21/11/2024 15:03
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Los militantes por la familia y la vida nos venimos organizando y trabajando hace décadas en todos los países hispanoparlantes. Entre nosotros, es sabido que esta acción cultural de ir “permeando” las capas sociales –a través de conferencias, libros publicados, charlas, conversatorios, videos, clases, presencia en la calle y en las redes sociales– ha tenido un impacto considerable, sobre todo teniendo en cuenta que se ha realizado en absoluta inferioridad de condiciones y, salvo excepción, sin apoyos oficiales eclesiásticos. Esto no hace otra cosa que realzar la magnitud de la obra.

Sin duda se ha logrado visibilizar en incontables naciones una fuerte resistencia por parte de distintos segmentos de la sociedad a las leyes antivida, no solamente al aborto por cierto sino también a la Educación Sexual, la Eutanasia, las leyes de género, entre otras estrategias de perversión global planificada. Son millones los adultos y jóvenes que trabajan en ese sentido, y a ellos es dirigido este artículo, a fin de proponer algunas razones para mejor desempeñar esta tarea.

            En este marco, conviene advertir que –junto con el generoso afán y despliegue de tantas familias que se apersonan en marchas, que pelean la batalla de la opinión pública en las redes sociales, entre otras acciones– en estos grupos suelen colarse algunos errores tácticos y/o doctrinarios que, por su propia naturaleza, son contrarios a los fines del movimiento provida. En este breve trabajo nos concentraremos solamente en tres:

 

El abandono del término “asesinas” para calificar a las mujeres que realizan “abortos” o los promueven.
La renuncia programática al uso de fetos abortados como elemento de concientización de la maldad del aborto.
La invocación de “los Derechos Humanos” de las personas por nacer.

 

Respecto de este y otros tópicos similares, hemos realizado un mayor desarrollo aquí: “Lógica y Retórica argumentativa para defender la verdad en tiempos de aborto e ideología de género”[1]. Ahora pasaremos a analizar estas observaciones.

 

El abandono del término “asesinas” para calificar a las mujeres que realizan “abortos” o los promueven

 

            En las filas del movimiento provida no se pone en duda que el aborto sea un asesinato. En efecto, la muerte deliberada de un ser humano inocente no puede recibir otro nombre. Pero en algunos espacios hay discusiones sobre si conviene llamar “asesinas” a las mujeres que abortan.

            No hace tanto, en 2018, cuando en la Argentina se debatió legislativamente el aborto por primera vez –que terminó siendo legalizado a fines del año 2020–, algunos sectores habían acordado con los aborteros (tácticamente, desde luego) lo siguiente: ustedes no nos llamen antiderechos y nosotros (los provida) no los llamaremos asesinos[2]. Pero la renuncia a usar este término es anterior a esa fecha y es dable indagar en la mentalidad de quienes –por el motivo que sea– no desean usar la palabra. Y así tenemos grandes discursos donde del aborto se dice todo y de todo, excepto que es un asesinato y por ende un crimen.

            Lo cierto es que es un vocablo absolutamente decisivo en este combate. Si es un asesinato, quienes lo cometen son asesinos y hay que decirlo. Por lo demás, llamarlo así es congruente también con todo el despliegue que los militantes provida hacemos desde hace décadas (si no hay una vida en juego, ¿por qué tanto alboroto?). Asimismo, también es lógico llamarlo asesinato porque eso habilita el uso del término genocidio.

En otro orden de cosas, siempre es peligroso licuar el lenguaje, sobre todo porque en este caso se está evitando resonancias fuertes y enérgicas. Por supuesto que, ante una mujer que llora amargamente su pecado y que manifiesta arrepentimiento, es posible que sea innecesario remover el asunto aún más y calificarla abiertamente de “asesina” y esto porque, sencillamente, ella ya sabe que lo es. Con toda caridad, podemos dejar lugar a esa pena natural que brota de la conciencia humana, mensajera de Dios, y abstenernos de usar la palabra.

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Pero la actitud de quien, en su intimidad y teniendo por testigo a su conciencia, odia su pecado y se avergüenza de él, no puede compararse con la conducta pública de mujerucas que alardean de haberle quitado la vida a sus hijos. Tampoco merecen nuestra consideración aquellos que, aunque sin haber ejecutado materialmente un aborto, lo promueven activamente, haciendo de esta campaña el eje de sus vidas. Son casi tan asesinos como los primeros.

Asimismo, y en este esfuerzo de lograr la máxima exactitud, digamos también lo siguiente: una pobre mujer sin instrucción que es “empujada” al aborto (y aquí el uso del término “asesina” puede ser injusto, porque es posible que ella no supiera lo que hacía) no puede igualarse con médicos y enfermeras fríamente adiestrados para matar. Así como puede ser dudoso calificar de “asesina” a una mujer como la de este ejemplo, está fuera de toda duda que los otros profesionales actúan con plena conciencia y pleno consentimiento, y que por tanto merecen ser llamados sicarios.

Como siempre, la prudencia será la regla maestra. Y justamente por eso, según las circunstancias y la naturaleza del caso, convendrá o no usar la palabra “asesinas”. En cambio, la renuncia sistemática del término huele a lenguaje “políticamente correcto” y sólo sofoca el fuego de las almas militantes.

 

La renuncia programática al uso de fetos abortados como elemento de concientización de la maldad del aborto

 

            Este ejemplo es semejante al anterior. Es obvio que mostrar una imagen aterradora a una mujer que llora sobre su pecado es una grave falta de delicadeza y caridad, pero eso no significa que no pueda haber otros casos donde esto sea legítimo. Hay muchas personas que necesitaron, en momento de incertidumbre, ver la realidad tal como es, y ese espanto las hizo tomar conciencia, y así terminaron respetando la vida humana. El énfasis de esta crítica está en que la recta prudencia puede recomendar presentar o no presentar estas imágenes. Pero en algunos grupos provida se declara su prohibición absoluta, y eso es contrario a toda sana crítica racional.

No podemos decir que nos agrade esta limitación presentada muchas veces como “estrategias de marketing provida”. Asimismo, tampoco es recomendable ilustrar a niños inocentes con imágenes perturbadoras. Pero el abuso no invalida el uso, y es posible que la conciencia de muchas personas –ideologizada por años de lavado de cerebro– necesite el shock para despertar. Al igual que en el caso anterior, no hay protocolos establecidos mecánicamente que puedan reemplazar el buen criterio. Hay una virtud que es el arte de aplicar la recta razón al obrar, y se llama prudencia.

 

 La invocación de los Derechos Humanos de las personas por nacer

 

            Esta última es una de las observaciones más difíciles de advertir y de explicar. En los grupos provida, cuando se fundamenta el uso de la terminología derechohumanista se produce la ilusión en el militante de que –al hacerlo– se gozará del poder del enemigo. Lo hemos escuchado muchas veces: “usaremos sus palabras en su contra”; “le estoy dando vuelta el argumento”; “vamos a hacer que la gente común, que está con los abortistas, impactada por la invocación de los Derechos Humanos, nos apoye en la defensa de los no nacidos”.  Al respecto, Joseph De Maistre supo decir: “La Contrarrevolución no será una Revolución pero al revés. Será lo contrario a una Revolución”. Y es que, por más bienintencionados que sean, ideas como aquéllas provienen de criterios insustanciales. Debemos evitar este tipo de “estrategias”.

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            Porque lo cierto es que no ocurre lo que este tipo de ideas profetiza, a saber, que la gente común se pliega a nosotros por tener en la boca “los derechos humanos”. Lo que termina pasando es que el movimiento provida, al asumir la terminología de los Derechos Humanos, incorpora un vocabulario propio del enemigo. De nada sirve que esto se intente salvar con el argumento de que se trata “de los derechos humanos en clave iusnaturalista” y no “en clave de la ONU”. Ha dicho el intelectual argentino Jorge Ferro que “El lenguaje es un inapreciable instrumento de penetración y dominio. Es la savia misma de la vida social y cultural. Quien imponga un determinado lenguaje, impondrá junto con éste un modo de entender la realidad, una cosmovisión subyacente, valores morales, culturales y políticos, pautas de conducta”. Y Félix Sardá y Salvany supo dejar estampado también: “El uso de la palabra te hace casi siempre y en gran parte solidario de lo que se ampara a su sombra”.

Además, el enemigo sabe que nosotros abominamos de los llamados Derechos Humanos y de todo su ingente corpus doctrinario (que emana de ONU, OMS, UNESCO, etc.). ¿Saben qué piensa el adversario cuando nos ve a nosotros usando sus propias palabras? No se pone nervioso ni se altera: “Tienen miedo de decir lo que piensan de frente para no quedar mal y entonces intentan parecerse a nosotros. Están acobardados”. Y este complejo de culpa también se comunica a las propias filas. Resignificar los Derechos Humanos es enviar el mensaje equivocado.

            Es cierto que, durante décadas, se pretendió esta reinterpretación en clave iusnaturalista. Hoy está claro que –si respetamos los principios de la Guerra Semántica– debemos enterrar estos vocablos y avanzar en la descalificación, in totum, de las instituciones que procuran su popularización. Por todo esto, siguiendo a los doctrinarios, en el campo provida se debe sustituir la expresión “derechos humanos” por derechos de la persona humana.

Justo por este tipo de asuntos, el intelectual Frédéric Le Play sostenía: “Cuando nos hayamos desembarazado de esta fraseología embrutecedora, volveremos a tomar posesión de nuestras fuerzas intelectuales”. En definitiva y para concluir, el comienzo de la Restauración Social, Cultural y Política requiere del relanzamiento del lenguaje de siempre, y de militantes que sientan orgullo y no vergüenza de usar el vocabulario propio de su doctrina. No hay reconquista posible frente a los agentes ideológicos sin la defensa altiva, valiente y hasta mística de nuestro arsenal lingüístico.

 

[1] Cfr. https://bit.ly/3du9HWT

[2] Cfr. https://bit.ly/3SW6WOy

Autor

Juan Carlos Monedero