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Porque la verdad viene determina por los hechos, y no de la explicación interesada de los mismos, pongamos nuevamente en valor la fecha del 18 de julio de 1936, que cambió el curso de una España a la deriva.
La primera afirmación que hay que hacer, es que la reacción que se produce el día 18 de julio de 1936 no fue una decisión precipitada, y mucho menos la actitud castrense que había caracterizado nuestro siglo XIX. Antes bien, fue una reacción de legítima defensa que se estructura, planifica y proyecta como un golpe de Estado para cambiar el rumbo de un régimen, la Segunda República, que había precipitaba a España a una situación de desorden y división sin ánimo de rectificar, y que desde el fraudulento triunfo electoral del Frente Popular (socialistas, comunistas, republicanos radicales y anarquistas) en las elecciones de febrero de 1936, llevaba a España hacia el estado comunista. Documentación hay más que de sobra.
Entronizada de forma absolutamente ilegal, el 14 de abril de 1931, la II República fue desde el primer minuto de su existencia un fiasco. Al espíritu sectario y belicoso de sus máximos dirigentes que hizo imposible cualquier acuerdo con la oposición, se le unió la acción revolucionaria de las fuerzas marxistas, y muy principalmente el PSOE dirigido por Largo Caballero, el llamado “Lenin español”, cuya consecuencia fue el sin fin de irregularidades que el nuevo régimen cometió, hasta terminar en el crimen de Estado. Así, a los problemas pretéritos que no solucionó, unió un cúmulo de problema, a cuál más grave.
Lastrados por un sinfín de problemas sociales, en un clima de odio y violencia que se traducía en confrontaciones y asesinatos a diario en las calles, y sin ánimo de imponer el orden y la moderación que tan necesario era en la vida social de aquella España. El día 17 de julio, al amanecer, en Villa Cisneros (África española), el comandante Don Joaquín Ríos, al frente del tercer Tabor del grupo de Regulares Indígenas de Alhucemas núm. 5, inicia de modo testimonial la sublevación del Ejército Nacional que encabeza el general Sanjurjo. La pretensión de los sublevados, que era, mediante un acto de fuerza de naturaleza militar práctica, la toma del poder, desemboca por la división de las Fuerzas Armadas en una guerra cruenta que duró desde el 17 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939. Una guerra en la que desde el principio se dirimió lo que verdaderamente estaba en su máximo peligro tras el triunfo del Frente Popular: la fe cristiana, la existencia de la Iglesia católica y la unidad e integridad de España.
Habida cuenta de esta triple transcendencia, no debe sorprendernos que nuestra Cruzada, como fue calificada por el Magisterio infalible de la Iglesia católica, sea uno de los temas más tratados de la Historia mundial. De ahí que constituyera y siga constituyendo uno de los acontecimientos claves no solo de la historia de España, sino de la historia Europa y de la historia del mundo occidental. Bien es cierto que gran parte de la bibliografía que la trata está adulterada por interpretaciones simplistas, visiones interesadas y análisis sustentados en la memoria selectiva de malvados e ignorantes.
El 18 de julio, que había tenido dos antecedentes de signo contrario: agosto de 1932 y octubre de 1934, fue el desenlace inevitable, necesario y justo ante un estado de cosas a las que había que poner fin. De ahí la división que se produjo entre la población española y en la opinión mundial.
Las causas del desenlace fueran más que suficientes. La profunda división que las fuerzas políticas de la izquierda habían creado en la sociedad española. La existencia de problemas estructurales heredados de tiempos pasados y creados por el nuevo régimen. El conflicto del separatismo (nacionalismos periféricos) que no descartó enfrentarse con régimen. El triunfó fraudulento del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 con su programa violento y comunista. La destitución del moderado y pusilánime presidente Niceto Alcalá Zamora, por el masón y beligerante Manuel Azaña. Y el asesinato a manos de las Fuerzas del Orden Público del diputado de la derecha, Don José Calvo Sotelo, el 13 de julio de 1936. Esperar un minuto más hubiese sido el suicidio de España.
Fracasada la primera intención, la toma de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, y fallecido Sanjurjo, cabeza del Alzamiento, como consecuencia del accidente que sufre la avioneta que le traslada de Lisboa a España, el golpe de Estado queda definitivamente fracasado… Aunque para algunos todavía hay esperanzas de que el conflicto no llegase a mayores.
Mola, el “Director” del proyecto, es quien más confianza pone en una solución rápida mediante la conquista de Madrid, y a tal empeño se emplea con continuos requerimientos a lo largo del mes de agosto, a fin de que se avanzase cuanto antes sobre la capital. Frente a esto, Franco, el general más capaz, que había dirigido el transporte del convoy que rompió el bloqueo de la Marina roja, incorporado unidades de legionarios a la Península, considera más eficaz aniquilar cualquier foco de resistencia del territorio que se fuera conquistando, lo que indudablemente retrasaba el asalto a Madrid…
Y en este estado de cosas llega septiembre. Yagüe conquista Talavera de la Reina y posteriormente Maqueda. El camino hacia un Madrid asediado por todos los puertos de montaña queda expedito. Pero ocurre que a Franco, que se había trasladado a Cáceres para dirigir desde allí la marcha sobre Madrid, se le presenta uno de los elementos más determinantes de toda contienda, el elemento épico. Elemento que tengo para mí fue determinante en la idea que Franco tiene de lo que representa y tiene que representar aquella contienda que ya se está librando a sangre y fuego tras el fracaso del intento de golpe de Estado, una rectificación histórica… Entonces, pertrechado de este saber, se desentiende de iniciar la marcha sobre Madrid que no solucionaría nada más que muertes, y decide liberar a los sitiados en el Alcázar de Toledo.
Es, pues, Franco, quien inmediatamente sería nombrado Generalísimo del Ejército Nacional, quien a partir de ese momento diseñará, planificará y ejecutará los planes que desembocaran en la Victoria del 1 de abril de 1939, que hará posible la rectificación histórica que la nación española reclamaba y necesitaba: los 40 años de Paz y Prosperidad de la España bajo su autoridad y magisterio indiscutido e indiscutible.
Cuatro décadas que a su fallecimiento, España, económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana, no supo mantener, sin duda por la acción sinuosa de la masonería infiltrada desde muchos años antes, puede que desde el inicio del régimen, en los dos pilares del Régimen del 18 julio: la Iglesia y el Ejército, a quienes se sumó una sociedad adulterada por el desarrollo y engañada por los servidores que se aprovecharon del Régimen de la Victoria, que por haberse constituido sobre un hecho histórico de dimensión trascendente no admitía pactos ni claudicaciones.
¿Tuvo viabilidad el Régimen del 18 de Julio tras el fallecimiento de Franco?
Al plantearnos esta pregunta, obviada porque no interesó en su momento, pero que ha estado en la mente de los mejores españoles, hagamos dos afirmaciones.
1.ª Que el futuro del régimen estaba suficientemente garantizado por el respaldo de lealtad a la memoria y a la obra de Franco en la inmensa mayoría de los españoles, así como en la proyección de desarrollo y evolución homogénea que se hubiera sostenido. 2.ª Que si no fue posible el futuro del régimen, con las reformas que hubiera hecho falta acometer, fue por la acción conjunta de dos ofensivas que supo advertir Blas Piñar (contestando el 24 de octubre de 1975 a una pregunta de Radio Nacional): “Una de terror, pretendiendo desmoralizarnos, y otra de penetración ideológica y táctica, con el propósito de engañarnos”.
Doble ofensiva de la que nos advirtió el mismo Franco en su Testamento, cuyas consecuencias comprometen hoy la misma existencia de España como sujeto histórico. Bien es cierto que fue imprescindible lo que también denunció Blas Piñar hasta su agotamiento físico por toda la geografía de España: “ a) La desunión de las fuerzas de signo nacional. b) Y la actitud de la Monarquía, que traicionando su legitimidad de origen, buscó otros respaldos, aturdida por campañas con pretexto de ampliar la base monárquica”.
Terminemos diciendo que el Régimen del 18 de Julio fue un Estado de derecho, social, representativo y con separación de poderes. Una organización política con órganos de gobierno: propios, soberanos e independientes, cuyo poder y actividad estaban regulados y garantizados por un conjunto de principios y leyes inspirados en ideas de justicia y orden, que regulaba las relaciones sociales.
En cuanto a su legitimidad de origen, surge de lo sucedido el 18 de julio de 1936 como situación límite en defensa de la supervivencia de España como nación libre y soberana. Una situación devenida al ser el Estado beligerante contra la Patria y contra la sociedad, dando lugar a lo que Blas Piñar calificó como “legitimidad histórica”. Y por lo que respecta a la legitimidad de ejercicio, ésta se sostuvo en la fidelidad a las exigencias de unos principios y unas instituciones.
Estado de Derecho que establecía los principios sobre los cuales estaba basado el régimen: la patria, la familia y la religión; y las Leyes Fundamentales, conjunto de ocho leyes que a partir de los Principios y desarrollándolos, fueron entrando en vigor a lo largo del régimen: la primera en 1938 y la última en 1967.
Dicho lo cual, que no ha sido otra cosa que la verdad, ahora que sigan los malvados y los ignorantes sin expulsar de sus mentes, y de su ánimo sectario y cainita, el engaño, la tergiversación y la fábula. Por nuestra parte, y desde luego en la parte que me corresponde, continuare diciendo lo mismo, lo que corresponde, lo que es justo. La verdad y nada más que la verdad.
¡VIVA EL 18 DE JULIO DE 1936!
¡HONOR Y GLORIA A NUESTROS MÁRTIRES Y HÉROES!
¡VIVA FRANCO!
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