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Emilio Rivas es uno de esos artistas que nace, pero que va emergiendo a fuego lento, de esos artistas que se mueven entre las sombras cuaderno en mano robándole preguntas al devenir del mundo, de esos artistas que transforman el dolor de la existencia -de la humana, de la animal, de la vegetal-, en grito luminoso y esperanzado desde un escenario.
Músico con disco reciente (en Spotify bajo la marca Vencer al animal), tomó la alternativa como creador teatral a principios de 2019 en Naves Matadero con el estreno de su pieza Los años de la fertilidad, donde puso textos, dirección y energía infinita y donde estableció los mimbres de su particular práctica escénica.
«Me dedico al arte para comprender —dice. Para comprenderme a mí, para comprender a la gente y para comprender la existencia. Y para eso me valgo de la observación». Mira y piensa, piensa y mira. En ese trasunto va de lo espiritual a lo político, de lo divino a lo humano, de lo sagrado a lo profano.
Lleva un tiempo a vueltas con lo que él llama la «injusticia cósmica», esos acontecimientos que, desde su sensibilidad, están revestidos de una crueldad elemental. No es una injusticia provocada por los sistemas económicos, porque esa, siendo cruel, está provocada por el hombre y nos la podemos explicar. Es la injusticia del polluelo rechazado por su madre y condenado a morir solo. «Afortunadamente para mi sensibilidad y desafortunadamente para mi padecer psicológico, nunca he podido situarme en mi realidad asumiendo, simple y llanamente, que es que el mundo es así y ya está. No me acabo de quedar tranquilo».
Este desasosiego le lleva a pensar en lo inexplicable y, aún sin quererlo, aparece dios, lo divino, el terreno mitológico, la instancia superior. Pero ha constatado hoy que es más difícil que en otras épocas y en otros lugares calmarse con la intervención divina. «Con todo el conocimiento científico que tenemos ahora, miro al cielo y no consigo ver nada. Eso me desespera».
Y este tocar fondo, lejos de derrotarle, provoca en Emilio Rivas la necesidad de apelar al vitalismo y la luz y construir en escena un edificio de sólido armazón filosófico que, sin embargo, se reviste de instinto y confianza en las personas que comparten el proceso. Cuadros de acción donde la oralidad y el texto conviven con la energía corporal primaria. Lo inimitable y único con lo elaborado. Lo natural con lo poético.
¿DÓNDE?
Centro de cultura contemporánea Conde de Duque
Calle del Conde Duque, 11, 28015 Madrid
20.00
Autor
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