Más aún que los males violentos, los que nos marcan son aquellos persistentes y cotidianos, que toleramos porque, formando parte de nuestra rutina, nos consumen tan implacable y sigilosamente como el transcurrir de las horas adversas, perdidas, que frustran e inyectan de desesperanza con solapado y cauteloso devenir.
Durante estas últimas cinco décadas, en España, esos males llevaderos han consistido en dejar que los demonios de apariencia doméstica anden sueltos, con lo cual nuestra convivencia -el mundo- se ha revuelto más aún si cabe. Lo peor es que este mal es distinto a los vividos antes por la humanidad, pues está además inyectado de repugnante perversión, y que es de temer que el daño se multiplique exponencialmente. Porque ahora creen los Señores Oscuros que ha llegado la hora de recoger lo que llevan muchas décadas sembrando: la venganza y el aborrecimiento contra la humanidad, contra la divinidad y contra la vida, conceptos y realidades que ellos odian.
Y contra estos diablos, diablesas y demás demontres que, ante nuestras incrédulas o indiferentes miradas, se vienen paseando con impunidad por campos y ciudades, España carece de estadistas y carece de intelectuales sabios, capaces de ejercer su natural influencia sobre la sociedad, en general, y sobre la formación de la opinión pública, en particular, despertándolas. España, tras la muerte de Franco, con los señuelos de la tramposa democracia, puso en el viento su esperanza, y sembrar esperanza en el viento ha tenido como consecuencia recoger desalientos, calamidades y llantos.
En vez de intelectuales genuinos, lo que mayoritariamente nos ha traído la Farsa del 78 -aparte de los intelectuales áulicos de nefanda mención- son bienintencionadas programaciones con tertulianos supuestamente eruditos e imaginariamente informados, de verbo fácil y preciso y conciencia presuntamente insobornable, de teórica calidad humana, hipotética fortaleza de espíritu y caballerosidad cabal en apariencia. Participantes expertos, argumentadores rigurosos, con tácita independencia de criterio e implícito compromiso inequívoco con todo código de principios…
¿Y? Pues eso, que, salvo escasas y dignas excepciones, al cabo de la trenza sólo tenemos su redundante y cojonero bla, bla, bla… O lo que es lo mismo: teoría, virtualidad y apariencia. Un monótono mirarse al obligo y un recurrente escucharse a sí mismos, esos son los posos que al final del programa quedan en la copa. De ahí que nos digamos: o estos representantes de la inteligencia nacional no entienden el juego y por eso malgastan las tribunas a su disposición, desechando las cartas buenas y declinando buscar soluciones al desastre, con lo cual no serán tan idóneos y perfectos, o se están haciendo los bobos para entretenernos en el enredo. Porque, como decía aquél, cacarear es fácil, lo difícil es poner.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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