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Causas.
Primera, las décadas de malos gobiernos y peores gestores en los que ha sido tónica la corrupción y el despilfarro de todo tipo, con el único objeto de mover dinero para… quedarse parte y salir en la foto. Ello ha impedido que, llegado este momento, España haya dispuesto de las estructuras, no sólo sanitarias, sino de toda clase –administrativas, judiciales, escolares, de seguridad, militares, policiales, etc.–, capaces de hacer frente a la crisis con la solvencia debida. Responsables son desde Juan Carlos I hasta Rajoy, pasando por Suárez, González, Aznar y Rodríguez, así como sus respectivos partidos.
Segunda, la malicia, ineptitud y enanez intelectual y moral de Sánchez y demás compañeros del desGobierno frentepopulista actual, quienes, no conformes con matarnos, nos encierran, mienten, monitorizan, censuran y, en definitiva, nos oprimen imponiéndonos su totalitarismo, por otro lado, rancio y anacrónico, sólo propio de países tercermundistas.
Tercera, los años de sumisión, pasividad y aborregamiento tanto del pueblo español en general, como más aún de sus pretendidas élites, cuyo adocenamiento ha permitido las causas primera y segunda, seguros de que, tras algunos ladridos, como mucho, el perro nunca muerde.
Consecuencias.
De no cambiar la actitud citada serán las de siempre: ninguna, y todo seguirá igual de mal y aún peor, sin exigirse responsabilidades ni inmediatas ni mucho menos contundentes, y mira que las hay incluso penales, y Sánchez y los suyos se irán de rositas, es decir, permanecerán en el poder y continuarán haciendo de las suyas, o sea, de las que les estamos viendo hacer porque se lo permitimos.
La oposición, por su parte, entrando en el juego –VOX menos, pero su idea de un gobierno con González, Aznar y Díez es patética–, como siempre, apuntalando, no sólo al Gobierno, sino también a un régimen que gime bajo el peso de su propia incapacidad e inviabilidad a la espera de que alguien, de una vez por todas, le dé el empujón que necesita para dar paso a una democracia real que ponga a España en marcha, que corrija los evidentes errores estructurales (constitucionales) y administrativos existentes, que elimine la posibilidad de seguir perdiendo tiempo, esfuerzos y recursos en enfrentamientos internos artificiales e injustificados que no se permiten en naciones dignas de sí mismas, máxime sobre lo que es incuestionable y esencial: la unidad indisoluble de España, y que establezca las bases de un juego democrático verdadero en el que las urnas manden, y no los apaños.
España tiene posibilidades de sobra para volver a ser la gran y respetada nación que le corresponde. En vez de políticos de tres al cuarto en todos los escalones, mediocres hasta el tuétano, necesita gestores que miren sólo por el cumplimiento estricto de la ley y el bien común, sin ideologías cerriles y menos aún disolventes, y que, además, sepan que, indefectiblemente, rendirán cuentas y que se les exigirán responsabilidades sin paliativos.
De cada uno de nosotros depende, de esa mayoría de españoles honrados, decentes y trabajadores que, por desgracia, llevan demasiado tiempo adormecidos.
Claro que sacarlos de su letargo puede que precise, a estas alturas, de quienes, en cumplimiento de sus obligaciones constitucionales y patrióticas asumidas voluntariamente, deben dar el primer y obligado paso. El pueblo español, el verdadero, sin duda les apoyará y aplaudirá de forma absolutamente mayoritaria.
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