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El ciclo festivo del Corpus, enmarcado en la denominada “estación de amor” -de mayo a San Juan-, es uno de los más interesantes del ciclo anual por la variedad de sus manifestaciones y por su profundo significado en el contexto de nuestra cultura cristiana.
Esta festividad, otrora no laborable, se celebra, con diferentes manifestaciones, en la mayor parte de las localidades españolas. Fiestas mayores, ferias, procesiones solemnes, etc., son algunos de los actos que giran en torno a esta celebración que cuenta, en algunos de los casos, con la presencia de singulares elementos festivos de mucha tradición popular cuyo origen se pierde en la nebulosa del tiempo pasado.
Tarascas, dragones o cocas; Gigantes y Cabezudos; danzas de origen gremial; Heraldos; Timbaleros; Clarineros; Alguaciles; Guardias Municipales con uniformes de época; etc., son algunos de los elementos que participan en estas manifestaciones públicas, especialmente en las de carácter religioso.
Si recorriésemos España en la fecha anual en la que se celebra esta solemnidad, nos encontraríamos con sorprendes manifestaciones heredadas, muchas de ellas, de un tiempo perdido ya para la memoria y que se resucitan, siguiendo las pautas de rigor histórico, llegada esta festividad.
Una de las localidades donde esta centenaria fiesta, tan enraizada en el sentir popular español, adquiere unos matices de gran singularidad es la ciudad salmantina de Béjar.
Allí, cada vez que llega el Corpus, a sus calles salen, como surgidos de un viejo libro de historia, los denominados “hombres de musgo”.
Cuenta la leyenda que allá por el siglo XII, durante el reinado de Alfonso VII, en plena Reconquista para echar al moro de nuestra Patria, la ciudad de Béjar estaba ocupada por los musulmanes invasores. Suponemos que hartos ya los bejaranos de esta prolongada dominación, decidieron asaltar las murallas de la ciudad un 17 de junio, festividad de Santa Marina, con la finalidad de recuperar lo que era suyo por derecho propio.
Para ello, los bravos bejaranos, anticipándose a los tiempos, se camuflaron, recubriendo sus ropas con musgo y así, pese a la manifiesta inferioridad numérica con relación al invasor, lograron acercarse a las murallas, tomarlas y desalojar la plaza de intrusos.
Habría que imaginarse las caras de los moros al verse atacados por ejército tan singular, puesto bajo la protección de la citada Santa Marina, lo que los obligó a huir precipitadamente, con el rabo entre las piernas, al creer que las murallas eran asaltadas por unos monstruos de origen desconocido, abandonando su conquista.
Sea como fuere, los habitantes de Béjar lograron su propósito de liberarse del yugo bereber y por ello, durante años, coincidiendo con la celebración de Santa Marina no dejaron de celebrar y recordar este triunfo épico de las armas cristianas.
Tras la instauración de la festividad del Corpus, con su solemnidad procesional, por el Papa Urbano IV en 1263, la celebración de esta festividad llega a Béjar en el siglo XIV, fundiéndose, debido a la proximidad cronológica, ambas celebraciones e incorporando las figuras de los “hombres de musgo” de Santa Marina a la tradición del Corpus Cristi, sumándose anualmente a su solemne procesión y llegando, de esta forma, hasta nuestros días.
Los “hombres de musgo”, Maceros y Alguaciles en la procesión del Corpus de Bejar
Y así, cada vez que la festividad de Corpus se aproxima, los bejaranos se empeñan en la laboriosa confección de esta suerte de camuflaje que exige, en primer lugar, la recogida de musgo por los bosques de la zona -esperemos que por este malvado afán pijoecologista de la izquierda, un día no se lo prohíban- y su posterior desparasitación. Hecho esto, una vez confeccionado el traje vegetal, tan singulares ropajes sirven para vestir a los afortunados que tienen la oportunidad de sumarse a la procesión, en algunos casos tras cinco años de espera debido a la gran cantidad de personas que desean participar en esta celebración.
Llegada la festividad de Corpus, Béjar se engalana. Banderas, mantones y guirnaldas florales adornan ventanas y balcones y se dispone, a lo largo de todo el itinerario de la procesión, una alfombra de tomillo bendecido que inunda el ambiente con su aroma a primavera.
El desfile procesional se forma, además de con los “hombres de musgo”, con los Maceros, los Alguaciles, los niños primo-comulgantes, las banderas y estandartes de las distintas Cofradías de la ciudad y la Banda de Música Municipal.
La tradición de estos singulares personajes se ha asentado con tanta fuerza en el municipio bejarano que, allá donde está presente la ciudad fuera de sus fronteras, los “hombres de musgo” constituyen la representación más genuina de esta localidad salmantina.
En los últimos años, como no podía ser de otra manera, se dio acceso a la mujer a esta centenaria celebración, formando parte integrante en la actualidad de los “hombres de musgo” y esperemos que ningún iluminado/iluminada/iluminade, que de todo hay, de esos que abundan y encima tienen la osadía, desde su supina y malvada ignorancia, de dirigir los destinos patrios, pretenda alterar el nombre original de estos singulares personajes en los que se mezcla, como en una reliquia del tiempo pasado, la realidad histórica y la leyenda.
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