20/09/2024 12:46
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Si se deroga el delito de sedición, el delito más grave del Código Penal en cuanto que atenta contra la unidad, integridad, paz y progreso de España, todo se habrá terminado. Comenzando por la Constitución, que habría que modificar para adaptarla a la nueva configuración jurídico-política de España, aunque ya no sería propiamente España, sino una parte de la Península Ibérica. Aparte del efecto dominó que pronto se desencadenaría en el resto de la nación, sin descartar que tal proceso llegara a pedir la independencia de Canencia de la Sierra.

    La nueva locura que da la llave de la independencia a catalanes y vascos indeseables, y de momento a estos, es de una desproporción tal, que algo tendrían que decir las Fuerzas Armadas, a quienes la misma Constitución asigna el derecho y el deber de defender la unidad e integridad de España, y el orden constitucional; por tanto, los encargados de reconducir la situación de quienes se alzaran. Qué se alzarán, supuesto que la aventura, aun en el caso de salirles mal, les saldría prácticamente gratis.

    Así pues, si finalmente se consuma esta desproporción sin que nadie lo impida, si se deja que el Gobierno y la chusma rufianesca que le acompaña terminen saliéndose con la suya, la nación española tendrá sus días contados. Y ojo, que la chusma rufianesca no es tonta e hila muy finamente, por lo que utilizarían en su descargo que no rompen enteramente con España, cuya unión umbilical estaría en el hecho de que Felipe VI seguiría siendo Conde de Barcelona y Señor de Vizcaya…. Y todos tan contentos, porque la Constitución puede seguir interpretándose a la manera de todos.     

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    La derogación del delito de sedición deja a España indefensa, y pone en el horizonte lo que no se puede descartar, el levantamiento en Cataluña y Vascongadas, ante lo que sólo quedaría la actuación eficaz, rápida y resolutiva, sin detenerse en obstáculos ni respetar inconvenientes. Acción que realizaría un grupo de patritas por su propia voluntad y sin estar sujeta a trámites.

    Con todo, se ha dicho otras veces, y conviene repetirlo una vez más, el problema no es Sánchez, como en el pasado tampoco lo fue Zapatero, el problema es la democracia liberal que se convierte en un mercado de ofertas, a cuál más audaz, que es a la vez un mecanismo institucional que sirve para eliminar a los más débiles y establecer a los peores.

    La derogación del delito de sedición destruye el ORDEN, y sin orden, señores, no hay CONCIERTO.   

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Pablo Gasco de la Rocha