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Hay un refrán español que dice que “la ignorancia es osada” y, aunque todos conozcamos casos muy notorios de osadía ignorante, no deja de resultar decepcionante que personas con cierto prestigio y que se arrogan la autoridad suficiente para hablar de Historia, la ignoren tanto y, sin pudor alguno, la simplifiquen y retuerzan para amoldarla a sus prejuicios. Ingenuidad imperdonable la mía –pensará más de uno–, que en absoluto demanda la benevolencia del lector. Pero, en cualquier caso, decepción es lo que genera el divulgador inglés Tim Marshall en su último libro, titulado “El poder de la Geografía”, cuando dedica un capítulo a España y se mete en camisa de once varas; destapándose como un perfecto mentecato al permitirse resumir nuestra Historia en treinta páginas y, sobre todo, al interpretarla acogiéndose a todos los tópicos negrolegendarios.
Porque no nos engañemos, dicha propaganda, engendrada hace siglos para combatir a España y debilitar su Imperio, parece seguir vigente en el ámbito protestante. De modo que no sólo ha servido para que generaciones de angloparlantes hicieran de menos a España en el pasado, sino para que, todavía hoy, cualquier botarate se haga de más.
Así, con la arrogancia propia de quien se considera bendecido, Tim Marshall no sólo se atreve a juzgar a los que, en lo más profundo de su ser, desprecia, sino que, con la ligereza del ignorante y brocha gorda, sentencia sin saber ni querer comprender, y, por irrefrenable petulancia, comete la torpeza de exhibir su desdén por escrito.
Aunque son muchos los párrafos que podríamos citar en este sentido, nos detendremos tan sólo en los que, por su visceralidad incontrolada, resultan más elocuentes. Por ejemplo, a propósito del Descubrimiento de América por España, afirma: “Naturalmente, otros también quisieron sacar partido (del descubrimiento). En 1493, Portugal amenazó con una guerra porque quería hacerse con tierras descubiertas por Colón. Por suerte para los dos países, aunque no para los pueblos de América latina, el papa Alejandro VI sintió que tenía autoridad de Dios Todopoderoso para crear una línea imaginaria que recorría el Atlántico de norte a sur […] cualquiera que dijera lo contrario sería excomulgado. Y así se mantuvo la paz, aparte de los siglos de guerras, saqueos, pillaje, esclavitud y pestilencia que el tratado de Tordesillas contribuyó a fomentar en las tierras conquistadas”1.
Esto es, despachando la gran empresa de España en la Historia del Mundo como algo esencialmente perverso; insinuando como deseable una hipotética guerra entre España y Portugal; negando la Hispanidad del continente americano mediante el uso del término “Latinoamérica”; y evitando toda mención al levantamiento por los españoles de grandes ciudades, hospitales, escuelas, universidades y catedrales; y olvidando las Leyes de Indias, o la labor de los misioneros fijando la gramática de las lenguas indígenas… Deformando, en definitiva, la Historia, para aferrarse a sus prejuicios2.
Por descontado –¡qué boda sin la tía Juana!–, Marshall subraya la importancia decisiva de la derrota de la “Armada Invencible” en 1588: “España había perdido su reputación como la mayor Armada del mundo”3… aun cuando en realidad este episodio resultó irrelevante tras el desastre de la “Contraarmada” inglesa apenas un año después, la derrota inglesa en Cartagena de Indias en 1741 o el fracaso de las sucesivas tentativas inglesas de invasión de Hispanoamérica por el Río de la Plata en 1806 y 1807. Hitos que habría sido interesante mencionar para que el lector pudiera entender cómo y por qué, “inexplicablemente”, Hispanoamérica y Filipinas continuaron siendo españolas hasta bien entrado el siglo XIX, por qué Estados Unidos está cuajado de topónimos españoles o por qué a día de hoy más de seiscientos millones de personas hablan español en el mundo.
Tim Marshall asume la leyenda negra y contribuye a perpetuarla4, y lo hace de forma consciente e insidiosa. Porque no se trata sólo de negligencia o ligereza en el tratamiento de los asuntos, que también, sino que la selección de lo anecdótico y su elevación a categoría, las omisiones, el encadenamiento de ideas, el tono empleado y las conclusiones alcanzadas revelan un planteamiento determinista. Como si toda la Historia siguiese un cauce “natural” siempre favorable a unos “elegidos” –casualmente británicos– y éstos pudieran reevaluar, distorsionar, construir y establecer la realidad histórica a voluntad, en cada momento, y conforme a los intereses del presente. Algo muy orwelliano, que denota una mentalidad infantil y tiránica, pero que, lógicamente, no se sostiene.
Otro tanto sucede, por ejemplo, cuando Tim evalúa la España actual, cuestionándola siempre según la perspectiva de sus enemigos internos y legitimando cualquiera de sus reivindicaciones. Así, no duda en tomar partido a favor del separatismo etnicista vasco, por ejemplo, cuando invoca un “alzamiento vasco de la década de 1630”5, y asume la existencia de una “nación catalana” en 1640: “Si los catalanes luchaban por su país, apoyarían al Ejército español”6. Contrapone España y libertad cuando afirma: “Los últimos vestigios del viejo imperio se liberaron en 1898”7 o cuando justifica el golpismo separatista apoyándose en su argumentario: “En 1933 llegó al poder un Gobierno de derechas que de inmediato revocó las políticas de su predecesor, por ejemplo, la concesión de mayores libertades para Cataluña”8. Sin mencionar en ningún momento que Francesc Maciá dio un Golpe de Estado nada más proclamarse la Segunda República el 14 de abril de 1931; presuponiendo una ausencia de libertades en Cataluña e, implícitamente, una opresión centralista; soslayando que Cataluña ya gozaba entonces de privilegios respecto al resto de regiones; que la concesión de nuevos privilegios implicaba la destrucción del principio de igualdad de los españoles; sugiriendo acaso una falta de legitimidad al Gobierno Lerroux y la CEDA por ser de derechas; y evitando cualquier alusión al posterior Golpe de Estado del PSOE y los separatistas catalanes de Lluís Companys en octubre de 1934.
Marshall enmaraña los hechos que llevaron a la Guerra Civil, difuminando por completo la responsabilidad de la izquierda en su gestación: “En 1936, en medio de una ola de huelgas, una represión brutal y una economía en ruinas, se celebraron otras elecciones. Esta vez, la izquierda recuperó el poder mediante la coalición del Frente Popular”9. Sin aclarar quién fomentó tales huelgas de carácter revolucionario y extremadamente violentas; en qué consistió exactamente esa represión brutal a la que alude; en qué circunstancias excepcionales se celebraron los comicios y quiénes conformaban el Frente Popular. Porque estas cuestiones son sumamente relevantes y, por lo pronto, desmienten la idea de una izquierda democrática y todo su relato posterior.
Sin una sola referencia a los reiterados llamamientos a la Guerra Civil por parte del líder del PSOE Francisco Largo Caballero; ni al carácter programático de la Revolución como paso previo a la implantación de la dictadura del proletariado… ni palabra sobre la argucia estalinista consistente en denominar a los comunistas “antifascistas” para hacer pasar por “fascista” a cualquier opositor10. Es más, Tim etiqueta al bando nacional como “fascista” (p. 384) y al régimen de Franco como “totalitario” (p. 385), mientras concede el título de “guerrilleros” y “rebeldes” a los terroristas comunistas del maquis (p. 382). Y hasta tal punto tiene interiorizada la ilusión maniquea de una España malvada y unas regiones oprimidas, que privilegia la preexistencia de otras identidades frente a la artificialidad de “lo español”11, y la mayor “amenaza” que advierte no es el debilitamiento de España por la corrupción política, la subordinación de las instituciones al Partido, la destrucción de la división de poderes y una posible “balcanización”…sino una hipotética involución antidemocrática: “España cuenta con una larga tendencia antidemocrática que, dadas las circunstancias adecuadas, podría regresar”12.
Aunque alguien capaz de denunciar la abolición de “las leyes liberales de los republicanos” (sic., p. 380); o de afirmar que Franco “no podía promover un club como el F.C. Barcelona” (sic., p.381), naturalmente, puede afirmar lo que sea que se le antoje.
En la línea de otros británicos “antifascistas” como Raymond Carr, Paul Preston o Ian Gibson, Tim Marshall adopta una postura partidista para justificar la derrota del ejército rojo, empezando por asumir la trampa de identificar la Segunda República con el Frente Popular: “Las fuerzas republicanas estaban agotadas y se habían quedado sin reservas de alimentos debido a los bloqueos y a los tres millones de refugiados que habían huido de la salvaje represión de las fuerzas de Franco en los territorios conquistados”13.
Palabras furiosas que Marshall reserva en exclusiva para el bando nacional, soslayando cualquier mención a la matanza de Paracuellos –la mayor de la guerra–, a las más de trescientas “checas” de Madrid o al “Terror Rojo”; a despecho de los innumerables testimonios y miles de páginas publicadas sobre la cuestión. Es más, Tim manifiesta su empatía por unos –“tras la entrada de Franco en Barcelona, muchos no pudieron dormir esa noche temiendo la inevitable venganza franquista” (p. 380)–, pero no tiene una sola palabra para describir el miedo o solidarizarse con las víctimas del bando nacional. Y asume el relato zurdo que contrapone a Franco y la dictadura con la República y la democracia: “(las de 1978) fueron las primera elecciones democráticas desde 1936” (p. 386). Por lo visto, Marshall tampoco ha tenido tiempo para informarse de que la Segunda República secuestrada por el Frente Popular no era una democracia… y no ha podido o no ha querido leer “El Terror Rojo”, de Julius Ruiz; “La Guerra Civil Española”, de Stanley Payne; “Una isla en el mar rojo”, de Wenceslao Fernández Flórez; “Madrid, de corte a checa”, de Agustín de Foxá; “Asalto a la República”, de Niceto Alcalá Zamora; “El Gran Terror”, de Robert Conquest; “Checas de Madrid”, de Tomás Borrás; “La revolución española vista por una republicana”, de Clara Campoamor; “1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”, de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío; “Violencia roja antes de la Guerra Civil”, de Sergio Campos y José Antonio Martín; “1917: El estado catalán y el soviet español”, de Roberto Villa García; o “El terror rojo y la guerra de España”, de José Piñeiro Maceiras… entre otros. De hecho, no cita ninguno en su magra bibliografía.
Ahora bien, si Marshall justifica el aislamiento de España tras la victoria de las potencias imperialistas capitalistas y comunistas tras la II Guerra Mundial, por no tratarse de un régimen “democrático”, ¿cómo es que también niega a la España democrática legitimidad para defenderse? ¿Qué es eso de hablar de “boicot al referéndum”14 del 1 de octubre de 2017, pasando por alto que todo “el procés independentista” era ilegal e inconstitucional? ¿A qué viene eso de que “el país dio muy mala imagen”15 por impedir un Golpe de Estado? ¿Por qué Marshall sugiere que una Cataluña independiente que no fuera aceptada en la Unión Europea podría adherirse a la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio) junto a Reino Unido?16
Oportunamente equidistante cuando se trata de la España democrática y unos movimientos separatistas antidemocráticos a los que concede la representación de sus regiones; propenso a la caricatura disfrazada de alegre frescura; despreciando la verdad histórica conocida en favor de un relato predeterminado en virtud de prejuicios muy acendrados, hasta el punto de no ser capaz de contrastar hechos sobradamente documentados… Marshall desecha, manipula, tergiversa, escoge, ordena y concluye sin preocupación alguna por la verdad histórica y haciendo acopio de un nutrido catálogo de mentiras y medias verdades. Un tipo que se nos presenta en la solapa de sus libros como una “autoridad”, pero que tan sólo es un periodista a sueldo de algunos de los medios de comunicación anglosajones más desprestigiados por su hipocresía y su alineación globalista: The Guardian, The Independent, The Daily Telegraph, BBC, LBC (London Broadcasting Company)17 o Sky. El elevado número de veces en que Marshall apela al “cambio climático” a lo largo del texto (en casi todos los capítulos) y la forma de hacerlo, escudándose en “los expertos” y “la Ciencia”, le delatan: “Buena parte de los expertos climáticos coinciden…”18; “pero la ciencia coincide en que…”; “el cambio climático ha agravado las frecuentes sequías”19; “debe afrontar los desafíos del cambio climático”20…
Con todo, el presente análisis no pretende ser una enmienda a la totalidad. Como diría Cervantes, no hay libro malo que no contenga algo bueno… y esta crítica se ciñe, fundamentalmente, a la falta de rigor del autor en lo que toca a España. Podemos entender que la vía más sencilla para ser considerado un buen inglés y prosperar por la vía rápida, aún hoy, exige manifestarse furibundamente anticatólico. Y que la tentación por medrar, ser reconocido y ganar dinero puede hacer olvidar el camino recto para alcanzar tales metas. No obstante, los atajos, o disponer de poderosos altavoces mediáticos para sentenciar como si se tuvieran los conocimientos para hacerlo no convierte la mentira en verdad ni sirve para obtener el respeto de las personas con cerebro y estudios.
Sentir el poder de tutelar a otros desde una atalaya en nombre del Imperio Británico tal vez le produzca a Tim una íntima satisfacción y, sin lugar a dudas, le proporcionará pingües beneficios… pero un propagandista disfrazado de divulgador no es ninguna “autoridad”, aunque así lo afirmen los medios para los que trabaja y Wikipedia. Y envolverse en la bandera de la democracia, la libertad y demás trucos de tahúr, no blanquea el hecho de que Marshall es un esbirro del Globalismo, esto es, del mayor y más perfecto proyecto totalitario de la Historia de la Humanidad.
Filípides 15-02-2025
1 El poder de la Geografía, Editorial Península, Barcelona, 2024, capítulo 9, “España”, p.372.
2 Siguiendo la costumbre inglesa, la mayoría de referencias y fuentes historiográficas también son inglesas, con la consiguiente perpetuación de errores, inexactitudes y prejuicios. Por descontado, Marshall ignora los libros de Julián Juderías, Elvira Roca, Iván Vélez o José Luis López-Linares y los trabajos de los hispanoamericanos Marcelo Gullo, Juan Miguel Zunzunegui o Patrico Lons. Pero también demuestra desconocer la obra de los hispanistas estadounidenses Stanley Payne, Charles F. Lummis o de la sueca Inger Enkvist.
3 Op. Cit., p. 375.
4 Tim insiste en la contrastada falsedad de los “ochocientos años de dominio musulmán en Iberia” (p. 370), pese a admitir que “en 1250 casi toda Iberia volvía a estar bajo dominio cristiano” (p. 369); asume la leyenda rosa sobre la convivencia pacífica de las tres culturas bajo el califato y habla del “esplendoroso legado” del Islam… contraponiéndolo con la Inquisición y lamentando la singular profundidad del antisemitismo en España. En cambio, cuando se trata de Gran Bretaña no sólo es capaz de evita rozar siquiera su proverbial racismo, sino que hasta se detiene en la labor de la Marina real ¡en la liberación de esclavos! (p. 178). Un doble rasero que se revela especialmente odioso, por ridículo y pueril, cuando habla de su querida Inglaterra ateniéndose a planteamientos maximalistas: que si “la resistencia de Asterix frente a los romanos no tiene punto de comparación con la de los britanos celtas” (p. 165); que si “la Magna Carta de 1215 fue el principal documento constitucional de la historia” (p.168); que si su “poder sin igual” (p. 175); que si su “flota de alcance planetario” (p. 177); que si sus “recursos de inteligencia formidables” (p. 180)… En fin…
5 Op. cit., p. 375.
6 Ibíd., p. 375.
7 Id., p. 378.
8 Ibíd. p. 378.
9 Id., p. 379.
10 Una fórmula detallada por testigos privilegiados como Solzhenitsin o Barmine, que permanece vigente hoy día en países como Venezuela o España. Bajo la acusación de “fascistas” fueron exterminados los eseristas, o socialistas revolucionarios en los albores de la Revolución soviética; los kulaks o pequeños terranientes; la vieja guardia del Partido en los juicios de Moscú de 1936, 1937 y 1938; y, finalmente, los anarquistas. En España, el asesinato de los líderes anarquistas Durruti y Andreu Nin, y la guerra declarada por los comunistas contra los anarquistas en mayo de 1937 se justificó del mismo modo.
Otro ejemplo: La República Democrática Alemana se refería al muro de Berlín como “muro de protección antifascista”. Más de doscientos alemanes orientales fueron asesinados por la muy “democrática” RDA intentando saltar el muro para huir al oeste.
11 Op. cit., p. 366.
12 Id., p. 363.
13 Op. cit., pp. 379-380.
14 Id., p. 392.
15 Id., p. 394.
16 Id. p. 395.
17 Perteneciente a Global Media & Entertainment, fundada por Ashley Daniel Tabor-King (Taborosky) y dirigida actualmente por Simon Pitts. Global es el grupo de radio comercial y publicidad exterior más grande de Europa y la segunda emisora de noticias más importante de Reino Unido tras la BBC.
18 Op. Cit., capitulo 7, “El Sahel”, p. 305.
19 Capítulo 8, “Etiopía”, p. 354.
20 Capítulo 8, “España”, p. 399.
Autor
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