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Influidos por el espíritu del humanismo, los escritores y hombres públicos del Renacimiento, hicieron hincapié en la exaltación de la vida civil y de los valores del Estado, del ciudadano que combate y muere por la patria y así consigue la gloria terrenal y el honor que en los cielos le tienen reservado al que así se conduce. Pero también insistieron en la necesidad de vivir la vida como una obra laboriosa en el reino de los hombres.
Porque es la fecundidad de la acción, el trabajo humano, lo que construye y transforma la escena terrenal. La exaltación del trabajo, útil y fecundo, contribuye a la vez a hacer comprender la función social del dinero, de la propiedad privada, de la economía. Pero es obvio que honor, valores, patria y trabajo son ideas inexistentes o nocivas en la mente del capitalsocialismo que nos aherroja. Esta cultura actual de la vagancia y del crimen sólo puede producir compilaciones como el Expediente Royuela, y víctimas como el juez Presencia y restantes denunciantes de la corrupción, tristemente abandonados por la sociedad, del mismo modo que ya antes había abandonado a las víctimas del terrorismo.
Ante tal perversión, como es la de contemplar prisionero al inocente que debe ser honrado, y libre al victimario que ha de ser perseguido, ¿ qué camino podrá coger hoy la gente de bien que no le lleve al desengaño, a la muerte y al espanto, si no es el de la lucha sin cuartel contra la maldad? Todo lo que el espíritu libre contempla en esta España de hoy le da congoja, pues ve a los delincuentes acechar como sombras a quienes aún se resisten a aceptar el crimen como instrumento de Derecho; a quienes denuncian y desprecian a los criminales que se han instalado tanto en las instituciones como en los entresijos de la sociedad.
España ha sido invadida por la ruindad. Esa ruindad que cometen tanto el odio como la esperanza de la rapiña y de la impunidad. De ahí que siempre sea perseguido aquel de cuya ruina alguien espera beneficiarse. Al patriota le daña su patriotismo, al ahorrador sus ahorros y al intelectual genuino su libre conciencia y su independencia. Y, por el contrario, la necedad salva al tonto, la indigencia rescata al mendigo, el servilismo libra al abyecto y al intelectual áulico le protege su venalidad, pues el enemigo, al no descubrir en ellos despojos que le aprovechen, se limita a servirse de sus vicios.
La singularidad de esta época nuestra consiste en sentir la vida como tiempo inane y fluyente que varias generaciones, alimentadas con la confusión y el desengaño, han ido absorbiendo día a día gracias a las páginas escritas por la nefasta Transición. Todo ello, además, sin la vía salvadora y fecunda de la espiritualidad, pues lo religioso fue considerado anatema desde los comienzos de dicha Transición, como bien corresponde a la barbarie capitalsocialista que la controló y dirigió política y culturalmente.
Malvivimos bajo políticos y jueces prevaricadores que no sólo no hacen pagar las grandes culpas, sino que las premian; que aborrecen y condenan a la virtud, que se amargan ante la dicha ajena y se congratulan ante el daño ajeno. Envidias y codicias que no se cansan de sembrar veneno, que al envidiado y al codiciado afligen, y honran al envidioso y codicioso. Mala gente destinada a vivir esparciendo su ponzoña, turbando siempre el pecho noble y generoso, sin que caiga sobre ellos el castigo que merecen, que es el de ser castigados por sus propios vicios, envenenados por sus propias lenguas.
Quien tiene los vicios de abusar y de mentir no es respetable. El abusador y el mentiroso, y más si lo es compulsivo, sólo provoca catástrofes y menosprecio de la gente de bien. Algo que, es cierto, a él no le importa nada si de sus abusos y mentiras consigue el gusto y el provecho. Y hay gente que abusa y miente en todo cuanto hace y dice. Y gente que soporta los atropellos y que se cree o hace que se cree todo lo que las sanguijuelas chupan y los insidiosos hablan.
El ser humano es una bestia cuya misión es convertirse en substancia esencial. Materia, pues, destinada a transformarse en espíritu. «Si la bestia -como escribe Giovani Papini en su Historia de Cristo– priva sobre el hombre, el hombre desciende más bajo que las bestias, porque pone los restos de su entendimiento al servicio de la bestialidad». Leyendo estas palabras se entienden mejor las actitudes y actuaciones de los capitalsocialistas y de sus pistoleros, que llevan casi cinco décadas dirigiendo España.
Después de lo que, consciente de su poder y de su impunidad y tras la huella de sus antecesores, viene haciendo Pedro Sánchez para destruir a la patria, la previsible concesión de amnistías e indultos a los criminales será como la coz del asno al león moribundo. Aquel león que conocíamos como España se nos muere ante la saña de sus enemigos y la indiferencia de sus cuidadores y custodios. Toda la plaga de demócratas que ha aprovechado la Transición para lucrarse e instalarse lo ha hecho a costa de los bienes públicos y del derribo del Estado, transformando al león en una vieja encina caduca que para colmo de desgracias es carcomida lentamente por las orugas.
El ser humano, que por lo general se inclina a la maldad, tiene en estos tiempos la desventaja añadida de una sociedad que lo educa a patadas o con fines pervertidores. Y si no educas bien a un niño, lo normal es que se convierta en un tirano o en un borrego, en algo siempre abyecto. Por eso, es un error esperar que el tiempo traiga alivio para nuestros males, porque si bien suele traer tanto el mal como el bien, en los años que corren nos traerá mucha más maldad que nobleza. Pero nadie hay, de momento, que se adelante al tiempo y haga cambiar la historia.
Creo que fue Erasmo, en su Elogio de la locura (no tengo ahora tiempo ni ganas de levantarme a comprobarlo), quien caricaturizó el posible gobierno de los sabios. Podría tolerarse que gobernaran -venía a decir- aun cuando en el ejercicio de las funciones públicas semejaran asnos tocando la lira, siempre y cuando en los restantes cometidos mostraran buen oficio; pero invitad a un sabio al baile y, si baila, veréis saltar a un camello; llevadlo a una fiesta y os la chafará con sólo observarle el gesto, o con su comportamiento silencioso o sus inconvenientes requerimientos o inquisiciones; nadie junto al sabio logrará divertirse, pues sus conversaciones se salen de lo trillado y cotidiano; y en cuanto a las obligaciones ancilares y a los negocios ordinarios, se diría que el renombrado sabio es más bien un poste que un ser humano. Por todo lo cual, como es una criatura negada para resolver sus propios asuntos y para los avatares del día a día, y discrepa de las costumbres y de los puntos de vista comunes, resulta absolutamente inútil para hacerse cargo de los problemas de sus conciudadanos y de la patria. Ítem más: existiendo como existen tan notables diferencias entre él y sus semejantes en cuanto a usos, ideas y actitudes, es inevitable que se capte la animadversión general.
La irónica y amarga conclusión de Erasmo -si es que, como creo, fue Erasmo el autor de la sátira- era la siguiente: dado que nada hay en el mundo que no esté lleno de necedad y hecho por los necios y para los necios, todo aquél que pretenda ir contra la corriente social, debe imitar a Timón e irse a un desierto, donde a su gusto podrá recrearse con su sabiduría.
Que es el rol que, en definitiva, anhelan los criminales para el hombre independiente, libre y sabio, apoyados en la artera y miserable trompetería de su mafia mediática. Indigencia, ostracismo o muerte para todo aquel que alce la voz.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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España ha degenerado de forma evidente y clamorosa
Y como ya he escrito en otras ocasiones esta degeneración esta propiciada , consentida y apoyada por los españoles
Terrible, dolorosa, vergonzosa verdad. Pero no es menos cierto que cada día se aprende algo nuevo, en este caso «las obligaciones ancilares».