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Se preguntaba ante el público español doña Isabel Díaz Ayuso que “qué haría el Rey de España ante los indultos”. Lo hizo durante el fasto reivindicativo de la unidad nacional y contra el golpismo catalanista del pasado 13 de junio. La reflexión planteada por la presidenta regional madrileña, que incluía una sibilina llamada de atención a Felipe VI, lejos de suponer un desacierto o un error encerraba el enigma que muchos españoles enamorados de la unidad de nuestra Patria, y defensores de la monarquía histórica, se plantean.
Como era de esperar el partido de doña Isabel la rectificó, y de manera indisimulada aunque tácita la llamó al orden; la mandataria madrileña se retractó, aunque de forma sutil, por el atrevimiento de su planteamiento.
Los españoles que con fe y ánimo de amar a España en su Tradición unitaria coronada por su Rey, que son mayoría en las filas de la derecha, y que están espantados con toda lógica ante la horrorosa alternativa “republicana” caótica y frentepopulista que plantean las izquierdas y los separatistas, deben saber que el Rey de España, Felipe VI, firmará los indultos.
El mandamiento constitucional sobre las potestades y funciones de la Corona, limitadas al mero ejercicio de un simbolismo institucional que en la práctica no se traduce en potestad ejecutiva ni resolutoria alguna por el Rey, impide a Felipe VI renunciar a firmar un Decreto acordado en Consejo de Ministros como lo sería el que determinara los indultos. Éste es el modelo de monarquía deslavazada y hueca que instauró la Constitución de 1978. Fue el modelo que aceptó el entonces Rey Juan Carlos I apoyado en la consigna dada por Torcuato Fernández Miranda al entonces monarca y basada en: “preocúpese en llevarse bien con la izquierda, que a la derecha siempre la tendrá”. Por ello Juan Carlos permitió diseñar una monarquía sin sustancia ni contenido, sin capacidad para disolver las cámaras legislativas, ni para mandar al Ejército, ni para declarar la guerra a una potencia enemiga, ni para cesar a un presidente traidor a España y a su Seguridad.
Éticamente, humanamente, moralmente y patrióticamente, el Rey Felipe VI no debería firmar unos indultos que ponen su actuación como monarca, ante la Historia, como la incoherencia supina al haber llamado al orden y la ley a los golpistas catalanes en su brillante discurso del 3 de octubre de 2017, y poco tiempo después firmar el perdón para los criminales tras reafirmarse éstos en la voluntad de destruir la Nación, independizar una parte del territorio y derribar a la propia Monarquía española. Por imperio de la moral y del Honor Felipe VI debería “plantarse”. Pero no lo hará. La observancia del ordenamiento constitucional será el escudo que sirva a los monárquicos de la derecha para justificar la acción de Felipe VI, y a las izquierdas para perdonarle la vida un poquito más, mientras les sirva para sus fines, hasta que lo derroquen y le pagan el billete desde Cartagena.
Fijémonos en una coordenada clara. La culpa por dar indultos a criminales separatistas no es del Rey; es de quién los promociona, los acuerda y los sostiene como clave de bóveda para sostener un gobierno: Pedro Sánchez.
El mejor aliado para el presidente socialista es un sistema constitucional manifiestamente mejorable que permite que el separatismo, las regiones convertidas en “nacionalidades” y una monarquía vacía y sumisa al poder político, debiliten a la Nación y su Soberanía, vendida a enemigos internos rupturistas legalizados y blanqueados por el Tribunal Constitucional al amparo de la ley de leyes aprobada en 1978.
Felipe VI firmará el perdón para los sediciosos y ladrones de España como Juan Carlos I sancionó la ley de Memoria Histórica impulsada por José Luis Rodríguez Zapatero y que implantó la deslegitimación de la monarquía española al ser una emanación directa de su instaurador: el General Franco, cuyo periodo histórico es borrado, perseguido y diabolizado por la citada norma y por la que, ya en ciernes, la recrudecerá en arbitrariedad y persecución bajo el título de “memoria democrática”.
Felipe VI porta en su solapa el pin de la infecta Agenda 2030 que el Foro de Davos y la ONU han urdido para exterminar la libertad humana, económica y familiar de la civilización y consagrarnos al becerro de oro de los magnates carroñeros que alienarán nuestra intimidad, nuestra alimentación, nuestra Patria y nuestra dignidad como son Bill Gates o George Soros. Felipe VI admitió ceñirse la Corona de España no mediante una ceremonia religiosa y católica, sino en un acto puramente “civil”. Felipe VI acudió a la celebración laicista y masónica que en julio de 2020 y llamada “funeral de Estado” por las víctimas del Covid 19 fue, lisa y llanamente, un acto de poses, gestos y consagración eminentemente pegados a las Logias desde las cuales se proclamó sin empacho, la admiración por el evento.
No es sólo que el Rey Felipe VI tenga, por mandato constitucional, que firmar los indultos; es que además, su actitud, como la de su padre, ha sido la de “ganarse a la izquierda pues la derecha ya está ganada para siempre”.
Es normal que la derecha sociológica apoye al Rey ante la magnitud catastrófica del cariz guerracivilesco, tercermundista y comunista de Podemos y los partidos separatistas, la izquierda antinacional promotora de la siniestra “república”. Siendo éste un instinto normal y comprensible en los corazones de quiénes aman las instituciones permanentes y tradicionales como la Monarquía o el Altar, no menos cierto es que tanto la monarquía española – compadreadora del globalismo progre- como el Altar -compadreador de los clérigos que cuelgan esteladas en Cataluña o defienden la invasión inmigrante desde el Vaticano- han dejado de ser permanentes y sacralizadas; se han abonado a la posmodernidad globalista y al mundo progre y por ello, su peso, su influencia y su pulso será cada vez menor.
En un mundo de mentiras universales, de posverdades, sólo la permanencia de instituciones que debieron ser inalterables podría ser faro de luz y de esperanza. Desafortunadamente, no es así.
Doña Isabel Díaz Ayuso y tantos españoles de buena fe que como ella, se han planteado un sonoro “qué hará el Rey”, deben poner los pies en la tierra. Hará lo que desde 1978 viene haciendo. Lo que hacía su padre. Lo que le manda una Constitución que lejos de hacer de la Corona una institución de jefatura y trascendencia, de permanencia y de vigor, la convirtió en puro cartón- piedra. Un papel que le vino muy bien a Juan Carlos para viajar en yates y realizar fastuosos viajes mientras compadreaba con Felipe González al que gustosamente trató pese al destrozo industrial, laboral y financiero que el socialista corrupto impuso a la vida española.
De aquellos polvos de 1978, estos lodos.
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