La también denominada Benemérita, se creó animada por su fundador, y quienes le respaldaron, con un espíritu y sello militar, dotándola de unas normas y esencias muy especiales, y con el único fin de erradicar la delincuencia en el medio rural; además, y sorprendentemente, en un momento histórico nada fácil como fue nuestro penoso siglo XIX, ese que “quisiéramos borrar de nuestra historia” (Franco dixit). Con el paso del tiempo y su buen hacer gracias a su muy estricto apego a sus esencias fundacionales, la Guardia Civil fue consolidando un prestigio tal, que la convirtió en algo muy especial para España y los españoles de bien; tanto como para los de mal, ya me entienden.
Para cuando llegó el que posiblemente es el momento más decisivo de nuestra historia por sus muy especiales circunstancias incluso con respecto a otros también muy importantes, es decir, 1936, la Guardia Civil se hallaba profundamente dividida porque buena parte de sus efectivos, mandos y guardias se habían dejado contaminar por las ideologías revolucionarias destructivas incluso de ella misma por ser radicalmente contrarias a su carácter, normas y esencias, pareciendo mentira que los infectados no se dieran cuenta de que con ello iban a provocar la propia extinción del Cuerpo; que es lo que buscaban los partidos de aquel antinacional Frente Popular. Por eso hay imágenes de la época y comportamientos que aún hoy chirrían hasta hacernos vomitar. Su desaparición en la parte de España que quedó bajo la tiranía frentepopulista nos da la razón. Su acreditado heroísmo en el bando nacional, debido sólo y exclusivamente a que sus protagonistas se pegaron como lapas a los fundamentos originales que le dieron vida, fue lo que la salvó de que el Caudillo la disolviera para siempre al acabar la contienda.
Durante la etapa de gobierno del Generalísimo, la Guardia Civil alcanzó un prestigio inconmensurable debido no sólo a su actuación durante la guerra, sino sobre todo por su gran y eficaz lucha contra el terrorismo socialista y comunista en el medio rural, que fue donde más se dio y mayores estragos causó, y por su también demostrada eficacia en la persecución de la delincuencia en ese su medio natural. Años aquellos de servicio y sacrificio que, por múltiples e inusitados ejemplos, causaron admiración sin par, acrecentando una aureola insigne elevando a la Benemérita al cenit de su máxima consideración entre los españoles.
Con la llegada de la partitocracia monárquica o monarquía partitocrática, la Guardia Civil comenzó a ser objeto, nuevamente, como lo había sido durante el primer cuarto del siglo XX, de los partidos que ahora, como entonces, formaban de nuevo ese Frente Popular cuyos objetivos antinacionales son los mismos que entonces, de los que nunca han renegado, como tampoco de su criminal historia, entre los cuales se encontraba destruir a la Guardia Civil, a la que profesaban y profesan un odio visceral debido a un profundo resentimiento por considerarla pieza clave en su derrota de entonces. Aquel famoso “descubrimiento” de la Guardia Civil por parte del PSOE cuando llegó al poder, consistió en que vio la posibilidad de que, desde tal posición, hacer con dicho Cuerpo lo que quiso en su día, sólo que, en esta ocasión, de forma más inteligente, hábil y, por ello, eficaz, o mejor decir letal, es decir, desnaturalizándola, poniéndola a su servicio.
Con el PSOE comenzaron a inyectarse en la Guardia Civil los males que, con el tiempo, pues no en balde han pasado ya cuarenta años, y, todo hay que decirlo, con la colaboración cobarde y ladina como siempre, pues es su seña de identidad, del Partido Popular, llegó a la Benemérita su desmilitarización, sindicación -no son “asociaciones”-, la asunción de la ideología de género (degenerada), la excitación de ambiciones personales desmedidas, las del propio Cuerpo saliendo de su medio rural fagocitando (incluso con malas artes) competencias de otras instituciones (militares, policiales y civiles), la mediocridad y falta de competencia de sus componentes de todo nivel y, lo que es peor, o mejor decir la causa de todo ello, su desapego de aquellos valores, esencias, fundamentos, normas y fines que la dieron vida. Su derrota ante el terrorismo etarra, así como ante la delincuencia, su sumisión al sectarismo partidista, su conversión en una especie de “Estado” dentro del Estado, la han corrompido no siendo hoy ni la sombra de lo que fue, viviendo de los réditos de aquel prestigio bien ganado que conserva sólo por inercia y entre esa parte de españoles que no se enteran, porque no se quieren enterar, de a dónde nos llevan con la ayuda, precisamente, de su estúpida ingenuidad o ignorancia voluntaria.
Con lo anterior, que es una realidad comprobable, para quien no quiera engañarse, no digo que no haya entre sus miembros mandos y guardias que no se hayan dejado contaminar y corromper -la corrupción, en sus diversas facetas, en la Guardia Civil hay que verla para creerla-, en absoluto, lo que ocurre es que son minoría y sus posibilidades de influir para bien prácticamente nulas porque además de sufrir el acoso de la mayoría, tienen en contra a buena parte de los mandos, especialmente a los que llegan a los niveles superiores.
Lo ocurrido en Barbate, si se analiza bien, es el resultado -uno más entre muchos ya acaecidos y de otros que pueden volver a suceder- del cúmulo de despropósitos de la decadencia que la Guardia Civil sufre desde hace mucho por las razones apuntadas. Podrá conservar de cara a la galería, y gracias al postureo y sentimentalismo que nos invade y domina, un prestigio que, por mucho que se quiera, no corresponde ya a la realidad, es ficticio. Así, cuando vemos al Gral. Santiago en la Moncloa monitorizando críticas al dictador Sánchez, al Col. de los Cobos dejando que las turbas secesionistas se adueñen de las calles y destrocen los vehículos abandonados por sus guardias (armamento incluido) o se permita por interés sectario la proliferación del tráfico de drogas mientras dedican sus efectivos a facilitar la invasión de inmigrantes, vuelven a nosotros aquellas imágenes de guardias civiles desarrapados junto a socialistas y anarquistas malencarados, puño en alto, rapiñando bienes, o la de sus mandos departiendo amigablemente con asesinos de guante blanco como Companys, Largo Caballero, Prieto o Negrín, luciendo estrellas rojas de cinco puntas.
Así pues, no sé si, en vez de Benemérita, a la Guardia Civil habría que denominarla ya, y hasta que cambie, lo que sólo conseguirá volviendo a sus esencias fundacionales, la Malamérita.
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Sirva como añadido a este excelente artículo, un recuerdo al capitán Cortés y a todos los hombres y mujeres que protagonizaron la heroica resistencia en el Santuario de Santa María de la Cabeza. Aunque se intente borrarlo por todos los medios.
Procedo del medio rural, y allí un Cabo de la Guardia Civil era el Comandante del Puesto de la Benemérita.
Y bastaba con la sola presencia de la pareja de guardias civiles en cualquier lugar, para que hubiera paz y orden.
¡Que tiempos aquellos, que, por desgracia, ya no volverán!