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Já, já, já, já, já….No, por favor, no se asusten, que no soy yo quién hace la pregunta, joder, si la hago yo y pido saber dónde está Franco, vivo o muerto, seguro que esta noche duermo en Carabanchel, pero qué coño digo si aquella cárcel se cerró porque, también, la había hecho Franco, como las Universidades laborales o el pantano de mi pueblo, no, no se asusten, que yo ya sé que no está en el Valle de los Caídos, que se lo llevaron, otra vez, al Pardo…¡vaya por Dios, al Pardo, para que la lucecita no se apague…pero ¡qué listos son!

No, no soy yo quién pregunta por Franco, sí, aquel general que perdió la Guerra Civil después de muerto, NO, quién pregunta por él es Don Manuel Azaña, el «hombre de la República», el Ministro de la Guerra que trituró el Ejército, el Presidente de la República que lloró el día de la matanza de la Cárcel Modelo (con su Jefe Don Melquiades dentro), , el que acabó pidiendo Paz, Piedad y Perdón mientras huía a pie por los Pirineos y pedía un crucifijo el último día.

Verán, hoy les voy a contar algo que he sabido por la Intrahistoria (ya que la Historia se lo ha callado como una puta, lo que es) y con Indalecio Prieto, «Don Inda» para los amigos, como protagonista. Según me contó un día mi viejo amigo Alfonso Castañón, el que se exilió a México en vida de Franco, y no por cuestiones políticas, sino porque se casó con una mexicana que no quiso quedarse a vivir en España ni a tiros (yo que fui testigo de su boda la oí decir una noche, tras una cena en «Lardhy», que ella se quedaría a vivir en España si no hubiese españoles) el borondo socialista, patrón de los exiliados españoles que llegaron a México  con el «Vita» y sus joyas, una tarde se explayó hablando de Azaña y su obsesión con Franco.

— Señores,  —decía «Don Inda», con la potente voz del mitinero de oficio— aunque no se lo crean, porque parece mentira, Don Manuel, desde que conoció a Franco, cuando le cerró «su» Academia de Zaragoza y fue a despedirse de él, en esos momentos sólo era Ministro de la Guerra, se obsesionó de tal modo con él que ya no vivía sin saber dónde estaba el «generalito», sí, así le llamaba en público para dar la sensación de que lo tenía dominado, aunque en privado temblaba sólo de oir pronunciar su nombre… Yo fui testigo, porque estaba a su lado, cuando le comunicaron que Sanjurjo se había pronunciado en Sevilla, y sin pensarlo, instintivamente, preguntó: «¿y Franco? ¿dónde está Franco…pálido,con los ojos que se le salían, y con una risita de cascabel cuando le dijeron que Franco estaba en Galicia y de pesca… «Vá, entonces –dijo– lo de Sanjurjo es un sainete, mañana duerme en el Castillo del Puerto» Franco era su obsesión.

— Pero ¿por qué, «Don Inda», por qué, si en aquellos momentos Franco sólo era un generalito, como él mismo le llamaba?

— SÍ, amigos míos, y eso mismo le pregunté yo cuando otro día me llamó para preguntarme si me parecía bien mandar a Franco a Canarias…y a Canarias por qué, yo creo que es mejor tenerle cerca, aquí en Madrid estará mejor controlado (ya sabíamos, claro está, que había ruido de sables)… 

— No, no, Prieto, déjese de hostias… a Franco lo mejor es tenerle lejos y si pudiera lo mandaba al Sahara, donde no pudiera hablar con nadie, ese hombre conquista o mata con los ojos.

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—   Pero, aquella obsesión (odio-amor-celos) por Franco alcanzó la cúspide en el mes de Julio. Recuerdo que la mañana del día 13, en cuanto le comunicaron la muerte de Calvo Sotelo, me llamó angustiado y antes de decir hola ya me estaba diciendo: «Oiga, Prieto, usted sabe dónde está Franco, aquí nadie sabe dónde está, estos incompetentes que me rodean me dicen que desde esta mañana temprano ha desaparecido…»/  Pero, Presidente (ya era Presidente de la República), por favor, olvídate de Franco, que el problema lo tenemos aquí, ojo, que me dicen que las Derechas están muy excitadas y ya hay demasiados ruidos de sables/… SÍ, SÍ, todo lo que usted quiera, pero yo sin saber dónde está Franco no estoy tranquilo…

Y ya lo del 18 de Julio fue de antología —y me contaba mi amigo Castañón que en esos momentos ya «Don Inda» se reía a mandíbula batiente—, pues en cuanto tuvimos noticias ciertas de que el ejército de África se había sublevado nos convocó con urgencia a Palacio (sí, sí, al Palacio de Oriente, porque él no podía ser menos que el Rey Don Alfonso), pero no para concretar qué debíamos hacer, si declarar ya el Estado de Guerra o qué, no, simplemente para saber dónde estaba Franco… «¡Franco, Franco …, Franco…es el peligro, hay que saber dónde está Franco, si está con ellos o está con nosotros… Prieto, usted que le conoció cuando la Guerra de Marruecos qué cree que pueda hacer… sí, sí, no se ría… Y, señores, —añadió «Don Inda»— entonces se me ocurrió gastarle una broma y muy serio le dije: «Presidente, yo creo que hay que ir preparando las maletas…/ ¿Sí? ¿Usted lo cree?/... Pues, claro que lo creo, Manolo, Franco es el demonio… pero, déjeme unos minutos que voy a hacer unas llamadas para saber dónde está Franco… y salí del despacho donde nos había reunido a Largo, a Giral, al general Pozas, a De los Ríos. a Zugazagoitia y alguien más que no recuerdo, y con  cierto cachondeo permanecí fuera un rato…¡Joder, y asomado a uno de los balcones que dan al Campo del Moro estaba cuando de pronto se oyó un zambobazo que hizo temblar las paredes…(eran los cañones que ya disparaban contra el Cuartel de la Montaña)!… y, naturalmente, me volví rápido al despacho y lo que vi me dejó «pasmao», pues el Sr. Presidente se había metido debajo de su gran mesa y sólo decía: «Franco, eso es cosa de Franco… Prieto ¿dónde está Franco?/… Pues, Presidente, siento decirle que su «generalito» ya ha aterrizado en Cuatro Vientos y viene en directo hacia aquí…»/ ¡¡¡ ESO YA LO SABÍA YO… ESE NOS FUSILA A TODOS!!!»

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En fin, amigos míos, seguro que la Historia dirá que esto es mentira, pero, la Intrahistoria lo tiene todo recogido en un cuaderno que firmó el mismísimo «Don Inda», y sellado en México, capital Federal, 22 de diciembre 1945.  Claro que ya no es sólo Azaña el que se pregunta por Franco, ya son, somos, millones de españolitos en peligro, los que cuando nos levantamos y cuando nos acostamos nos hacemos la misma pregunta: ¿Dónde está Franco?

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.