
Dos hechos, al unísono, se nos han anunciado a bombo y platillo, pudiendo tener la certeza de que los han hecho coincidir; y es que de esta caterva de delincuentes, pensar mal es acertar. Uno, el que dicen es el gran y definitivo acuerdo sobre Gibraltar, ese trozo de España tan español como Gerona, Orense, Lérida, Vizcaya o Almería, que desde hace ya demasiado tiempo permanece ocupada por el inglés ladrón y pirata históricamente profesional, y depredador del prójimo, quien detrás suya no ha dejado nada más que solares y problemas insolubles. El otro, que hace 40 años nos adherimos a la Unión Europea. Pues bien, lo que parecen todos olvidar o, peor aún, nadie quiere recordar, es que ambos casos, el de hoy como el de ayer, constituyen fragrantes traiciones a España; dos más y ya van…
Nuestra adhesión a la UE fue, y está escrito y nunca desmentido, un capricho y único interés personal de Felipe González, de ese aprendiz de sátrapa que sembró lo que otro sátrapa recoge hoy, que quiso hacerse una foto para la historia y la posteridad, o sea, para mayor gloria suya, sólo suya, a costa de España, claro.
Estando en las arduas negociaciones en Bruselas el entonces ministro de Exteriores, Fernando Morán, recibió una llamada telefónica de González anunciándole la inmediata firma de nuestra adhesión y la correspondiente ceremonia en Madrid donde él, González, iba a demostrar a sus amos, y ya saben a quiénes me refiero, que merecía el cargo y el chupe y la mangancia inherentes. Morán, en un raro alarde de patriotismo, se indignó, se le subió la bilirrubina y adujo con vehemencia que nada estaba acordado, que había mucho por discutir, que lo que pretendían los “europeos”, y ya saben a quiénes me refiero también, era inadmisible, que había que pelear. Nada valió. González le dijo que la ceremonia era inminente y le colgó el teléfono y san se acabó. Y así fue.
Por eso, nuestra adhesión a la UE fue tan traidora como lo firmado y sus consecuencias que, aunque no cabe duda reportaron pan para entonces, que tampoco hacía tanta falta, son la causa del hambre de hoy, cuando nuestra Patria ya no es nada porque todo lo mucho que era y tenía gracias a la etapa de gobierno de Franco y al trabajo y bien hacer de nuestros abuelos y padres se fue por el sumidero de la vanidad de un patán como González y de la codicia de sus secuaces. Traición, pura y dura traición.
Pues bien, hoy, alguien tan villano como el sátrapa Sánchez y tan mindundi como el tal Albares van a firmar lo que incluso con los pocos datos que se van filtrando poco a poco ya podemos asegurar que supone la pérdida definitiva de Gibraltar, ese trozo de España ocupada por la pérfida Albión, es decir, una nueva, pura y dura traición.
Los ingleses han conseguido que traguemos, que se sepa y a falta de otras indignidades, porque nuestras fuerzas policiales no ejerzan su función, y con ella nuestra soberanía, ni en el aeropuerto ni en el puerto inglés de Gibraltar –sus habitantes ni son “llanitos”, ni gibraltareños, son ingleses–, sino que lo hagan unas fantasmas fuerzas de la UE. Además, la Verja se cae definitivamente, desaparece, de forma que los ingleses de Gibraltar podrán, por fin, transitar sin más que mostrar desde el coche y a través de la ventanilla, por supuesto cerrada, algún trozo de papel parecido a un pasaporte, que muy bien podrá ser higiénico, y con eso les bastará para ollar nuestro suelo patrio aún más de lo que ya lo vienen haciendo con las varias ampliaciones de su aeropuerto, del puerto y ganando espacio a nuestro mar, claro está, para construir edificios, sin que por nuestra parte se haya dicho, ni menos hecho, nada, fuera cual fuera el color del desGobierno del momento, que conste.
Siempre he creído, desde que tengo uso de razón para estas cosas, o sea, desde los más o menos 20 años, que la actitud de España con respecto a la ocupación de Gibraltar por los ingleses ha sido errónea, incluso desde la firma del nefasto Tratado de Utrech; que por cierto negoció en realidad Francia en nuestro detrimento, por supuesto. Desde siempre, desde aquella ocupación, además de intentar expulsarles manu militari, debimos proceder a acosar a sus habitantes por tierra y mar, y por aire desde que tal espacio de contacto y muto interés tomó forma. Debimos aislarlos de manera que su vida allí fuera un infierno. No permitir que españoles pasaran a trabajar allí. Tener un férreo control constante y estrecho de los accesos por tierra, siempre cerrados a cal y canto, por mar y por aire. No suministrarles nada. Impedirles sacar su asquerosa basura para que vivieran con y en ella. En fin, hacer todo lo posible para que, definitivamente, no tuvieran más remedio que evacuar Gibraltar rendidos por el hambre y las epidemias.
Ahora, los españoles de esta época, víctimas de una pandemia de idiocia y en manos de lo peor de lo más bajo que produce nuestra Patria, pasan olímpicamente, asumen el pacto sobre Gibraltar y festejan nuestra adhesión a la UE como si de grandes y beneficiosos hechos históricos se tratara. ¡Qué pena! Por cierto, ambas traiciones realizadas bajo reinado de sendos Borbones que están demostrando ser dignos herederos y continuadores de una estirpe maldita que un mal día nos cayó encima, cual plaga bíblica y pesadilla sin fin, a los que mal rayo les parta.
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