04/07/2024 03:59

Carlos Marx en su libro “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel” dice “La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo”

Según Marx, el ser humano no es más que mera materia. Él fue un ateo consumado y promovió la violencia para eliminar la propiedad privada, a la que consideraba la causa esencial y última del sufrimiento humano. Como resultado de sus ideas, ha habido, en el mundo, treinta regímenes marxistas que han sido todos regímenes criminales, y que han usado sin escrúpulos las armas y el asesinato para llegar al poder y mantenerse en él. Se les atribuyen entre 100 y 150 millones de víctimas en apenas cien años de existencia. A su lado los crímenes religiosos de los 2000 años de la era cristiana resultan casi insignificantes.

Ahora bien, una cosa es el marxismo y otra el ateísmo. ¿Es el ateísmo criminal? No. El marxismo utilizó su concepto ateo para justificar la eliminación de todo aquel que fuera un obstáculo para el “progreso social” Pero otros ateos, como Feuerbach o Proudhon, tuvieron una firme creencia atea personal que rechazaba el tratar a los demás como mera materia, que se pudiera pisotear o eliminar en aras de los ideales de transformación social.

Feuerbach, que había inspirado el ateísmo a Marx, consideraba que la religión era negativa para el ser humano pues le llevaba, por un lado, a tener creencias religiosas meramente para refugiarse en ellas y, por otro, a justificar conflictos gravísimos con quienes tuvieran otras creencias religiosas diferentes. Conviene tener presente que algunas actitudes religiosas totalitarias habían llevado a constituir opresivas teocracias, que incluían sacrificios humanos, como fue la cultura mexica que encontró Hernán Cortés cuando llegó a México. Pero también el absolutismo religioso en Europa dio lugar a las guerras de religión y a la quema de brujas, con mayor intensidad en el área protestante. Asimismo, el Medio Oriente y el Mediterráneo se vieron envueltos en las sangrientas guerras que derivaron de su invasión y conquista por el naciente islam.

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Hoy en día ese tipo de pensamientos religiosos totalitarios y opresivos han desaparecido en gran medida, salvo en ciertas áreas de fanatismo islámico que perjudican la evolución del islam hacia posturas respetuosas con las otras religiones. El cristianismo también mantuvo, prácticamente hasta el siglo XX, una actitud de intolerancia religiosa que le impedía dar prioridad al mensaje esencial de Jesus, el amor al prójimo. También es una pena que una parte clave del mensaje de Jesús sea considerada como apenas simbólica. “Arrepentíos porque el Reino de Dios se ha acercado” y “venga a nosotros tu Reino”.

Imaginemos lo revolucionario que sería si los cristianos pudiésemos tener razones para creer que ese Reino de Dios fuese una utopía realizable. Hemos visto la transformación que ha experimentado el mundo entero, en lo tecnológico, lo económico y lo social. El nivel material de vida es muy superior al de antaño, en la práctica totalidad de países del mundo, y el nivel de libertades y derechos muy alto en muchos de ellos. ¿No cabría extender este progreso a todos los países e incluso ir más lejos?

La sociedad humana ha ido produciendo normas que regulan las relaciones personales económicas y sociales de todo tipo, a fin de dejar claras cuáles son las reglas de juego, cuyo respeto posibilitaría la convivencia y la armonía social, que vienen acompañadas por sanciones en caso de incumplimiento.

Sin embargo, en el ser humano hay un deseo de llegar más lejos y de que esa aludida convivencia y armonía se hagan realidad habitual de forma voluntaria. Es ahí donde las religiones tendrían aún mucho que decir ya que ninguna rechazaría, en público, la famosa Regla de Oro: “Ama al prójimo como a ti mismo” “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”.

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¿Serían capaces las religiones de convocar un Concilio por la Paz? En 1986, Juan Pablo II organizó una memorable reunión en Asís en la que participaron una amplia pluralidad de religiones del mundo. Una reunión de esa importancia no se ha logrado repetir posteriormente. No tuvo como objetivo, ni lo debería tener hoy, el lograr un sincretismo religioso que tomara de cada una un trocito de su doctrina o de sus rituales. La clave estaría en definir el eje común de todas ellas, el amor, y derivar de ello las líneas maestras de su puesta en práctica: respeto, reciprocidad, libertad, cooperación. Una declaración de este tipo sería un firme apoyo a una auténtica paz. Tal vez no fuera exagerado pensar que entre sus conclusiones principales pudieran llegar a manifestar que el deseo de Dios, del Tao, de la Conciencia Universal, o como quiera denominársele, es que en nuestro planeta la sociedad humana llegue a constituirse como una Gran Familia Mundial en Paz.

En suma, ante la situación trágica de crisis con que se ha iniciado el siglo XXI, tal vez ha llegado el tiempo de que la Religión, con mayúsculas, juegue el propósito que tenían sus fundadores. Las religiones no deben ser opio que ayude al pueblo a soportar las miserias de este mundo sino fuente de esperanza que contribuya a revitalizar el corazón de sus seguidores y del resto de la Humanidad para construir ese ideal común anhelado.

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Uno de los mayores errores, es decir, de imposturas contra la verdad, consiste en hablar de religión en plural, lo que equivale a poner en el mismo plano el culto al Dios Uno y Trino, Santísima Trinidad, el Dios verdadero revelado y encarnado en Jesucristo Nuestro Señor, con el culto que la Revelación misma llama idolatría (nombre hoy proscrito incluso de los templos católicos), es decir, el culto a falsos ídolos o de falsos profetas.

Si solo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿por que se habla de «religiones»? Usar ese término será muy «diplomático» y muy político en el «diálogo interreligioso» ese del ecumenismo «relativista», pero nada fiel a la verdad. Al menos, el Señor no equiparó la fidelidad al Dios verdadero, al que se dirigía como Padre (Abba) con el culto de saduceos, herodianos, samaritanos, romanos, escribas y fariseos,llegando a corregirles en no pocas ocasiones a todos ellos. Tampoco es correcto afirmar que la católica es la «unica religión verdadera», como si hubiese más «religiones», porque la católica es la única religión, sin más. Aficiones, como cultos, habrá muchas, religión una. Fuera del Nombre de Cristo, el Único en el que podemos ser salvados, no hay religión. Y Cristo fundó solo una Iglesia, la Católica Apostólica en san Pedro, no miles de ellas, como los seguidores de Focio y Cerulario y los de Lutero, Calvino y otros iluminados y cismáticos más.

Como consecuencia, NO hay ni NUNCA ha habido «crímenes» religiosos. Ojo. Nunca ha habido crimen alguno en NOMBRE de Jesucristo Nuestro Señor, aunque su Santísimo Nombre se haya utilizado de modo blasfemo por protestantes, ortodoxos, anglicanos y otras sectas, que no «religiones», así como por parte de algunos anticristos dentro de la Iglesia Católica, como nos enseña en su epístola primera san Juan.
Por tanto, no es un crimen el diluvio universal en tiempos de Noé, ni la destrucción de Sodoma, Gomorrah y otras ciudades de perversión, ni la destrucción de los perseguidores egipcios durante el éxodo, ni ningún justo castigo que Dios ha intentado evitar a la humanidad, pero que ésta, contumaz en el ateísmo, se ha ganado por su maldad persistente.

Lo que ha habido en católicos de todos los tiempos es celo que ha llevado a la defensa, hasta la muerte de sus miembros, de la Santa Iglesia Católica Apostólica, la de Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, Verbo encarnado, en estos dos últimos milenios. Que los católicos nos defendamos de quien nos quiera exterminar por ser fieles a Cristo, matar a nuestros sacerdotes y religiosos y destruir nuestros templos y culto, no se puede imputarnos ni como crimen ni como «guerra de religión», a pesar del veneno y manipulaciones que destilan nuestros enemigos, que son muchísimos, sobre todo los ateos (marxistas, masones, liberal-conservadores, ecologistas, animalistas, progreisistas, demócratas o republicanos como Azaña). Así, también el Señor manifestó celo expulsando y fustigando a los mercaderes del templo de Jerusalén, algo que solo los judíos escribas y fariseos le reprocharon con una hipocresía enferma propia de políticos que ven peligrar su puesto.

El ateísmo es el asesinato del alma propia y ajena si se enseña a rechazar a Dios a otros (especialmente a los más pequeños, a niños y niñas que tienen un corazón puro), digan lo que digan. El ateísmo es la negación de Dios Nuestro Señor y nada ha hecho más daño que el rechazo a Dios desde Eva y Adán en adelante. NO hay un mal sobre la faz de la tierra que no venga del ateísmo, pues el ateísmo llega a hacer pecar al que no es ateo incluso. Después de todo, ¿no es una sospecha contra Dios suscitada por el Maligno la que dio origen al pecado original del que se derivan todos los demás pecados? El ateísmo es veneno del alma. Ni los más locos pueden ser ateos en serio. Incluso la Biblia no considera la posibilidad del ateísmo, citando solamente en un par de salmos en los que afirma aquello de: «Dice el necio, «no hay Dios»…». NO hay maldad mayor que negar a Dios y enseñar a otros a rechazarle y negarle. Y Dios, que tanto amó al mundo que envió a su Hijo para que se pudiera salvar con Él y por Él, perdona todo pecado excepto uno, el pecado contra el Espíritu Santo, Espíritu de Verdad. ¿Quién se creen los ateos que son para negar al Creador, al que ha muerto en la Cruz incluso por ellos?¿Acaso se consideran mejores que todos los santos y santas de la historia?¿Qué frutos ha dado el ateísmo y qué frutos ha dado la santidad en comparación? El ateísmo es soberbia ciega y cerril propia de los que no pueden soportar no ser ellos el objeto de culto de los demás, de los que no pueden soportar pensar en el Año de Gracia en el que vivimos y por el que vivimos. Y el pecado contra el Espíritu Santo no es sino el hecho de no atribuir la Bondad infinita a Dios y, por el contrario, desconfiar con terquedad extrema de Él henchido de soberbia, como hicieron los judíos que, viendo sus milagros con sus propios ojos, le acusaban de hacerlo en nombre de Belcebú, nada menos, atribuyendo al Bien el mal. Un ateo contumaz no tiene otro destino que el infierno eterno, por soberbio empedernido, por no tener la humildad de reconocerse criatura mortal, finita, débil y limitada necesitada de Dios. Soberbio es precisamente el sinónimo verdadero del ser ateo. Por culpa del ateísmo ha habido muchísimas más desgracias a la humanidad, guerras, odio, falsas doctrinas, ideologías, persecuciones a justos y fieles, destrucción, esclavitud y maldades de todo tipo que por ningún otro tipo de ser. Y entre los más abyectos crímenes del ateísmo tanto en número como sadismo y locura, figuran los del ateísmo marxista y democrático, al fin y al cabo éstos no son más que los ateísmos más radicales y definitivos (si persisten mucho, no habrá salvación para nadie) pero solo han sido vomitados por el infierno en los dos últimos siglos, tras la atea Revolución francesa madre prostituida de la democracia, los dos siglos de mayor rechazo a Dios, los de mayor ateísmo, culminación de rebeldías contra Dios de siglos precedentes (monarcas franceses que llevaron rehén la jerarquía a Aviñón, Renacimiento antropocéntrico, rebeldías contra Dios de Lutero y otros, protestantismo, anglicanismo, iluminismo, racionalismo ateo (razón enferma y corrompida), positivismo (engaño de hechiceros), cientificismo (de desdecirse cada pocos años con cada nueva «investigación») y una larga lista de fracasos a cual cada vez más estrepitoso hasta hoy, todo por no tener la humildad de recurrir a Dios.

Con respecto al Reino de Dios que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro, la oración que el Señor mismo nos enseñó cuando sus apóstoles le pidieron que nos enseñase a orar, no se puede pretender que ninguna criatura o grupo humano, por muy fiel a Dios que sea, lo implante por su propia voluntad en una especie de «mesianismo político». El Reino de Dios llegará por Santísima Voluntad de Dios, no será traído por poder humano ninguno, ni siquiera por su propia Iglesia Católica sin contar con Dios. Sin Dios no podemos hacer nada. Esto es necesario repetírselo una y otra vez todos los días para combatir la autosuficiencia, egolatría y endiosamiento en la que ha caído el hombre como consecuencia de tanto ateísmo y tanta falsa doctrina de falsos profetas y doctores. Sin la Gracia de Dios, no habría más que mal sobre toda la tierra. Por eso es necesaria la vida de fe, oración y sacramentos, para atraernos la Gracia de Dios. En esa vida de fe, oración y sacramentos está nuestra gota, nuestra parte. Todo lo que podamos lograr de bueno se lo debemos a Dios, ningún mérito es nuestro, siervos inútiles. Incluso entre muchos católicos, por desgracia, está extendido el engaño pelagiano según el cual hay que implantar con esfuerzo y voluntad propia ese Reino, como si estuviera en nuestras manos, como si dependiese de nuestra voluntad de hombres traerlo, como si nos bastásemos con nuestra acción «política» para ello. Esto era precisamente lo que pensaban los judíos del mesías esperado, que fuera un líder político que les librase de las legiones romanas y que les llevara al poder a ellos como ministros y plenipotenciarios del gran Israel al que rendirían culto todas las naciones, ante el que todas las naciones se postrarían. Y como no satisfizo sus expectativas, como Cristo no vino para ser presidente de gobierno rey de Israel, lo crucificaron. Craso error es el pelagianismo o mesianismo político ese que ha llevado a experimentos sociales devastadores para vidas y almas durante siglos y siglos.
Y los papas, siempre con la buena intención y voluntad de la paz, bien saben que no puede más que quedar todo en un gesto de buena voluntad con los no creyentes, pues el hombre no puede transgredir lo que Dios estableció con la caída de la humanidad por causa del pecado original, que fue, ese sí, voluntad libre del hombre. Nunca dejará de haber enemistad entre la estirpe de la mujer y la de la serpiente, luego olvídese quien piense en la paz que no sea la que Dios da, interior. La vida es milicia. Adivínese a qué estirpe pertenecen los que están adscritos al ateísmo. Nunca dejará de parir la mujer sin dolor y de ser dominada de uno u otro modo por el varón. Así no lo quiso Dios, sino esa voluntad de transgredir su mandamiento inicial, de hacer mal uso de la libertad. Nunca dejará de haber espinas y abrojos por «retribución», es decir, falta de buen fruto al trabajo duro y bien hecho, injusticias, codicia, robo, abusos, maldad entre hombres que se ganan la vida o que aspiran a ganar lo de otros incluso. Nunca dejaremos de morir debido a nuestros pecados. Nunca hasta que Dios, por su Infinita Misericordia, que no por nuestro merecer, que son todas esas penas, le ponga fin por su Santísima Voluntad, que no por la nuestra. Por eso se debería recurrir más a Él: «Venga a nosotros tu Reino, hágase Tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo…». Y no la voluntad de los que quieren un reino a su conveniencia.

Surreal

Con sus dogmas, su catecismo y sus sectarizados fieles el Marxismo es la mayor religión Laica cuyo objeto de culto es el supuesto bien común

Surreal

¿Es que el marxismo no es una religión laica, con sus dogmas y catecismo?

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