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Preámbulo. España debió convertirse en república al termino de la guerra de la Independencia, tras conocerse la monumental traición –incluida la miserable venta material de España– cometida por Carlos IV y Fernando VII en Bayona en 1808. Puede que entonces el siglo XIX no hubiera sido ese que “quisiéramos borrar de nuestra historia” (Francisco Franco dixit).
La I República. Proclamada improvisadamente tras la abdicación de Amadeo de Saboya –engendro de monarquía–, fue un aborto, exponente de la mediocridad de las élites dirigentes. La forma en que se ejerció la desacreditaron tan rápidamente que hasta los propios “republicanos” le dieron finiquito en unos pocos meses y a cañonazos.
La II República. Aunque ilegal e ilegítima –producto de unas elecciones municipales–, subsanó tales defectos por la cobarde huida de Alfonso XIII, porque “no le defendió ni un piquete de alabarderos” (José Antonio dixit) y porque el pueblo español, harto de aquella monarquía hueca, la aceptó ilusionado y pacíficamente en su inmensa mayoría; algunos no al principio, pero después también.
Oportunidad de oro que acabó el 19 de Julio de 1936, como consecuencia del acoso y derribo a que la sometieron desde su primer día las izquierdas, para las cuales no era más que una etapa de su proceso revolucionario cuyo objetivo era la implantación de una república socialista-soviética y de la dictadura del proletariado. Fueron los propios “republicanos” marxistas (PSOE y PCE, y sus secuaces anarquistas y separatistas) los que acabaron con ella, porque no valoraron suficientemente que la otra media España, que sí era verdaderamente republicana y democrática, no estaba dispuesta a dejarse esclavizar y asesinar.
III República. La socialista-soviética impuesta por el Frente Popular durante la contienda 1936-39 en las zonas de España que tuvieron la desdicha de caer bajo su yugo. Imperio de terror, crimen, miseria, tiranía, injusticia, opresión, robo, violación, persecución religiosa, eliminación física de todo mero sospechoso de no comulgar con sus ideas –incluidos los propios anarquistas frentepopulistas–, convirtió esa parte de España en satélite de Moscú. Acabó con la victoria de la España nacional. «Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos. (…) La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique, la representan genuinamente, sean los que quieran sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada antiComitern.» (Julián Besteiro dixit)
IV República. De 1939 a 1975. República presidencialista que tuvo al Generalísimo Franco como jefe de Estado y Presidente del Gobierno. Sus logros en todos los órdenes son incuestionables, están fehacientemente documentados y aún vivimos de ellos; mal que a muchos les pese. Ejemplo en todo donde los haya.
¿V República? Por desgracia, la izquierda en España, siempre antinacional y revolucionaria, arcaica y rancia, aboga de nuevo por “la república”, sea en abstracto o poniendo como modelo una falsa imagen de la Segunda, cebo para tontos e ingenuos, ocultando que su objetivo vuelve a ser la implantación de una república socialista-revolucionaria totalitaria y antidemocrática. Tan alucinado propósito encuentra firme sustento en la penosa situación de la monarquía, hoy otra vez vacía por mor de la irresponsabilidad y traición de Juan Carlos I, así como de su inmoralidad y corrupción, habiendo heredado su hijo una Corona podrida y envenenada difícil de sostener ante las nuevas generaciones en un mundo en galopante evolución y cambio.
El problema para España es que, dada la profunda mediocridad de nuestras estructuras, dirigentes y “élites”, la generalizada corrupción y amoralidad, y la ignorancia que nos corroe, parece que no queda más camino que apuntalar la monarquía porque la alternativa republicana sería bolivariana; es decir, peor el remedio que la enfermedad, que ya es decir. Otra cosa es si será posible apuntalarla y si ella será digna y agradecida de tal hecho.
Ni república ni monarquía per se son ni el problema ni la solución. La eficacia o la inutilidad, la bondad o la malicia, el beneficio o perjuicio de cualquiera de dichos regímenes sólo depende de cómo y quién los ejerza.
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