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La América virreinal configuró un sistema político en el que las comunidades indígenas obtuvieron una protección sin precedentes en otros procesos de encuentro entre culturas. Desde el primer momento, los pueblos que se asentaban bajo la monarquía hispánica estaban tutelados por la monarquía y sus derechos estaban garantizados por las Leyes de Indias. Un funcionario real estaba destinado a preservar y defender los derechos y fueros de las comunidades indígenas. Las reales audiencias, por su parte, tenían como uno de sus principales deberes la protección de los indios.
No es de extrañar, entonces, que en los tiempos la mal llamada independencia, muchas comunidades indias se posicionaran con los realistas fieles a la península y no con una oligarquía criolla de la que sospechaban de sus ambiciones. No en vano, la monarquía hispana había producido una profusa legislación en su favor. Los próceres independentistas, por el contrario, promovía la abolición de los resguardos, los cabildos y los pueblos de indios, con el argumento de la “igualdad ciudadana”. “Ciudadanía” era una palabra muy bonita, pero implicaba la abolición de las comunidades indígenas y los fueros especiales que las protegían.
Por eso, con la única excepción de Cartagena, las provincias caribeñas de la Nueva Granada fueron fieles al rey de España y no se dejaron seducir por las promesas criollas. Desde 1813 el gobierno realista se asentó en Santa Marta siendo constantemente asediado por los ejércitos insurgentes de Cartagena y Santafé. Los realistas resistieron gracias al apoyo de los indios de los pueblos circundantes: Mamatoco, Gaira, Bonda y Ciénaga. Incluso en tierras de la insurgente Cartagena hubo levantamientos de indios realistas en las Sabanas de Corozal, en 1813. El entusiasmo de los indios fue tal que el gobierno español, en 1816, nombró capitán de los reales ejércitos al cacique de Mamatoco.
Tras años de guerra y con la causa casi perdida, todavía en 1823 guerrillas indígenas tomaron las poblaciones Ciénaga y Santa Marta. El 4 de enero de ese año se izó la bandera española en el castillo del Morro, último foco de la resistencia realista en el Caribe neogranadino. Igualmente ejemplar y la fidelidad de los indios guajiros de Riohacha a la corona española. En la región andina, la mayoría de los pueblos de indios se declararon adictos a la causa del rey. Fueron especialmente entusiastas los pueblos indios de las extensas provincias de Tunja, Cundinamarca y Antioquia.
Pero sin duda fue Pasto el distrito más fiel a la causa del Rey. Desde 1809 y hasta 1823 los pastusos contaron con el apoyo entusiasta de los 21 pueblos de indios que circundaban la población. Así, se constituyó el bastión realista más resistente. En los primeros años se enfrentaron primero a los quiteños, luego a los caleños y poco después al ejército santafereño. Años más tarde lo harían contra Simón Bolívar, durante la famosa Campaña del Sur.
Tras la caída de Guayaquil y Quito en manos de los ejércitos insurgentes, en 1823 los pastusos, comandados por Agustín Agualongo, tuvieron los arrestos suficientes para enfrentarse a Bolívar en Ibarra, y al coronel Tomás Cipriano de Mosquera en Barbacoas. Es decir, que cuando ya todo en Nuevo Reino de Granada y Quito estaban en manos de los traidores, en Pasto seguía ondeando la bandera española y el rey Fernando seguía siendo proclamado como “El Deseado”.
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