05/07/2024 02:08
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Hace algunos años, en una de mis visitas veraniegas, escribía a un amigo: «desde este rincón de la húmeda Galicia, donde el dominio del paisaje es tan fuerte, me estremezco ante el olor a chamusquina que con demasiada frecuencia me llega y temo ante el futuro que puede llegar a esta tierra». ¿Y qué puede llegarle? Todo y nada. La presión que ejercemos sobre el medio y el desarrollo precipitado y desordenado hace que el hombre empiece a desconocer su entorno y, así, en montón, somos capaces de perder aquello que más amamos gracias al desprendimiento y espíritu de tolerancia de lo que es de todos. Quemamos, talamos bosques, hacemos la concentración parcelaria, desecamos zonas húmedas, cambiamos cauces, sustituimos especies, esparcimos basuras, industrializamos o urbanizamos áreas notables y tan campantes…

Hoy no podría decir lo mismo, hoy ya le ha llegado todo, a todo el país, en forma de incendios continuados y me estremezco más y me revuelvo de rabia, que no de miedo cuando veo otro humo. Recuerdo que uno de mis olores favoritos hasta hace nada, era aquel de la «roza o anovado» de mi infancia, la quema del monte para transformarlo en tierras de pan, levantando los terrones con sus raíces y utilizando las cenizas para el abono del centeno; los niños asábamos patatas y lagartijas. Era, quizá, la técnica del subdesarrollo, pero nunca pasaba nada.

Ahora es otra cosa, ahora se nos queman todos los bosques. Los quemamos, y los ribazos, los sotos y lo que caiga.

No entraré aquí en la pérdida de vidas, que en realidad es lo único importante, en los daños económicos, ni siquiera en los ecológicos ya muy comentados. Quisiera resaltar una pérdida que a muchos pasará desapercibida: la destrucción del paisaje.

El paisaje, que además de constituir el trasfondo, el escenario de nuestra vida, es goce estético. Un placer visual y del olfato y del oído, todos los sentidos perciben el paisaje, que quizá echemos en falta cuando decidamos levantar la vista de las «pantallas».Claro que para el goce del paisaje no son suficientes los ojos que ven e incluso miran, hace falta la conciencia para contemplar, y eso es casi cultura.

¿Ha visto el lector un paisaje quemado? ¿Se ha parado a contemplarlo? No verá, ni oirá, ni olerá, ni pisará y si lo hace, más le valiera no hacerlo

Es verdad que en otros tiempos también se han arrasado campos, se han cortado bosques para carbón, para la industria, para cultivar algo, cuando el hambre, pero era todo paulatino, lento, quito este pongo lo otro. El hombre se incorporaba a la evolución, no era su enemigo. También es verdad que hay mucho paisaje, todo es paisaje, pero algunos son singulares, irrepetibles y el de todos los días, ese que nos rodea y en el que nos reconocemos o encontramos nuestra infancia tiene cada vez menos calidad; el otro, el recóndito nos cae un poco lejos y ha de quedarse para las ocasiones, aunque también llegaremos a él, todo es cuestión de tiempo, porque ya sabemos del poco aprecio por lo que no cuesta.

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Por si fuera poco, a todos estos fuegos se suma ahora la competitividad, o el abandono, que nos lleva a cortar encinas, levantar olivos, viñedos, a quitar vacas delos prados, abandonar cultivos. Estos viñedos que se levantan se transforman en riqueza, baño de oro que cubrirá a los que quedan; pero, ese paisaje de viñedos una vez quemados, destoconados ¿dónde dejará sus colores, su estructura, su peculiaridad?, ¿dónde quedará su memoria, su recuerdo, su alma?, ¿a dónde emigrará? El recuerdo de aquella mañana en que madrugando, recibimos su color cárdeno, ¿cómo volverá a nosotros?

Yo me decía hace tiempo: bueno, no dramaticemos sobre el lobo-mercado feroz, porque el paisaje aún puede ser nuestro recurso más abundante, el menos explotado; y la gente, tanto la de dentro como la de fuera, ya demanda calidad en su entorno y además en su ocio. El paisaje puede ser una potencial mercancía a vender con bajo coste para nosotros (consumir paisaje no supone deterioro ni destrucción de nada, escomo oír la radio) y puede ayudar a estructurar un turismo rural que es la única perspectiva de muchas de nuestras comarcas..

Porque, además, el paisaje es un recurso socioeconómico ligado a su calidad y singularidad, y el agricultor, al margen de las decisiones de los ministros europeos del ramo, debe diversificar sus rentas. Algunos hombres del campo ya han comprendido que su futuro depende, en parte, de Ia conservación y manejo de su paisaje, bien tan útil y escaso (en calidad) como el agua clara, el aire limpio, las playas acogedoras, etc. A otros muchos, a los que viven de todo eso que la Comunidad no quiere, habrá que decírselo.

Generalmente, podría decirse que siempre calidad de paisaje indica calidad ambiental y ésta se revela como un importante recurso monetario del futuro, dinamizador de ciertas economías. La ubicación de viviendas, empresas o industrias punteras no buscan únicamente lugares accesibles, ni proximidad a materias primas, ni siquiera bajos costes sino, y sobre todo, calidad del medio ambiente, calidad del paisaje.

No es que «por ahí fuera» no tengan paisaje (no tienen tanto ni de tanta calidad, que me perdonen) es que en gran parte de Europa, por ejemplo, da lo mismo el paisaje de aquí que el de 100 km. más allá. Además, en muchos de estos países densamente poblados cambian de uso grandes superficies, con la consiguiente alteración, cuando no deterioro, que ello supone en un primer momento, por no decir para siempre, dado el carácter de difícil reversibilidad de este recurso tan frágil.

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El aprecio por el paisaje puede ser síntoma de madurez, de que vamos adelantando en entender lo que es calidad de vida, y a ello nos ayudaría mucho la consideración de que para disfrutar del paisaje no hace falta ser dueño de la «parcela». Ya lo dijo el poeta: «Cleón» posee ciertamente fanegas, pero el paisaje es mío». Y la emoción también, no es cosa de despilfarrarlos.

Y, finalmente, habrá que convencer a los propietarios y conseguir de la administración que, en lugar de una ínfima parte de las rentas directas, les van a llegar otras por el mero hecho de mantener el bosque. Si se amenaza con «el que contamina paga» ¿porqué no se promete «el que conserva cobra» y, por tanto, una rentabilidad inducida por la simple existencia del monte? Ello no significa «no hacer nada», sino una exigencia de buen manejo. Esto, en vez de inquietar a los gobiernos, puede ser una oportunidad, un grano más para el bolsillo de los que deben quedar en el agro para que pueda haber ese imprescindible equilibrio territorial, del que tanto se habla: El hombre rural guardián de la naturaleza.

Si se quiere algo menos altruista, ¿por qué no menos aerogeneradores, que también agraden el bosque, y más biomasa, que lo limpia? Quizá así evitemos que mucha gente vea el bosque como algo hostil, de lo que hay que huir, o algo inútil que hay que quemar. Y ya es hora de que lo sepamos: el bosque no existe porque sí, es preciso un decidido propósito de conservarlo, incluso por parte de «los que no podemos hacer nada», porque sea de quien sea la culpa, a todos nos debería avergonzar lo que está pasando.

Sería triste que a los pobladores de este principio de siglo, con tantas hazañas a nuestras espaldas, nos tuviesen que recordar como «los quemadores del bosque»

PD: ¿ y si encargásemos de su cuidado y custodia a los que saben del monte?
 
Teresa Villarino Valdivielso
Dr. Ingeniero de Montes.
Miembro de Comité de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible del Instituto de Ingeniería de España
 
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