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Lacayuno y ridículo. Esos dos términos definen el ostracismo al que fue sometido Pedro Sánchez cuando Joe Biden lo redujo a la categoría del hazmerreir mundial durante el paseo de treinta segundos que los esfínteres mediáticos de Moncloa han convertido en gran “cumbre internacional”.
Biden es un globalista inmisericorde, un ser sin escrúpulos ni moral; un siervo de la escoria carroñera de la banda de los Soros, Gates y Rothschild, los grandes imperios financieros y corporativos que instauran a través de su influencia un Nuevo orden mundial donde el cuento climático, el fin del consumo de carne, el exterminio multicultural de las fronteras nacionales o la caducidad del uso del diesel se están imponiendo a marchas veloces.
No obstante Biden no es un imbécil. Es senil, globalista y maligno. Llegó al poder mediante un pucherazo electoral masivo y está endiosado por los lobbies pedófilos y abortistas. Pero no es un imbécil mental como sí lo son la pléyade política que ocupa el gobierno de España. Y por ello precisamente sabe distinguir a un líder, a un estadista, de un pelota redomado, de un lacayo, de un pagafantas: todo eso y más es Pedro Sánchez.
La diferencia entre un estadista patriota y un pagafantas metido a Presidente que vende la Soberanía de su Patria a los enemigos internos y externos es notoria, y se visualiza en la reciente Historia de España con dos ejemplos clarificadores. En El Correo de España no nos cortamos un pelo haciendo pedagogía sobre la Historia de nuestra Patria y rememorando el recuerdo sobre nuestro Jefe de Estado más odiado por socialistas y separatistas, porque fue el que los derrotó y el que durante 40 años mantuvo una España unida, armónica y que se enseñoreaba ante el mundo sin arrastrarse ante nadie: el Caudillo Francisco Franco.
Tras una guerra de liberación nacional de tres años contra el comunismo donde el Generalísimo y Caudillo maravilló a un futuro Papa que se llamaría Juan Pablo II por su defensa del catolicismo e hitos bélicos como la liberación del Alcázar de Toledo, Franco capeó las inclemencias de la posguerra y la II Guerra Mundial jugando astutamente las cartas: bregó contra el comunismo soviético enviando a Rusia a los bravos y valerosos voluntarios de la División Azul mientras alejaba a España del horror que hubiera supuesto entrar en una Guerra Mundial de cuyos efectos de derrota sobre el Eje advirtió a Benito Mussolini durante el encuentro que ambos mantuvieron en 1941. Previamente había logrado frente a Adolf Hitler en Hendaya (1940), mantener incólume la estabilidad de España dejando a las claras, y evidenciando ante el Führer alemán, cómo España no podía entrar en el conflicto. Sin agachar la cabeza, ni doblar la cerviz, Franco mantuvo a España en una neutralidad bélica labrada con su altura estratégica y astuta.
El arrollador potencial militar del III Reich que en 1940 parecía que iba a someter a Europa entera y vencer de forma clara, era visto por Franco con desconfianza en la victoria y el Caudillo supo, desde su gigantesca visión militar, que la victoria no era clara como sí quería creer un equivocado Mussolini. Franco no se equivocó.
Sin ayuda de nadie salvo una loable cooperación alimentaria puntual de la Argentina de Evita Perón, sin los créditos del Plan Marshall, sin los americanos y mucho menos los soviéticos de quienes nos proclamamos enemigos – “Rusia es culpable”-, España se sobrepuso. Tras la guerra civil española y la II Guerra Mundial nuestra Nación se reconstruyó por sí misma; tanto que en 1945, pese al aislamiento y ostracismo, ya habíamos recuperado los niveles económicos del mejor año de la república -1935-, crecíamos económicamente en términos de PIB año a año (creciendo entre el 1 por cien y el 4 durante la década), la esperanza de vida se situó junto a la de los países de nuestro entorno (por encima de los 60 años ya, frente a los 48 durante la república) y dejaron de existir las muertes por hambre en nuestro país, por primera vez en la historia y pese al racionamiento, que desapareció en 1953 y que fue necesario como consecuencia del aislamiento internacional contra España. A España no llegó el Plan Marshall que benefició a todo Occidente para reconstruirse tras la guerra mundial, ni Franco fue a EEUU para pedírselo o rogárselo.
Los EEUU se acercaron a España y no al revés. Franco apenas salió de España para conformar su política exterior. No lo necesitaba. La Patria, en crecimiento continuo, situaba al jefe del Estado en la capital de la Nación junto a su pueblo, constantemente visitado por el Caudillo en viajes a pueblos y capitales. Sin pedir perdón ante la ONU, que en 1946 nos condenó al aislamiento internacional y al bloqueo diplomático, España logró que EEUU pusiera su atención en el régimen franquista principios de los años 50. España era un válido aliado, anticomunista de primera hora y su peso geoestratégico era de primera magnitud durante la Guerra Fría. Los Acuerdos en materia de cooperación militar y económica suscritos con EEUU en 1953 serían el aldabonazo para que la ONU y el FMI, y con ellos las embajadas occidentales, nos reconocieran en todo el mundo.
En diciembre de 1959 un presidente de EEUU – con grado militar de general del Ejército- llamado Dwight Eisenhower , visitó España. Respetuoso ante un anticomunista férreo, un militar valeroso e invicto llamado Francisco Franco. “El enemigo de mi enemigo siempre será mi amigo aunque se llame Franco”, dijo el presidente republicano de EEUU que si bien no estaba cómodo por la imagen que desde el exterior daban sobre España, cambió su actitud al pisar suelo español. Eisenhower sabía detectar, con su olfato militar de general y de político, donde radicaba un hombre de Estado y así calificó al General Franco, posicionando a España como uno de los aliados preferenciales en el cono mediterráneo. Si la reunión sirvió para desplegar los acuerdos sobre las bases militares norteamericanas en suelo español de 1953, también puso al descubierto un éxito sin parangón de la diplomacia franquista: los embajadores de Franco habían creado en EEUU la sensación real de que España era necesaria en el combate contra el comunismo. Si Franco entablaba contactos diplomáticos con la URSS –cosa que jamás realizaría-, EEUU lo pasaría muy mal. Coló perfectamente.
Eisenhower quedó maravillado ante las cientos de personas que un 21 de diciembre de 1959 frío y prenavideño lo recibieron cuando aterrizó en Torrejón de Ardoz y luego con los cientos de miles –millones tituló la prensa internacional- que lo ovacionaron en las calles de Madrid.
Tanta importancia tenía España para los intereses geoestratégicos de EEUU desde entonces, que el gobierno franquista se permitió el lujo de cerrar la verja de Gibraltar en 1969 tras incumplir, el Reino Unido, con las resoluciones de la ONU que marcaban un proceso de descolonización acordado entre España y la potencia ocupante ilegal del Peñón: Reino Unido. España ahogó económicamente el terruño usurpado por los ingleses y en el cual el gobierno británico tuvo que gastarse cantidades millonarias para mantener los servicios esenciales esquilmando sus arcas públicas, hasta que en 1982 la verja fue abierta por Felipe González.
En 1970 fue el presidente Nixon quien visitó a España rodeado de más de 200.000 españoles que en las calles vitorearon al mandatario de EEUU y a Franco. Franco y Nixon saludaban a la multitud sobre un coche descapotado, con los vítores de una multitud emocionada. El asesor norteamericano en política exterior, no proclive a la España de Franco y llamado Henry Kissinger, puso de manifiesto en sus memorias el inmenso recibimiento social de cientos de miles de personas. También dejó escrito cómo Nixon se enfrentó a sectores políticos useños no partidarios de visitar a Franco pero cómo el presidente de EEUU hacía la visita al considerar a España una Nación no represiva a diferencia de las dictaduras soviéticas y cada vez más boyante económicamente así como de importancia estratégica y militar fundamental a la que había que integrar en la OTAN.
La entrevista entre Nixon y el General Franco duró casi dos horas. Los norteamericanos tenían un interés especial sobre la situación de las bases militares o la amistad del régimen con los países árabes. El Caudillo no variaría un ápice de su política hacia el mundo árabe en Oriente medio –el éxito de semejante medida se vio cuando, en medio de la crisis del Petróleo de 1973 y la restricción del crudo a Occidente, España fue el único país que apenas la notó y continuaba creando empleo e industrias-.
Franco, ya con 78 años y cansado por la larga jornada de fastos junto a Nixon se durmió al final de la entrevista, como también le sucedió a Kissinger presente en el acto. El ministro de Asuntos Exteriores Gregorio López Bravo continuó la entrevista. A la cena posterior acudió el Príncipe de España Juan Carlos así como Doña Sofía y se desarrolló de la forma más distendida y alegre.
En 1975 fue Gerald Ford el mandatario norteamericano que visitó España reafirmando el compromiso de alianza con España, de amistad y de agradecimiento a Franco y al pueblo español por su lealtad y recibimiento. Esta visita tuvo un elevado grado de cortesía, pero ningún carácter especial en cuanto a contenidos. Habiendo sido derribado Nixon por el caso “Watergate” Ford, sucesor en la presidencia de EEUU, no varió un ápice su relación de amistad con España según declaró.
Así que, estimados lectores, ya ven cómo a nuestro país vinieron, bajo el mandato de Franco, los presidentes de EEUU que respetaban a una España que se hacía de respetar. Que no había mendigado ayuda tras una guerra civil ni una mundial, ni la había obtenido. Que se había reconstruido por ella misma y con su pueblo unido como única arma de progreso. Que no renunciaba a defender su soberanía sobre Gibraltar. Que mientras Franco tuvo consciencia y salud, defendió el Sáhara y las aguas territoriales. Que si algunos territorios como Ifni, la Guinea o plazas norteafricanas fueron descolonizados o cedidos, lo fue en cumplimiento de la legalidad internacional y jamás como resultado de la derrota, el deshonor o la invasión. Que Ceuta y Melilla jamás fueron invadidas, como tampoco las islas Canarias ni sus aguas – y eso que Marruecos desde 1956 comenzó su anexionismo agresivo contra España-. Que en España no existía el separatismo intestino porque era ilegal, como tampoco un Estado en descomposición llamado “autonómico”. Que Franco tenía una política interior y exterior clara: “mientras yo viva, en España no habrá comunismo” y “la paz y unidad del pueblo español primero y siempre”.
No es de extrañar que con semejante personalidad y arrogancia en las ideas y en el sentido de Estado, a la España de Franco viniesen los presidentes de EEUU y fuera nuestro Caudillo el que mantuviera su régimen bajo pabellón rojo y gualdo con el Águila de San Juan hasta 1975.
La historia real retrata a sus mejores hombres pese a leyes de memoria histórica, y pone en evidencia a los peores por mucha publicidad barata y poderosa que desarrollen y por muchas botas de líderes foráneos que besen en los pasillos de organismos internacionales.
Dicen los revanchistas y rencorosos que éramos una dictadura sin derechos y represora pero, caray, los mandatarios de la primera potencia mundial besaban el suelo español, honraban a nuestro Caudillo y jamás éste se arrastró ante nada ni ante nadie; y es que como excelso caballero de honor español, durante su vida, sólo hincó la rodilla ante Dios.
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