13/05/2024 09:47
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La historia de la civilización es la historia de la evangelización. Las primeras acciones de dignidad humana las realizaron los mártires de los primeros siglos del Imperio Romano, optando por morir antes de abjurar de su fe. Tras la invasión de los pueblos bárbaros, los conocimientos y lo valioso de la cultura se conservó en los monasterios y fue a través de la Iglesia como esos mismos bárbaros cristianizados, es decir, civilizados, fundaron los centros de enseñanza, gracias a las iniciativas de San Isidoro de Sevilla y Carlomagno. Al final de la Baja Edad Media, con la aprobación de las órdenes mendicantes, Dominicos y Franciscanos, los frailes salieron de los monasterios a evangelizar y predicar en la sociedad y la fe se extendió lo que, entre otras muchas cosas, dio como fruto la financiación de las capillas de las catedrales a través de los gremios. La sociedad tenía como referencia a Dios.

El Renacimiento, que dio frutos tan universalmente reconocidos, produjo la primera revolución cultural: el mundo dejó de ser teocéntrico y pasó a ser antropocéntrico, y con la recuperación de los valores anteriores al cristianismo, también se recuperaros usos y costumbres paganas, lo que no se suelen reconocer cuando se exalta el Renacimiento. Entre esos valores paganos se encuentra el reforzamiento de la patria potestad del padre de familia, y la consiguiente relegación de la mujer; ya no habrá reinas como Berenguela, Blanca de Castilla, Urraca, María de Molina, Juana Enríquez o Isabel la Católica. Poco se alude al incremento de la prostitución después del Renacimiento o a la reaparición de la esclavitud en la Edad Moderna, que con anterioridad sólo se admitía en la cultura musulmana. Esas realidades antropocéntricas no empañan las innumerables obras de arte tanto en arquitectura como en escultura que vieron la luz imitando los modelos clásicos greco-romanos, ni tampoco los geniales pintores y artistas cuya aparición fue posible por la protección de los mecenas que, en buena parte, fueron fruto de una economía medieval saneada.

A partir del Renacimiento la Iglesia no dejó de cumplir con el mandato evangélico creando hospitales y casas de acogida para los pobres, hospitales con celdas para enfermos mentales y así podemos hacer referencia a la fundación del primer manicomio en 1409 por fray Joan Gilabert Jofré, el «Hospital de Ignoscents, Folls e Orats» en Valencia.

La consecuencia más importante de la revolución cultural antropocéntrica se produjo en la Iglesia con la reforma protestante. En la Iglesia siempre hubo herejías que fueron superándose, aplicando formas hoy criticables, como la ejecución del hereje, pena que en aquellos años se les aplicaba a todo tipo de delincuentes. Basta recordar al checo Jan Hus. La diferencia entre las herejías anteriores y la aparición de la reforma protestante fue la posición adoptada por los Príncipes Alemanes, pasando de ser un problema exclusivamente religioso a convertirse en político causando grandes enfrentamientos, y afectando profundamente a aspectos económicos de la sociedad. La expoliación de los bienes eclesiásticos fruto de la sobrevaloración de la riqueza, faceta en la que destacó la rama calvinista, dio lugar a un dominio económico y cultural que no cejó en menospreciar y vilipendiar a la historia teocéntrica que le precedió.

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A lo largo de las edades moderna y contemporánea, la Iglesia Católica siguió presente en la sociedad y tuvo un desarrollo excepcional en los años del Concilio de Trento, en toda Europa. En muchos países surgieron personajes que fueron canonizados y en América se llevó a cabo una evangelización, en muchos aspectos modélica, que además del anuncio cristiano realizó labores culturales como la elaboración de gramáticas y recuperación del uso de las lenguas precolombinas. Estas evangelizaciones en enormes territorios de América, y en los demás continentes, no tenía otro objetivo que el anuncio de la buena nueva y sus consecuencias de tener presente la dignidad del hombre. También realizaron labores de evangelización y de ayuda a las personas, las comunidades Protestantes, incluida la anglicana. En esto consistió la labor misionera dando lugar a una expansión del cristianismo a través de sus obras, tantas veces heroicas.

Actualmente se oyen voces críticas con respecto a la extensión del cristianismo porque, afirman, que lo que se lleva a cabo implica una falta de respeto a la cultura autóctona de los países y etnias menos desarrolladas. Da la sensación de que anunciar el reino de Dios y bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo es imponer una cultura y, por tanto, no se debe hacer.

Actualmente las relaciones entre países y sociedades de muy diferente nivel de desarrollo social y económico son cada vez más intensas por el desarrollo de la técnica, la relativa facilidad de los viajes y del transporte de mercancías, que pone en contacto a todos los países. Después de la Segunda Guerra Mundial se crearon organismos internacionales con representación de los diferentes países y se fue admitiendo la necesidad de que los sistemas políticos sean democracias con presencia de partidos políticos al estilo de los sistemas del llamado mundo occidental, que llegaron a estos sistemas políticos tras haber alcanzado las sociedades que los constituyen una madurez socioeconómica de la que carecen los países menos desarrollados.

Estas acciones y condiciones se realizan abiertamente y su cumplimiento es necesario para obtener determinados beneficios, y no recibe crítica alguna en cuanto al respeto de las formas de las diferentes culturas autóctonas y eso que las indicaciones o exigencias llegan al ámbito de las relaciones íntimas entre las personas justificándolas en un conveniente control del crecimiento de la población.

El catolicismo, el primero que se ocupó de ir al mundo entero, en múltiples actuaciones quedarse a vivir y compartir todo con los indígenas y una vez allí anunciar a sus pobladores la buena nueva de la Encarnación, ahora se ve limitado bajo el aparente respeto a la cultura local; y sin embargo esta limitación a la actuación no aparece cuando se llevan a cabo actuaciones de organismos internacionales que han demostrado que no logran elevar el nivel del hombre, pues es notorio que permanecen altos niveles de corrupción, crecen de las diferencias entre minoría millonarias y pueblos hambrientos, y debilitan los recursos humanos de la población con la emigración de las personas mejor dotadas para el trabajo.

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El más importante recurso de la sociedad es el hombre, la persona, es el punto esencial en el que hay que fijarse. La evangelización parte de la respuesta a las preguntas esenciales que plantea la existencia en todo ser racional, – que todos entendemos como misterio- y ello lleva consigo el respeto a los demás, a la familia, a la vida ajena, la propiedad, no robar, no mentir, y ser leal y fiel a los compromisos, etc., y las personas cristianizadas y por ello civilizadas, desarrollarán en su nivel formas sociales dignas y verdaderamente autóctonas. Los organismos internacionales deberían cuidar de no asfixiar comercialmente las transacciones de los productos de la actividad económica local aunque con ello sufran las economías de las empresas multinacionales de los países ricos y las ganancias de los líderes de los países menos desarrollados.

Y ¿ cómo puede ser esto? La respuesta es muy sencilla: el anuncio evangélico tiene como objetivo esencial y único mejorar al hombre. El primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible debería ser la “libertad religiosa” y no presentar objetivos evidentes como son el “fin de la pobreza” (1) o “hambre cero” (2), que son prácticamente el mismo, y que se conseguiría mejorando al hombre y a la sociedad, y postergar objetivos como lo “vida submarina” (14) o “acción por el clima” (13). El objetivo es el bien del hombre. Su desarrollo personal. Su conducta. Su felicidad.

Autor

Jose Luis Montero Casado de Amezúa
Jose Luis Montero Casado de Amezúa
Ingeniero Agrónomo.
A lo largo de su trayectoria profesional, Montero Casado de Amezúa ha desempeñado diferentes puestos de responsabilidad en el Ministerio de Agricultura, como jefe provincial del IRYDA en Cáceres (1981-1985), subdirector general de Coordinación Institucional (2002-2004), director general de SEIASA (2012-2014) o vocal asesor en la Dirección General de Desarrollo Rural (2014-2020), entre otros.
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El recurso más importante de la sociedad no es el hombre (criatura), sino su Creador, Dios Nuestro Señor (véase Rm 1, 1-32 para convencerse. Cuidado con la idolatría de la criatura, que es justamente lo que hoy está llevando muchas almas a la perdición por los descarríos de las mentes más insensatas). Hace falta poner a Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero en el centro de nuestra vida, de lo contrario no se respetará ni vida, ni matrimonio, ni paternidad, ni maternidad, ni familia, ni Iglesia Católica, ni patria, ni unidad de la patria, ni historia, ni ciencia, ni prelados, ni consagrados, ni propiedad, ni emprendimiento, ni nada bueno y santo. Solo Dios puede, nadie más. Sin Dios nada es posible, somos sarmientos, no la Vid. Es necesario una fe Cristocéntrica y abandonar ese pelagianismo político que impuso León XIII, seguro que sin ser esa su voluntad, sino por engaño demoníaco, con la desafortunadísima Rerum Novarum y que acentuó el concilio Vaticano II, con Juan XXIII y Pablo VI, y no digamos el postconcilio. Si no se pone toda la confianza en Dios (nunca en alternativa política o intención tipo agenda 2030, que es justo lo contrario, satánica disfrazada de buenas intenciones), no hay nada que hacer, todo empeorará considerable y rápidamente. Nadie va a acabar con la pobreza, con el hambre, con el crimen masivo, con los horrores, con la corrupción material y moral creciente, con los terremotos, con las tormentas solares, con las sequías, con los ciclones, con los tornados, con los huracanes, con las inundaciones, con los períodos calientes o glaciares, con las tempestades, con los tsunamís, con las guerras, con el terror, con las epidemias, con las pestes, con la muerte, con la enfermedad, ni con las espinas y abrojos de un suelo maldito por el pecado, salvo Dios mismo. Nadie va a liberar a nadie de la opresión (más bien sustituirá a un opresor por otro con engaño y manipulación), salvo Dios mismo, pues solo Dios hace libre al hombre. Nadie va a curar las heridas, nadie va a consolar a nadie, ni va a generar riqueza alguna (si acaso miseria creciente), ni va a hacer que llueva o salga el sol, nadie va a impedir la muerte de ganado y las malas cosechas, nadie va a ganar la guerra definitiva salvo Dios, nadie va a restablecer la Justicia, salvo Dios mismo. Nadie va a añadir latidos a un corazón ni va a resucitar a nadie, salvo Dios. Todo lo que verdaderamente importa está en sus santísimas manos. Afirmar otra cosa es engañar, en uno u otro sentido.

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