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Recuerdo perfectamente las clases de Historia de España en el colegio y en el instituto de bachillerato. Las pocas veces que el profesor llegaba a la Guerra Civil española, los tópicos franquistas iban cayendo uno tras otro, envueltos en una narrativa infantiloide. Sólo el paso de los años, algunas buenas amistades y mis maestros del periodismo fueron ayudándome a deshacer esas trolas de consenso que, aún en mi primera juventud, todavía permanecían vigentes.
Y así, que «el 18 de julio fue un golpe militar fascista», resulta que era mentira. Que «la II República era una democracia modélica» era mentira. Que «Franco era un militar cruel, inculto y sanguinario, que disfrutaba matando» era evidentemente mentira. Que «España cayó en el atraso económico y la pobreza durante el franquismo» era por supuesto mentira. Que «Franco ganó la guerra gracias a Hitler» era una gran mentira. Que tras la Guerra Civil «Franco impuso una atroz dictadura totalitaria de tipo fascista, donde no había libertades» era una mentira absurda y obscena. Y así todo.
Solamente leyendo a Stanley Payne, a Luis Suárez, a José Maria Pemán, a Ricardo de la Cierva, Luis Togores o Jesús Palacios, a periodistas como Rafael García Serrano, Antonio Gibello, Julio Merino, Antonio Izquierdo, Jaime Campmany, etc., además de los archivos originales que pude cotejar durante el doctorado en Periodismo, fui viendo con claridad que la realidad de la Guerra Civil y del franquismo fue muy, muy distinta a lo que me trataron de inculcar en la enseñanza primaria y secundaria. Que no era una simple historia de «buenos y malos», sino un conflicto de causas profundas cuyas raíces provenían de al menos un siglo atrás.
La Ley de Memoria Democrática no hace sino consagrar por ley todas aquellas mentiras de consenso. Perpetuar un engaño colectivo que dura ya más de cuatro décadas. Obligar a los españoles a seguir creyendo en aquella versión maniquea y ridícula, pueril y absurda. Pero ahora además con una vuelta de tuerca dramática y terrible: con los asesinos de ETA como firmantes del libelo, velando ellos (los del tiro en la nuca, los de las bombas lapa) por la «pureza» del relato histórico.
Los que hoy defendemos la verdad histórica tenemos la obligación moral de no ceder al chantaje ni a las amenazas de esta banda de malhechores aupados al poder por medios ilegítimos. No podemos claudicar ni abandonar la lucha, ni por pereza, ni por cobardía, ni por conveniencia. Somos los últimos fedatarios de unos hechos que nos tendrían que haber unido en la desgracia para evitar que se repitiera, pero que por culpa del sectarismo atroz, la maldad intrínseca y el odio consustancial al marxismo, sigue siendo hoy la gran herida presente en el alma nacional.
No dejen que sus hijos sean unos parias en manos de esta gentuza indeseable. No permitan que sus mentiras contaminen los cerebros de las próximas generaciones. Luchen como hoy es posible hacerlo: en la calle, en las rrss, en los pocos medios de comunicación alternativos donde se da voz a la disidencia. Apoyen a editores independientes, como Álvaro Romero. Confíen en los columnistas de este periódico que dirige el sin par Eduardo García Serrano. No se rindan. Piensen en sus abuelos, que derrocharon su sangre y su vida para que hoy nosotros podamos contar aquella Cruzada de Liberación nacional que comenzó un 18 de julio.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.