21/11/2024 11:45

La imagen es impudorosa y casi diría que sacrílega. Arrodillarse es el puesto del servidor que se sabe vulnerable, es un acto de humildad y, sobre todo, una señal de suprema adoración… Y la adoración, señora, se reserva sólo a Dios.

Ahora bien, lo más sarcástico de todo es que cuando cayera la endiosada en desgracia, los primeros que atizarían contra ella serían quienes más pleitesía mostraron. Los que sin hacer nada especial para tal calificativo, se tienen por nobles.

Hace muchos años, en una concentración de exaltación política-monárquica, vi un gesto que me causó enorme sensación. Un hombre maduro que se suponía debía estar de vuelta de todo, arrojó su abrigo al suelo para que pasará un señor al que los allí presentes aclamaban como el auténtico rey de España… O era gilipollas -me refiero al señor del abrigo- o quería algún título, aunque fuera de la dinastía proscrita.

Quienes consideran que el poder proviene de Dios, deberían considerar dos cosas. La primera, que el poder de Dios es su capacidad operativa mediante el Espíritu Santo para que vivamos como Él quiere, que es por lo que nos dio a Jesucristo, por medio del cual nos eligió para que fuéramos parte de su Reino. La segunda, que, si bien es cierto que Dios realiza Su Voluntad poniéndonos a cargo de otros, en forma parcial o total, a lo largo de la vida, esto no significa, en modo alguno, que Dios haya puesto a los españoles a cargo de Felipe VI y Leticia Ortiz, sino que hay que respetar toda autoridad legítima que con su actuar provea lo que se necesite y facilite al bien común, y de esta forma se mantenga el orden social de paz y justicia.

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Siendo de esta forma, que si el poder no es legítimo o no cumple su función de ordenación al bien común o vulnera el orden natural, ese poder no es digno de respeto, y llegado a un límite es justo prescindir de él. Y como en las sociedades civilizadas hay mecanismos para ello, necesariamente no tiene que ser por medio de una revolución, una revuelta, una algarada, sino de ley a ley, y sin salirse de la ley.

 

 

Autor

Pablo Gasco de la Rocha
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