceas de «Don Torcuato»…él sabía mejor que nadie cómo «convencerlos»…
Pero, vayamos a los debates. A los mil y uno discursos que hubo aquellos tres días históricos… y que por su extensión resumimos en tres bloques: el del NO, el del SÍ, PERO NO y el del SÍ.
Los argumentos del NO fueron: «Tres posibilidades se abren al desarrollo político de España: una evolución basada en la autenticidad perfeccionadora del sistema. La reforma política, con el propósito de introducir en la Constitución elementos nuevos, pero sin apartarse de los Principios fundamentales… y la Ruptura como repulsa al contenido ideológico del Régimen nacido el 18 de Julio y perfeccionado por Franco y los españoles. A la luz de estas ideas el proyecto de Ley que aquí se debate significa la Ruptura formal, frontal y absoluta. «Todo parecía estar atado y bien atado –dijo un procurador-. Atado con un nudo insalvable para los de fuera., pero no estaba ni podía estarlo, para los de casa, para los de dentro, para los de los juramentos y los compromisos, y estos, simplemente, impunemente, han desatado el nudo».
Los argumentos de los del SÍ, PERO NO pudieron sintetizarse en estas palabras de Don Cruz Martínez Esteruelas, que en ese momento representaba a la AP que estaba poniendo en marcha Don Manuel Fraga y que era el grupo más numeroso de la Cámara:
«El patriotismo no es monopolio de actitud alguna. Ni antipatriota es acepar el Proyecto ni antipatriótico es oponerse a él…Cuantas voces represento creen necesaria la Reforma, postulan la Reforma, estiman que es tiempo de reforma, conocen la necesidad de la generalización del sufragio y del pluralismo, consideran que es precisa la integración y la articulación de nuevas fuerzas en el sistema político, están, en sustancia, con la Reforma aquí propuesta y lo hacen sin los condicionamientos con que otros sectores políticos pretenden desde fuera de aquí coaccionar este momento político… Pero defendemos frente al sistema proporcional el sistema mayoritario, puesto que con el sistema mayoritario se hace política de Estado y de Gobierno, mientras que con la representación proporcional se hace política de Partido».
Y los argumentos de los del SÍ quedaron bien claros con los discursos del Ponente Defensor del proyecto, Don Fernando Suárez, del que recogemos estas palabras que puntualizan que la Ley de Principios es una Ley Fundamental más y por tanto puede derogarse como las demás (el enfrentamiento dialectico y jurídico con Blas Piñar quedó para la Historia Constitucional):
«Aun a riesgo de cansar a los señores procuradores, tengo necesariamente que entrar en la pormenorizada demostración de que la Ley de Principios del Movimiento Nacional tiene en nuestro ordenamiento el mismo rango que las demás Leyes Fundamentales y puede, consecuentemente, ser modificada e incluso derogada, por el mismo procedimiento que se establece para las demás. En primer lugar es la misma Ley la que se autocalifica como fundamental, y si estas Leyes Fundamentales pueden ser derogadas o modificadas es evidente que al calificar la Ley de Principios como Ley Fundamental se la está definiendo como Ley modificable. En segundo término, que la pretensión de que la Ley de Principios sea de rango superior a las restantes no está consignada en precepto alguno de nuestro ordenamiento, siendo, por el contrario reiteradísima la asimilación a ellas… y en tercer lugar, para consagrar debidamente el rango de superley fundamental a favor de la Ley de Principios hubiera sido preciso configurar el recurso de contrafuero…»
Y al cabo de aquella olimpiada de palabras, en contra y a favor, se aprobó la Ley para la Reforma Política con 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones.
¡Ay!, pero lo que la Historia no supo fue lo que en el máximo secreto tuvo que hacer «El Cerebro» Fernández Miranda durante esas noches para «aguar» el «Bunker» y que la votación fuera la que fue. Dos, al menos, de las gestiones «saduceas» que mantuvo el viejo zorro venido de las montañas y los valles del Caudillo astur Don Pelayo fueron: las entrevistas que mantuvo con Cruz Martínez Esteruelas y Girón de Velasco.
Con el primero se reunió la noche del 16, al finalizar la sesión de la tarde, en la cafetería del Hotel Nacional y por lo que me contó mucho después «Don Torcuato» la conversación fue así más o menos:
– Cruz ¿cómo lo ves?
– No lo sé, Torcuato, no lo sé. Hay mucha tensión…
– …Y muchos intereses ¿verdad?
– SÍ, también.
– Pues, ya sabes a donde vamos si no se aprueba la Reforma. Por Dios, Cruz, otra Guerra Civil, no.
– Sí, Torcuato, otra Guerra Civil ni pensarlo, pero olvidar aquella y devolverles a los vencidos la Victoria tampoco.
– Cruz, es que no se trata de eso. Se trata de convivir, también ellos son españoles… La Ley que proponemos puede ser no perder la PAZ que tenemos…
-… Y que nos dio Franco.
– Sí, sí…y que nos dio Franco, pero Franco ya no está.
– Mira, Torcuato, nosotros, y el primero Fraga, sabemos que la Ley tal como la has planteado (y ya ves que hablo en singular) tiene que salir adelante, porque es la única solución, pero no podemos aceptar el sistema proporcional que proponéis para las elecciones. Eso sería un desgobierno total… y ya sabemos adónde conducen los desgobiernos en España.
– Bueno, eso se puede arreglar. (y se arregló, porque al final no se aprobó el sistema mayoritario que proponía AP, pero sí un sistema proporcional corregido y eso le dio más de 200 votos al Proyect).
– La segunda se celebró en la calle Moreto, 8 de Madrid y como ya publiqué unas notas en uno de mis libros sobre lo que allí se habló me limito a reproducirlas:
«Esta tarde he sido testigo de una Reunión que puede ser histórica. Se ha celebrado en la calle Moreto, nº 8 de Madrid, justo detrás del Museo del Prado. Allí, en la primera planta, había tenido su Redacción el semanario «Servicio», siendo Antonio Izquierdo Director y yo Redactor-Jefe, Sobre las 8 se presentaron de incógnito, primero José Antonio Girón de Velasco y Dionisio Martín Sanz, (líderes político y sindical del franquismo) y luego Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez, Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, uno, y Presidente del Gobierno el otro. Tras los saludos de rigor nos salimos Izquierdo, la Secretaria y yo y se quedaron en el Despacho de Dirección los cuatro solos, pero como la separación era de cristal y madera pudimos seguir la conversación casi al pie de la letra. Además la secretaria, María Dolores, era una buena taquígrafa y lo recogió todo.
Habló primero Torcuato y a su estilo seco dijo dirigiéndose a Girón:
-José Antonio, he querido verte porque creo que ahora más que nunca España te necesita. Sé que no estás de acuerdo con lo que estamos haciendo y yo hasta lo entiendo, pero estarás de acuerdo conmigo en que muerto Franco, y ahora hace justo un año, no podía, no puede, seguir todo igual. España ha cambiado y los españoles de hoy, que muchos, muchísimos, han nacido después de la Guerra, ya sólo quieren que también nosotros olvidemos «aquello». Piensa, además, que muchos españoles en los últimos años han salido al extranjero y que han visto, por tanto, otros sistemas de gobernarse, y han visto la libertad de expresión, la libertad de manifestación, la libertad de opinión, la libertad sindical, la libertad cultural que hay, por ejemplo, en Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, Holanda, Bélgica, los Países Nórdicos y también los Estados Unidos y reclaman algo parecido. Pues eso es lo que pretendemos hacer, naturalmente, sin olvidar de dónde venimos. ¿Cómo podemos olvidar, nosotros que la vivimos, la tragedia del 36? Por eso, creo que tu apoyo es fundamental, pues a nadie se nos oculta que sigues siendo el más influyente del Régimen pasado.
– Mira, Torcuato, con la sinceridad que tú has hablado, y a corazón abierto, te voy a hablar yo, partiendo de que en muchas cosas de las que acabas de decir estoy de acuerdo. Sé que hay que reformar, aunque yo diría mejor adaptar, algunas de las cosas que hicimos e incluso anular otras. Pero si llegar a donde hemos llegado nos ha costado lo que tú sabes, tan bien como yo, no vamos a permitir que de la noche a la mañana se borre todo de un plumazo. Torcuato, y te lo digo como yo digo las cosas, vuestra Ley para la Reforma es darles España a los que ya están reclamando la «Ruptura» con el pasado y volver al 39. ¿O es que no te has dado cuenta que lo que quieren es transformar aquella derrota en victoria, una venganza en toda regla? Te aseguro, y sería una pena que os equivocaseis, que a esos señores a los que se les llena la boca con el Sistema de Libertades y la Democracia les regalaseis la España que, gracias al Generalísimo, vive en paz y es ya la novena potencia del mundo, a los primeros que borrarían del mapa sería a los que no piensen como ellos Yo no estoy dispuesto a regalar nada, como a nosotros no nos regalaron nada. Si quieren transformar la derrota en victoria que luchen por ella…
-Perdona, José Antonio, que te interrumpa… O sea, que volvamos otra vez a las trincheras, a Toledo, al Ebro, a Teruel, a Asturias, a Badajoz, y nos volvamos a matar. ¿Eso es lo que tú quieres?
-Mira, Torcuato, ¿cómo voy yo a querer otra guerra, sabiendo como lo sé, y tú también, lo que fue aquella? Pero, no les pongáis en las manos la «Ruptura».
– Pues no, por eso mismo hemos llegado hasta aquí. Porque frente a la «Ruptura» nosotros defendemos la Reforma. Una Reforma que, sin apartarse un ápice de la Ley, les de salida a esos miles o millones de jóvenes españoles que ya quieren una nueva España.
-¿Una nueva España, a la que vuelvan la Pasionaria, Carrillo y los Alberti? ¡Yo no estoy dispuesto a sentarme en los mismos asientos que se sienten los comunistas… Ahora bien, como tampoco estoy dispuesto a promover otra guerra, sólo te puedo decir una cosa, no cuentes con mi voto, pero tampoco con mi oposición. Si las Cortes franquistas quieren hacerse el «Harakiri» que se lo hagan. Pero, yo quiero morirme de acuerdo con mi conciencia.
En ese momento intervino Suárez y dijo:
– José Antonio, permíteme que te diga algo serio, porque creo que estás equivocado… sí, habrá Partidos Políticos, pero donde yo esté no habrá comunismo, y por tanto no habrá PCE. Hasta ahí no se llegaré…¡estate seguro!.
Y al final pasó lo que pasó. El resultado fue el que fue: 425 votos a favor; 59 en contra y 13 abstenciones.
Claro que por indicación de «Don Torcuato» defendieron la Ley para la Reforma Adolfo Suárez, un Ministro Secretario General del Movimiento; Miguel Primo de Rivera, un sobrino de José Antonio, el fundador de Falange, y Fernando Suárez, un Ministro de Franco.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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