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En la cultura tradicional española hay una frase que tiene su historia vinculad a este personaje. La frase dice: “seguir en sus trece”. Pedro Martínez de Luna nació en Illueca (Zaragoza) en 1328. Sus padres eran Pedro Martínez de Luna y María Pérez de Gotor, señores de Illueca, Gotor y Mariana. Los Luna eran una de las familias más importantes de Aragón. A ser el segundón fue destinado a los estudios eclesiásticos. En la Universidad de Montpellier estudio leyes, convirtiéndose en profesor de derecho canónico de dicha universidad.

En aquella época el poder papal no residía en Roma. Desde el año 1309 este estaba en Aviñón (Francia). El motivo era que Clemente V fue nombrado Papa siendo arzobispo de Burdeos. Bertrand de Got, el futuro Clemente V, no tenía muchas ganas de trasladarse a Roma, por eso empezó a residir en Aviñón. El último Papa que residió allí fue Gregorio XI. Su regreso a Roma tuvo lugar en 1377. Su intención era establecer en Roma el centro de la vida católica. No lo pudo hacer al morir prematuramente. Todos los Papas de Aviñón eran de origen francés. Uno se puede imaginar que había ciertas controversias entre las curias italiana y francesa. Ninguno de ellos quería perder su poder. Los primeros, al haber muerto allí el Papa, convocaron un cónclave y escogieron a Bartolomeo de Prignano, administrador de Gregorio XI, nuevo Papa. Tomó el nombre de Urbano VI. Los cardenales franceses de Aviñón no se quedaron atrás y nombraron a Roberto de Ginebra. Tomó el nombre de Clemente VII. Esta situación se conoce como Cisma de Occidente.

Mientras tanto Pedro Martínez de Luna fue nombrado cardenal por Gregorio XI. Lo acompañó a Roma y al morir decidió regresar a Aviñón. Durante 16 años fue legado del llamado antipapa Clemente VII. Tras su muerte pareció acertado nombrarle Papa. Y así pasó a ser Benedicto XIII. Francia se puso en su contra, pues no era francés, tenía demasiado carácter y era súbdito de la Corona de Aragón. A pesar de ello continuó su misión eclesiástica. No fueron unos años fáciles para el Papa Luna. El rey de Francia decidió sitiar Aviñón y durante 5 años vivió así. Vestido de cartujo salió de allí y se estableció en Marsella. En aquel momento Francia y España – Castilla, Navarra y Corona de Aragón- aceptaron obedecerle.  Sólo pusieron una condición, que renunciara a la tiara en el caso que el Papa elegido en Roma, Bonifacio IX abdicara, muriera o fuera depuesto. El victorioso Papa Luna decidió entablar conversaciones con el romano, pero este murió prematuramente el 1 de octubre de 1404. El Papa Luna tenía que renunciar a la tiara, pero hizo caso omiso a la promesa hecha a Francia y España y continuó su papado.

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No acabó aquí el problema. Ante la elección de Gregorio XII -sucesor de Bonifacio IX e Inocencio VII- se decidió convocar un concilio en Pisa. Este se inició el 25 de marzo de 1409. Ambos papas -Benedicto XIII y Gregorio XII- fueron depuestos. Allí mismo se reunió el conclave y escogieron a Pedro Philargés como Papa de unidad. Tomó el nombre de Alejandro V. Los anteriores Papas no aceptaron la decisión tomada en Pisa y la Iglesia Católica pasó a tener tres Papas. Uno de ellos, Gregorio XII era considerado Papa, mientras que Benedicto XIII y Alejandro V antipapas. El término antipapa significa que su elección no fue canónica. Es decir, no tenían legitimidad para poseer dicha dignidad.

Después de la muerte de Alejandro V, que sólo ocupó la tiara 10 meses, fue sustituido por Juan XXII. La tradición explica que envenenó a su antecesor para ser nombrado Papa. En 1414 empieza el Concilio de Constanza. En él Juan XXII y Gregorio XII dejaron de ser Papas. Así las cosas sólo quedaba un problema por resolver y este se llamaba Benedicto XIII. No se avino a razones. Se consideraba legítimo Papa y por nada del mundo renunciaría a su pontificado. En ese momento Castilla y Navarra dejaron de obedecerle. Sólo la Corona de Aragón mantuvo su obediencia. Ante su negativa el Concilio de Constanza, el 26 de julio de 1417, lo depuso acusándolo de cismático y hereje. La unidad de la Iglesia Católica fue un hecho el 11 de noviembre de 1417 al escoger a Otón Colonna como nuevo Papa. Con el nombre de Martín V finalizó el Cisma de Occidente.

En teoría concluyó, aunque Pedro Martínez de Luna siguió en sus trece que era el legítimo Papa. Después de pasar un tiempo en Barcelona decidió mudar la sede papal al antiguo castillo de la Orden del Tempe de Peñíscola. La conducta de Benedicto XIII era peligrosa. Podía producirse un nuevo cisma. Por eso tenía que ser eliminado. El Papa Martín V mandó un legado con la intención de envenenarlo. Este era demasiado listo y no se pudo llevar a cabo. Bajo la protección de Alfonso V de Aragón siguió viviendo en Peñíscola. Pocos eran sus seguidores y sus dogmas ya no interesaban a la Iglesia Católica. El Papa Luna falleció en 1423 a los 96 años.

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El 9 de abril de 1430 sus restos mortales fueron trasladados al Castillo-Palacio de Villa de Illueca, donde había nacido en 1328. Su cuerpo incorrupto fue depositado dentro de una urna de cristal y expuesto en su habitación. Durante la guerra de sucesión fue destruido por las tropas francesas y sólo pudo salvarse su cráneo. Con el paso de los años los descendientes del Papa Luna se casaron con los Muñoz de Pamplona, marqueses de Villaverde, condes de Argillo y de Morata de Jalón. En el Palacio de Sabiñán depositaron el cráneo del Papa Luna.

¿Con la muerte del Papa Luna terminó la historia de los Papas de Aviñón? Lo cierto es que no. Los cuatro cardenales que siguieron a Benedicto XIII escogieron a Bernard Garnier su sucesor con el nombre de Benedicto XIV. Su pontificado, como antipapa, duró hasta 1450. Se podría establecer esta fecha como el fin de los Papas de Aviñón. Algunos autores han especulado que se han ido sucediendo desde esa fecha y que en la actualidad lo es Benedicto XL. Formarían una iglesia paralela y secreta. Especulaciones al margen, la realidad es que el Papa Luna creyó siempre en su legitimidad como sumo pontífice de la Iglesia Católica. No le importó que todos fueran en contra de él. Ahí radica su grandeza y cabezonería. Por eso no nos ha de extrañar que el pueblo asumiera la frase “seguir en sus trece” para definir a una persona que, a pesar de las contrariedades, mantuvo a todo trance su opinión, aunque solo fuera por tozudez.

Autor

César Alcalá