La Transición ha consistido en la representación de una comedia, tan mala, que sólo puede ser acogida y loada en el infierno. Todos los que han sido lisonjeados como ingenios singulares o personajes prestigiosos y que han sido cómplices del engaño o han mirado para otro lado ante la deriva del Estado frentepopulista, son culpables. Por acción u omisión. Y no vale ahora que algunos den carrete a sus hiperbólicas estupefacciones ante la realidad, y descubran el Mediterráneo y denuncien lo que han estado tapando o engordando, para justificar su anterior colaboración o complacencia con las abominaciones durante cincuenta años.
La Transición ha sido el garito de la casta política y de sus amiguetes, enchufados y demás palmeros, que, sustentados en la Constitución, se han juntado ellas y ellos, entretenidos en nombrar los puestos oportunos para mendigar a ésos y a éstos y que no se entorpezcan unas sinecuras con otras; y robar al Estado y a los españoles de bien, en definitiva. Pero algunos hipócritas, esa especie de mohatra que tanto abunda hoy, a los que ya no conviene pasar por mudos de condición, están ahora empeñados en denunciar y desenmascarar este cónclave democrático, cuando España es ya un escombro, en vez de dedicarse a buscar la solución. El caso es seguir perdiendo el tiempo, pues en el fondo no les ha ido ni les va mal.
Porque en la puerta de la Transición todos estos facinerosos y facinerosas se encargaron de poner el portero correspondiente para que no entrasen sino los que a ellos conviniera y los que fuesen señalados por la mano de Lucifer. Y así la Transición ha sido ocupada, con mucho orden, por los mangantes y trileros dedicados a jugar al reparto de pesebres, comenzando a jugarse al rentoy comisiones, lóbis, drogas, consejerías y todo tipo de pelotazos y negocios turbios y secretos, sin olvidar las emblemáticas mariscadas con meretrices asociadas, a costa de los fondos de los obreros que siempre se han jactado de defender y ayudar. Y mientras se repartían las cartas, cientos de miles de mirones, cómodamente sentados también, y también de pie, se han pasado la cincuentena transicional sin dejar de elegir y reelegir a los truhánes.
En esta época execrable que padecen los espíritus libres, la mayoría de los tronos, de los gobiernos y de las autoridades en general se están resquebrajando o lo han hecho ya. Son décadas de degradación moral en las que no es conveniente ni decente, para los hombres leales, el servir los intereses del Imperio Profundo y de sus esbirros. Desde el minuto uno de este nefasto período histórico que ha sucedido al franquismo, los escándalos los hemos tenido a diario, de ahí que los análisis, conferencias y tertulias para hablar de ellos sean ya inútiles. Sólo es tiempo de enviar a los delincuentes con una buena guardia a la cárcel más segura y vigilar para que no puedan salir de ella hasta haber pagado sus delitos con intereses.
Un verdadero líder no dice casi nunca «yo haré», sino «yo he hecho»; pero los tiempos van degenerando. Desde el abismo de la crisis surgida gracias a una Constitución suicida, creada a la medida de los enemigos de España, habrán de surgir las fuerzas de regeneración y recuperación de un viejo país que se resiste a perecer, y que en sus tradiciones y en su larga y complicada historia ha de buscar el compromiso del renacimiento. Y cuando se haya liquidado la nefasta Transición partidocrática y se hayan enviado al vagón de los sobejos todas las sectas depredadoras y antiespañolas que durante dicho tránsito engordaron a costa de dejar paralizado y famélico el Estado nacional, los nuevos dirigentes, sustentados en el legado de sus mejores antepasados, tendrán que reedificar una nueva España en unión, libertad, paz y progreso. Una España reformada, cultivada y activamente neutral, con peso, voz y espíritu, en una nueva Europa.
Y es en este momento, sabiendo ya lo que ha supuesto esta sórdida época, cuando el líder del grupo regenerador, como en un buen sueño, tendría que irrumpir en la sesión parlamentaria y exponer los siguientes argumentos: Es imperativo desentronizar a todo tirano y a su recua de psicópatas, pues los españoles deben seguir viviendo y naciendo libres y con derecho a la verdad. Cada cabeza que ame verdad y libertad debe llevar una corona, y no dejársela usurpar por cualquier facineroso al uso ni por quienes carecen de autoridad moral, aunque manejen el poder. Sólo la excelencia está indicada para ejercer la potestad, pues la impregna de autoridad genuina.
Comprended que no me dirija a vosotros como señorías, porque a la vista de vuestras actuaciones carecéis de toda dignidad parlamentaria. Por eso no os hablo como si estuvierais en un Parlamento. El pueblo de este Reino ha esperado de vosotros durante años algún fruto sano en la organización de los sucesivos Gobiernos y en la administración de la justicia, pero ello ha resultado inútil, y ahora, con la experiencia del Gobierno actual, España está a punto de desaparecer y eso es inadmisible. La baja ambición, la maldad y el fervor antiespañol os han cegado y os han hecho irrazonables y corruptos, más interesados en el provecho particular que en el bien público y patriótico.
Habéis buscado por cualquier medio el modo de eternizaros en el poder y habéis tratado de perpetuar las funciones hasta el extremo de que ya nada bueno puede esperarse de vosotros. Por consiguiente, traigo el encargo de los espíritus libres y de la mayoría del pueblo de este Reino de iniciar el derribo purificador, es decir, de disolveros y poneros en manos de una justicia justa. En consecuencia, abandonad vuestros sillones, regresad a vuestras casas y esperad en ellas la llegada de dicha justicia, pues gracias a la Providencia y a la lucha de la juventud sana y de la minoría crítica, la verdad y la libertad han abierto el camino del poder recto y justiciero, que será útil para España y para la humanidad.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Todo eso mi querido amigo Aguilar, cuesta sangre y mucha, para que volvamos a ese estado .Porque todo lo han corrompido durante muchisimos años de una forma demoníaca.
Todo es verdad, pero hay un gran problema; Hay un poder global de facto que desea la desaparición de la auténtica España, ese poder es el que ha posibilitado el engorde de los parásitos patrios y ha neutralizado la reacción española, desde Carrero y el 11m hasta los fraudes electorales ya sin disimulo ninguno, como en EE.UU. Para liberar España, hay que liberar al mundo.