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Nadie quiere este antídoto de la soberbia que es el dolor, físico o moral. Entre otras cosas porque si el dolor lo siente todo el mundo, la soberbia no, por lo instalados que están mucho en ella, con su ceguera voluntaria. Será difícil encontrarle alguna ventaja del dolor, así de entrada, cuando, lo quieras o no, no te vas a poder librar de él. El dolor no es bueno ni para el cuerpo ni para el alma, porque Dios es el bien y no nos da los dolores, ni le gusta que los tengamos. El dolor sólo lo conoce quien lo sufre y el otro que no, al que le pasa de lejos, puede hablar de cuanto ignora. El que no cesa de sangrar por la herida es el único que entiende que su vida se está acabando. El otro mira al final  para otra parte y se hace el sueco. El dolor nadie lo quiere al igual que nadie puede evitarlo. No hay mejor escuela espiritual que las de la fuente del dolor.

El dolor se halla en el origen de todas las virtudes y de todas las acciones heroicas, porque a todos los grandes, héroes o no, termina matándolos el dolor, y no digamos la crucifixión de Cristo. Nada grande existe sin amargos días de prueba, sin penosas purificaciones, sin una dosis de lágrimas o de sangre que cuesta alcanzar todo en la vida. Desde los dolores del parto hasta los de la muerte la vida es una cadena de dolores que tratamos de alejar por no ser deseables. Pensemos en el dolor de una mala convivencia marital que genera otros problemas. Hay tantos dolores de los que no podemos librarnos que no hay más remedio que aceptarlos, cuando muchos, siendo mundanos, se podrían evitar. Por ejemplo los del tráfico rodado. Son los ruidos del hombre. Y habrá que contar también como origen de la misma fuente, la pandemia del Covid 19 salido del comunismo chino, o la guerra de Ucrania que salió de un sátrapa y puede traer la tercera mundial, y la hambruna, un gran dolor social letal, en el que los  votantes no reparan.

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Así a bote pronto el diccionario de la RAE, nos da las tres primeras acepciones del dolor, que son: -Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior. -Sentimiento de pena y congoja. -Dolor de corazón. Sentimiento, pena, aflicción de haber ofendido a Dios.

¡Por Dios lo que dice el diccionario oficial de ese personaje que borraron del mapa! «Dios ha muerto», según Nietzsche, Hegel, y Dostoievski. Los católicos se apresuran a rezar por la conversión del Papa, por la del nefasto gobierno, por las amenazas que se ciernen sobre la Humanidad. Esto no ha ocurrido nunca, cuando rezan hasta en los escalones del Congreso de Diputados. Está todo tan feo que si Dios no existiera habría que inventarlo. No hay que dejarse cegar por el mal por mucho que amenace; encima del diablo siempre está Dios. Y nosotros, «A Dios rogando y con el mazo dando».

Si el hombre quitara de su vida el dolor sería tanto como Dios, al que se supone no le dolerá nada, excepto los pecados del mundo en su gran tribulación. La imposibilidad de librarse del dolor hace pensar al hombre que hay algo por encima de él en la Creación que nunca podrá entender, ni sustraerse al mal que le cae encima inevitablemente, ignorando de dónde le viene.

La idea que da la religión de este valle de lágrimas es la que más apunta a la poquita cosa que es el hombre y que éste nunca puede ser el primero de esta realidad que entendemos por el mundo. Él no lo creó, para empezar. Puede estar entre la eternidad y la naturaleza, entre Dios y la Nada, como eslabón encargado de transmitir y presentar el universo a los ojos de esta máquina imperfecta dotada de vida terrenal efímera que es el ser humano.

La Humanidad en su camino hacia el bien, no va tropezando de piedra en piedra, sino salvando los obstáculos que le impiden avanzar. Un bien, no fácil, pero tampoco imposible, aunque el mal se encarga de embadurnarlo y engañarlo para que sienta su derrotismo y se crea vencido. El bien siempre prevalecerá sobre las fuerzas del mal. Todo lo demás es mentira. Para algunos autores, «todo lo que nos interesa y conmueve, todo lo que nos entusiasma y admira, está amasado con dolor». La más alta misión humana no consiste, pues, en erradicar el dolor (como piensan nuestros modernos ingenieros sociales), haciendo de la vida un camino de rosas que, a la postre, nos depravaría. No existe virtud sin combate, ni abnegación sin sacrificio, ni compasión sin pena, ni perdón sin ofensa; no existe, en fin, hombre moral sin dolor. Hay que admitir que el dolor es un ingrediente esencial de nuestra naturaleza; un ingrediente que, bien aprovechado, puede convertirse en origen de todo lo bueno, verdadero y bello que somos capaces de realizar. Pero, para que el dolor eleve y enaltezca, para que pueda rendir frutos fecundos, debe ser un dolor atendido, consolado, remediado. Así, el dolor podrá ser utilizado «para perfección moral de quien lo sufre y de quien lo consuela».

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Es comprensible que no podríamos vivir sin conocer el dolor y sufrirlo, sería como un día eterno de sol en el que terminaríamos ciegos. La luz y la sombra, lo blanco, lo negro, toda la vida se rige por la gran contradicción celestial que escapa al conocimiento del hombre. Éste tantas veces no humano ni divino, sino una mala bestia peligrosa. El dolor es quien únicamente puede humanizarlo.

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