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La berrea es parte fundamental del cortejo nupcial de los cérvidos. Los machos con sus estruendosos berridos anhelan llamar la atención de las hembras. Estas, mientras escrutan silenciosas y absortas cuál habrá de ser el macho más capaz, llevan a término su elección. y agrupadas en torno al afortunado, se disponen a servir con más eficacia los mandatos que la especie impone para su permanencia como tal en la existencia.

Todos los machos estamos forzados a tal tarea. Llamar la atención de las hembras es nuestra misión. Tratar de que las hembras nos elijan es nuestro destino. Los osos doblarán troncos gruesos de árboles, a fin de que la osa en sus adentros exclame ¡Jopelines! Qué fuerte es! Me lo quedo. Otros se verán obligados a llevar un suculento regalo a la hembra, como ocurre en las arañas. En estos animalitos el macho además de lograr amores con su amada consigue que, entretenida su dama comiéndose el sabroso mosquito presentado en sedosa envoltura, no le devore a él. El pavo real por el contrario es un verdadero pícaro. Extiende su amplísima cola, para que los rayos solares, al atravesar su bello plumaje, proyecten sombritas en el suelo simulando pequeños granos de cereal. La hembra al contemplar tal abundancia de alimento en torno al macho picarón, va y, en sus adentros, dice: ¡Este, este, que junto a él nunca pasaré hambre! La pava hay que reconocer que es muy pavita la pobre, porque picotea granos de tierra y pequeñas piedrecitas creyéndolas deliciosos manjares en forma de granitos de trigo o cualquier otro cereal. Así ¡ya podrá el pavo real!

Como queda dicho. Lograr la atención de las hembras es el destino fatal de todos los machos. Pero los animales son muy afortunados. La Naturaleza imprime en su estructura genética los distin-tos rituales que para tal fin son requeridos. Pero los machos humanos somos muy desgraciados. Estamos sometidos a idéntico imperativo: llamar la atención de las hembras. Pero la Naturaleza nos ha negado el método fijo y concreto para conseguirlo. Y ahí estamos desasosegados los pobres machos humanos. Unos, con un hacha colosal, partirán troncos a lo bestia contemplados por las mozas. Otros correrán delante de los toros bravos por las calles del pueblo exhibiéndose ante el mujerío. Algunos se presentarán a las oposiciones de Notaría. No son pocos los que cantan coplas. Algún despistado les recita poesías. Incluso hay algunos tan picaros como el pavo real. Van y dicen a la pretendida, que para ser una auténtica revolucionaria lo primero que tiene que hacer es acostarse con él, y que si no lo hace, seguirá siendo una puñetera burguesa toda la vida. Claro está que a muchos machos humanos de este tipo, en ocasiones, les sale el tiro por la culata, pues la pretendida, tras haber asumido la teoría revolucionaria, va y se acuesta con todos los machos dirigentes del partido, y el pobre macho-tutor se  queda a dos velas.

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Desde mi ancianidad contemplo, riéndome y añorándolas, la enorme cantidad de gilipolleces que a lo largo de mi vida he realizado al simple objeto de ser mirado con atención por una mujer. Comentando esta realidad con mis amigos, me dicen  que todos las hemos hecho. Yo, sinceramente, dudo que alguien me iguale en la cantidad e intensidad de memeces de las cuales fui protagonista. Y todo con el mismo fin: que una mujer depositara la mirada de sus ojos en mí.

He podido leer en la prensa que en dos colegios mayores de la Universidad Complutense de Madrid se ha llevado a término recientemente una preciosa teatralización ´publica y al aire libre de un ritual de berrea humana. Uno de los colegios era de chicos, el otro de chicas. Los chicos asoma-dos a las ventanas y en la oscurecida, tras cuidadosísima puesta en escena, entonaban recitativos en versificación de rima libre. Mientras, las chicas del colegio mayor vecino, entre sonrientes picar-días, escrutaban silenciosas, gozosas y absortas la juvenil teatralización.

Cuántos trabajos. Cuánta preparación. Cuántas horas en los ensayos.

Sincronización exacta de los relojes de los chavales. En prefijado y determinado instante: luminotecnia de interiores.  Segundos después apertura de persianas. Al contraluz, y en todas y cada una de las ventanas abiertas, las siluetas de tres o cuatro adolescentes, para después dar entrada al recitativo del coro.

La escenificación original y cuidada. El atrezzo impecable. Vestuario de época: sudadera y vaqueros.

Y todo para eso. Para atraer la mirada atenta de la muchacha que a cada uno le partía el alma.

Es cierto que el texto del recitativo, en ocasiones entraba en procacidades.

Imagínese el lector la gran belleza que hubiera rebosado el evento si los colegiales de ambos centros hubieran representado, de fachada a fachada de los dos colegios, diversos y distintos diálo-gos de amor que la literatura nos brinda. Aquellos de Calisto y Melibea; los de Romeo y Julieta; los de don Juan y doña Inés o los de los turolenses Isabel de Segura y Diego de Marcilla…o tantos otros más.

Pero no. Hemos de admitir que los estudiantes de los dos colegios mayores de la Universidad Complutense a los que venimos haciendo referencia, lógicamente, han de encontrarse intensamente influidos por la sociedad en la que viven. Así lo estuvimos todos los jóvenes siempre.

Existen gentes que tachan al texto del recitativo estudiantil de ciertos matices machistas. Es lógico. Recordemos que fue un sujeto despreciable, el cual llegó a ser vicepresidente del gobierno de España, el que dijo de una mujer que le gustaría azotarla hasta llegar a verla sangrar.

Hay personas que se escandalizan de lo que consideran excesos en el texto del recitativo de los colegiales de esos dos centros universitarios, sin tener en cuenta que recientemente una ministra del gobierno español decía que los niños españoles podrán hacer sexo con quien les dé la gana. Lo cual muchos juristas, yo no lo soy, consideran que es una clara incitación a la pederastia. Conducta criminal tipificada en el Código Penal español.

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Muchos políticos españoles de la izquierda, de la derecha y del centro, fingen un hipócrita rubor ante el texto del recitativo de los estudiantes de la “Complu”. Sin tener en cuenta que a los partidos políticos a los que pertenecen, les brotan por las narices enormes arboledas de latrocinio y corrupción. A muchos, incluso, de crimen.

Solo las muchachas del colegio femenino han salido en defensa de sus colegiales vecinos. Son chicos muy buenos y educados decían las pobres y entristecidas estudiantes. Pero esto no les valía a aquellos empeñados en formar el pollo social, mediante el cual ocultar las inconfesables miserias del entramado político de la nación. Los jóvenes estudiantes debían arder en la hoguera. Así lo proclamaban los medios de comunicación, y de este modo lo asumían las masas torticeras y embru-tecidas.

Hay quien dice, los más ruines, malvados y necios, que los muchachos de la “Complu” deben ser investigados por la Fiscalía General del Estado.

¡Iros pronto chavales! ¡No lo dilatéis más! ¡Iros! La sociedad a la que pertenecéis solo os podrá ofrecer, si no sois como ellos, moco, mierda y mugre.

Otros -¡canallas ellos!- aseguran que es un asunto en el cual debe entrar en acción la policía judicial.

¡Iros! Si no os vais, en poco tiempo, el pus y los excrementos de la sociedad de la que formais parte, infectaran vuestros corazones juveniles.

Ahora, los que defienden la igualdad,  persiguiendo tan solo hacerse los más privilegiados entre los desiguales, os acusan de ser hijos de ricos. Saben que despertar la envidia es un arma eficacísima en una muchedumbre de envidiosos. No muchachos. No. No sois hijos de ricos. Siento decíroslo. Sois hijos de esa desgraciada clase media a la que se pretende aniquilar. Si fuerais ricos estaríais en alguna universidad americana, como lo están los hijos de quienes, a vuestros padres califican de ricos.

¡Iros! Esta sociedad  no merece una juventud que la perpetúe.

Escribo estas líneas a la sombra de un ciprés sentado. Sentado a la sombra del ciprés espero la llegada de la Dama del Alba.  Con ella ha de ser mi postrero y último romance. Pero antes de ser acogido en su regazo y acurrucarme entre sus amorosos brazos, quiero gritar a los muchachos de la “Complu” y a todos los jóvenes trabajadores, estudiosos y honrados de España. ¡Salid huyendo, chavales!…Antes de que esta sociedad envilecida defeque en vuestras almas. Dejad que sean los hijos de quienes han creado tanta mierda, los que se la coman ¡Salid huyendo, chavales!

Autor

Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez