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Lo realmente increíble de esta historia es el papel que toma a continuación el monarca español, el rey Fernando VII de Borbón. Parece ser que, honestamente, el Duque de Wellington, una vez rescatado el patrimonio expoliado por los franceses, lo envía a Londres. Allí es recibido por su hermano William Wellesley, Conde de Mornington y Barón de Maryborough, que cataloga el impresionante tesoro, y siendo el primer en tener conciencia del valor y la envergadura real del tesoro expoliado que tenían entre manos. El duque informado de esto pasa a informarle del suceso al rey Fernando VII en 1814, una vez finalizada la guerra de la independencia, y a comunicarle la devolución inmediata del tesoro a su legítimo propietario: el estado español. Lo asombroso es que, al parecer, y en un gesto absolutamente incomprensible a día de hoy, el rey español le contesta a Wellington regalándole íntegramente todo el patrimonio español robado al líder militar inglés que, según dicen las fuentes, Fernando afirmó que «habían venido a su posesión por medios tan justos como honorables«. La clase política e institucional española, toleró y alentó esta situación.
EL “REGALO” DE ARTE DE FERNANDO VII A WELLINGTON
La Última Cena, de Juan de Flandes (perteneciente a Isabel la católica)
Según muchos investigadores, las tropas francesas bajo el mandato de José I Bonaparte saquearon las joyas del Palacio Real y el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, robando un tesoro español por valor de 18 millones de francos y 22 millones de reales de la época, expoliando, entre otros, algunas míticas joyas de la corona española, tal y como la perla «peregrina».
Por medio de varios decretos, José I utilizó los bienes incautados a las órdenes religiosas para ofrecerlos a los militares más renombrados “como testimonio particular de nuestra satisfacción por los servicios que nos han hecho”. De esta manera, el mariscal Soult, comandante general de las fuerzas francesas en España, fue recompensado con seis cuadros, cinco de ellos procedentes de El Escorial. El general D’Armagnac, gobernador militar de Burgos y Cuenca, con cuatro. El general Sebastiani, que dirigió la ofensiva contra Andalucía, recibió tres. Y el general Dessolles, que tuvo un papel destacado en la victoriosa batalla de Ocaña, otros tres. Sin embargo, con quien más generoso se mostró el rey fue evidentemente con su hermano Napoleón.
De esta manera, el 26 de mayo de 1813 salieron hacia Francia 300 pinturas. Aunque el convoy estuvo a punto de ser interceptado en la batalla de Vitoria, librada en julio de ese año, los lienzos llegaron a París en perfectas condiciones. Al final, de todos los cuadros enviados, solo doce se consideraron apropiados para ser expuestos en el museo de Napoleón. El resto no se devolvió. Fueron dejados en depósito a la espera de su destino: servir como decoración para las residencias imperiales.
José I Bonaparte, Rey de España durante la ocupación francesa
Otro de los máximos responsables de este saqueo fue el francés Frédéric Quilliet. Este oscuro personaje, había llegado a España antes de la guerra, durante el reinado de Carlos IV. Al cabo de poco tiempo logró introducirse en los círculos gubernamentales madrileños trabajando como asesor artístico. Quilliet fue el encargado de inventariar las colecciones reales, en especial la del monasterio de El Escorial, de la que desarrolló un gran conocimiento, y otras importantes colecciones privadas, como la de Godoy. Quilliet logró apropiarse de muchas de las obras que estaban destinadas a los depósitos reales. Su ambición y descaro llegaron a tal punto que, en 1810, fue cesado de su cargo acusado de apropiación indebida. Entre otras atrocidades artísticas, Quilliet obligaba a sus ayudantes a borrar las señas de identificación de los cuadros para poder comerciar luego con ellos.
Venus del espejo de Velazquez. Actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres. Anteriormente perteneció a la Casa de Alba y a Manuel Godoy, en cuya época seguramente se conservaba en el Palacio de Buenavista (Madrid), de donde probablemente fue robada por algún miembro del ejército inglés.
Una manifestación artística que sufrió especialmente fue la orfebrería. Custodias monumentales, cruces procesionales, arcas, etc. fueron robados, requisados y fundidos por uno y otro bando para transformar en lingotes o monedas sus metales preciosos (Así pasó con el antiguo Retablo Mayor en plata de la Catedral de Valencia, fundido en Mallorca en 1812).
No solo fue el lucro lo que animó a la destrucción, sino también la incultura y el desprecio por todo lo que fuera del enemigo. Se dio el caso que los soldados del general Lejeune, acampados en los alrededores de Zaragoza, hicieron improvisadas tiendas de campaña para protegerse de la lluvia y el frío con los lienzos de las iglesias y conventos que habían saqueado. En otros casos fueron puertas, vigas y toda clase de objetos de madera, incluidas las estatuas, las que fueron utilizadas para hacer fuegos con los que calentarse.
Los franceses usaron como guía el «Diccionario histórico de las Bellas Artes en España» de Ceán Bermudez, un coleccionista y crítico de arte de reconocida y sobrada reputación en aquel tiempo. Esta guía que orientó a los saqueadores, sería publicada en el año 1800 y vendría a ser la puntilla de aquel tamaño despropósito; pues aquel erudito sin pretenderlo, había puesto en manos de aquella gentuza las claves para finiquitar el más grande expolio de la historia hasta la II Guerra Mundial.
Derrotado Napoleón, los vencedores obligarían a Francia a devolver lo expoliado. En el Louvre se inventariaron más de 5.000 obras de arte robadas (en toda Europa), de las cuales, el comisionado español para tal efecto, el general Álava, solo pudo recuperar poco más de 400 de ellas.
Este y otros tesoros procedentes de España se encontraban en Francia en 1940, durante el Gobierno títere de Vichy en la II Guerra Mundial. Varias obras procedentes del Louvre se habían trasladado al Museo Ingres de Montauban, para protegerlas de los bombardeos. Por entonces, Francisco Franco, se había hecho con el poder al terminar la Guerra Civil. Franco aprovechó el momento para reclamar parte de nuestro patrimonio robado, y en la lista, la primera obra de arte era la Inmaculada de Murillo arrebatada por el mariscal Soult. Para negociar con ventaja, Franco explotó la posibilidad de que España apoyara en la Guerra a la Alemania nazi. Con esta premisa, el gobierno francés cedió la venta de tan preciado cuadro de Murillo.
Y aunque la Inmaculada de Murillo fue lo primero que se negoció. Al final, acabaron vendiendo también la Dama de Elche, las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar y el Archivo de Simancas. Todo, a cambio del tapiz de Goya, La riña, y dos cuadros: el retrato de Antonio de Covarrubias, de El Greco; y el de Mariana de Austria, de Velázquez. Este intercambio «desigual» no sentó bien en el Louvre, que no volvió a retomar las relaciones institucionales con España hasta 1965.
Invasión de Francia a España
Francisco Franco junto al Mariscal Pétain
Mención aparte seria todo el patrimonio arquitectónico que los franceses destruyeron considerablemente o directamente lo hicieron volar por los aires, durante la guerra de la independencia. Un patrimonio que ya jamás sería admirado por nadie.
(NOTA: Por si alguno está pensando en que qué majos y enrollaos los ingleses, les diré que las tropas británicas, “aliadas” nuestras, también se dedicaron al pillaje entre la población sin ningún miramiento y concretamente Wellington, en una ocasión, ordenó bombardear una fábrica textil de Bejar que era competencia directa de la que él poseía en Gran Bretaña. Un angelito, vamos).
Así que como puede verse, recibimos por todos lados…
Pero al menos nos queda el consuelo de que la guerra en España acabó siendo la perdición de Napoleón. Y no es que yo lo diga, que es el propio Bonaparte quien lo dice:
Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses… esta maldita guerra me ha perdido. Napoleón Bonaparte.
La Venus del espejo de Velazquez. Una de las obras regaladas a Wellington y actualmente en la National Gallery de Londres.
¡Han pasado más de 215 años y nadie les ha reclamado nada a los Gabachos ¡
España la úlcera sangrante de Napoleón Bonaparte.
Autor
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Empresario. Licenciado en Marketing y en Dirección de Ventas. Escritor de varios libros, sin publicar, aún. Aficionado a la escritura y a la historia de España.
Caballero Legionario que fue del IV Tercio Sahariano Alejandro Farnesio, en dónde estuvo en Mando Bandera. Escogido para portar al Santo Cristo de la Buena Muerte, representando a la Xª Bandera.
Congregante del Santísimo Cristo de la Fe, Cristo de los Alabarderos y María Inmaculada Reina de los Ángeles, en la Catedral de las Fuerzas Armadas
Luchador nato por el Valle de los Caídos y sus monjes Benedictinos, por nuestro Cristo Redentor, la Familia, contra el Aborto y la Patria Grande, Unida y Gloriosa, desde la muerte del General Invicto.
Amigo, seguidor y admirador de la figura más transcendental y entrañable del siglo XX español, D. Blas Piñar, mi Caudillo, siempre junto a él, tuve el honor de aplaudirle, ovacionarle, dialogar y abrazarle, porque era mi ídolo y lo seguirá siendo por toda la eternidad. Y tengo el orgullo, que de sus magníficos libros escritos, poseo unos diez, dedicados, con cariño y con su pluma de oro, como escritor en la excelencia.
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