El escenario de la Asamblea de Madrid no fue el idóneo para que los socialistas disimularan los nervios con la comparecencia de su presidenta Begoña Gómez. Saben los palmeros que a pesar de todas las maniobras para tomar al asalto el Estado español, hay muchas incógnitas por despejar sin que peligre el sillón, la poltrona parasitaria que pretenden eternizar con el juego sucio que lleva practicando su jefe de filas desde que ocupó La Moncloa. Existe incertidumbre porque la matemática política no puede contar como previsible el enojo del Pueblo que se ha acrecentado después de la cobarde y fullesca gestión de la tragedia de la Dana; seguro que también chulesca para encubrir lo que es un crimen que con el tiempo describirá el porqué de la omisión de socorro y cuantos oscurantistas entresijos se evidencian cada día, con la sospecha de que la sombra de Sánchez es tenebrosa y alargada en Valencia, feudo de un Partido Popular sobrepasado por la utilización política del dolor de los valencianos.
En la comparecencia ante la Asamblea de Madrid la consigna fue armar todo el barullo posible, romper el ritmo inquisitivo de la exposición impecable como implacable de Mercedes Zarzalejo. Cumplir el mandato de ejercer de mamporreros para mezclarse la confusión con el silencio sepulcral de aquella diosa del olimpo de la corrupción que en su rostro supuraba una rabia contenida porque osaban soliviantar su egregia figura.
Las vergüenzas de Begoña Gómez esta vez se expusieron públicamente ante los medios de comunicación sin que ningún infiltrado sectario evitara que diera la cara ante las cámaras. La humillación de lo expuesto no provenía de quienes cumplían con su labor periodística, sino el objetivo silencioso que parecía no inmutarse envuelta en un velo de soberbia y vanidad ofensivos para cuantos saben lo que cuesta labrarse una carrera universitaria, cumpliendo con las exigencias y requisitos que ni por asomo ella pudo presentar para obtener una fraudulenta cátedra extraordinaria. Aquel silencio fue demoledor para puntualizar su presunta responsabilidad penal de la que deberá responder el 18 de diciembre ante el juez Peinado, incólume su dignidad y honor a pesar de los histéricos ataques de las hordas sanchistas.
Begoña Gómez salvó la situación con la cobardía propia de quien se escuda en la callada por respuesta para no auto inculparse. No perdió ninguna oportunidad para explicarse, sencillamente porque cualquier explicación conduce a la estructura corrupta con origen en La Moncloa. Todo apunta al número 1, a quien procura no darse por aludido confiando en que sus tentáculos son suficientemente largos y gruesos para controlar cualquier desgaste, siempre con cartas marcadas en la mano seguro de su ventajismo sin punición legal. Pero a pesar de que la mafia socialista funciona como una máquina del fango para convertir en un lodazal impracticable la salida de una crisis institucional provocada, el nerviosismo se incrementa cuanto más se cierne sobre Begoña Gómez la amenaza carcelaria ante las abrumadoras pruebas de haber incurrido en 4 presuntos delitos que implican directamente a su marido.
¿Confían en el muro de contención alzado con el juego sucio y en el abuso del decreto ley con fines sectaristas? Por supuesto, pero los nervios les traicionan cuando observan aterrados que el margen de maniobras trileras es cada vez menor; que los enemigos exteriores saben demasiado de la putrefacción del gobierno y que el aborrecimiento puede alzarse en un golpe de enojo social que podría provocar una avalancha de resistencia vital, cuando el enemigo de los ciudadanos no puede enmascararse más en la mentira generalizada.
La patética comparecencia de Begoña Gómez en la Asamblea de Madrid será recordada por su sospechosa callada por respuesta y por los ladridos de sus cancerberos que babean rabiosos ante la posibilidad de que se acabe el chollo. Porque al día de hoy, ni Pedro Sánchez, el director de la corrupción del PSOE, sabe cuál va ser su destino, como tampoco su mujer.
Son muchos los factores que influyen como para que siga adelante con sus trapacerías sin que se tomen medidas allende nuestras fronteras. Por muy útil que haya resultado la codicia y la mezquindad de Sánchez a sus cómplices de la Unión Europea, no sólo España sino el mundo entero no puede permitirse una aberración personal y política tan evidente como es el protagonista de su propia corrupción inocultable. Seguramente, detrás de las sonrisas que aún recibe de sus socios está la caída en cuanto se abra la trampilla de las conveniencias por donde se precipite el sátrapa por el peso de sus inicuas obras. Pero no duden de que las hordas paniaguadas, las cómodas sevicias de los parásitos sustentados por chiringuitos sectarios, intentarán un apocalipsis zombi en una España harta de este aquelarre sanchista.
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