14/06/2025 22:07

Desde muy chico escuchaba que decían: «Estudien mucho, que ustedes son el futuro del país». Pero siempre me quedé inconforme con tal expectativa. ¿Y por qué no del mundo? Recuerdo que al entrar a secundaria leí la Historia Universal de Polibio. Descubrí cómo grandes guerreros y generales forjaron Roma. Los libros de mi papá me mostraron imperios que emergían gracias a héroes, y me pregunté: ¿Y yo también puedo?

Primero me respondí que era imposible. Y entonces me hice con el mundo.

Más adelante leí a Isaac Asimov y su trilogía de La Fundación, y entendí que el conocimiento y las ciencias pueden cambiar el mundo. Luego vi que la Iglesia Católica ya lo había hecho, y creí que la teología era la clave (¡vaya reducción la mía!).

Descubrí que las ideas cambian al mundo… pero necesitan a otro con quiénes compartirlas. Y ahí cometí otro error: busqué amigos como si fueran piezas de la Fundación de Asimov —filósofos, cultos, eruditos—. Pero eso no llevó a nada.

Entonces, ¿ cómo debía hacerse? Cometí otro error: pensé que solo podía hacerse en soledad, o peor aún, que ya no valía la pena intentarlo.

Es importante decir que siempre tuve un motor de ideales: La Madre, mi abuelita. La Madre inventaba cuentos para mí, cuentos de Carlos —yo— como un héroe incansable, como un conquistador de reinos y mundos. Y al alimentar mi mente con esos ideales, aunque no los cumpliera, no podía dejar de buscar ser aquel personaje heroico.

Soñador, sí, pero mal orientado. Recuerdo que mi madre me corregía por mi antipatía y frialdad con los demás. ¿Saben cuán difícil era no ser como solía ser? (Y no crean que la dificultad haya disminuido. Los que me conocen saben a qué me refiero).

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Y allí me encontraba, buscando respuestas, cuando llegó a mi vida otro Carlos: mi tocayo. Tenía algo que siempre había detestado: esa capacidad de importarle tanto a alguien, que me obligaba —por mera cortesía— a corresponder a una importancia que yo no había pedido ¿Pero saben qué era lo peor? ¡Ni siquiera lo veía! Estaba al otro lado del gran charco oceánico.

Entré en una dinámica extraña: devolver todo el bien que me procuraba. Nunca era suficiente. Y sin darme cuenta, dejé de pensar en el “deber” de responder. Para cuando me percaté, ya era tarde: había hecho un amigo. Pero no uno reducido a la diversión: un amigo que me trascendía. Un amigo que me sacaba de mí, para mí… y para… Sí, como sospechan, ese Tocayo me regaló más amigos de ese calibre. Así descubrí que nunca estoy solo, y aunque tropiece (¡y ya han sido muchos tropiezos!), sigo avanzando.

No soy el líder de la Primera o Segunda Fundación. No soy apóstol ni santo, ni un gran general romano, tampoco soy el héroe de los cuentos de mi Madre, pero no he perdido lo que ella me dijo:

“Nunca olvides que estás hecho para cosas grandes.”

Y ahora, como nunca, tengo cómo hacerlo:

A Dios,

un Tocayo1,

y muchos amigos más2.

Gracias, Dios, por tanto, sin merecerlo 🙏

Si Deus Pro Nobis Quis Contra Nos

1 Tocayo, el Dr. Carlos Navarro es el autor del libro Saber para Creer: https://www.instagram.com/saberparacreer/

https://amzn.eu/d/dkBRTs5

2 ¿Quiénes son? https://www.gardendal.org/

Autor

Carlos Quequesana
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