
En vista de los descabellados, inadmisibles y permanentes abusos de nuestros actuales gobernantes, y a falta de la dimisión del Gobierno, con su presidente a la cabeza, la huelga general es imperativa. No sólo para denunciar la ya desenmascarada hipocresía de un socialcomunismo Visa Oro y depredador, sino sobre todo para extirpar la estructura de chiringuitos e intereses particulares y grupales subvencionados con fondos públicos, así como para detener la destrucción nacional, esa pulsión diabólica consistente en entregar el Estado a sus enemigos.
Ansiosos, oteando su entorno, al hilo del viento corredor, afanados en su ambición ilimitada, pensando sólo en hacer nuevas presas y vivir de sus rapiñas, esta banda de forajidos ha dado nombre a su última traición: Gibraltar. También a la última cloaca: Santos Cerdán. De igual modo han nominado a la postrera indignidad, a la reciente parodia: Pedro Sánchez y su discurso de cobarde y pérfida victimización. El socialcomunismo, pues, no ceja en su objetivo: que España deje de ser una nación gloriosa para convertirse en una tierra de criminales y narcotraficantes, a merced de sus adversarios y expoliada por ellos.
Salvo para aquel que vive de las ubres de este Estado agonizante o es un empleado de la secta socialcomunista, la Camorra que nos gobierna -junto con sus excrecencias sociales, políticas y culturales- ha perdido todo atisbo de legitimidad y de legalidad, gracias a sus atroces delitos. Desde su fundación, nuestro voraz socialcomunismo -salvo la fructuosa gobernanza franquista- tiene colapsada y sojuzgada a la patria, mostrándose en todo este tiempo como una organización de codiciosos, insolidarios y resentidos sin escrúpulos que, apoyados por la correspondiente recua de tontos útiles, ha conseguido apropiarse de los bienes ajenos y del Estado, acabando de paso con la excelencia, el pensamiento libre, la unidad nacional y Dios.
El socialcomunismo crucífobo e incendiario, ya sin máscara, ya sin su fingida necesidad social, ha quedado como lo que históricamente siempre ha sido: una fuerza reactiva que, con la sublime disculpa de proteger al obrero, al indefenso y a los valores culturales, envuelto todo ello con una impostada supremacía intelectual, se ha concedido el privilegio de la omnipotencia demoníaca, consistente en aniquilar a la nación y en desarrollar y ejecutar el Mal impunemente contra aquellos que no son de su cuerda, mientras él -sus elites- se vuelve más opulento cada día.
Estos españoles sediciosos y descarriados de las izquierdas pijas, del tiburoneo financiero, del fanatismo rojo, del terrorismo urbano, del tiro en la nuca, de la vagancia subsidiada y del resentimiento atroz contra la excelencia, han impuesto una doctrina, primero, y una fiebre ejecutora, después, destinada al saqueo y liquidación de la patria y a la desnaturalización social, existencial y espiritual de sus ciudadanos. Herederos de sublevaciones desprestigiadas por sanguinarias y de tentativas irrealizables por ventajistas y arbitrarias, la ideología socialcomunista ha devenido en organización mafiosa pura y dura, dedicada al enriquecimiento particular y a la devastación de todo código de valores.
Su deseo de acceder al poder, pues, nada tiene que ver con la abnegación ni la magnanimidad, como les gusta pregonar. Pero su doctrina sigue siendo eficaz para los imbéciles, porque mientras roba, incendia, asesina y destruye la patria, sigue prometiendo la felicidad en la Tierra. Los socialcomunistas han demostrado ser como culebras hambrientas, que con tal de engordar a todo acometen, aunque sean sapos que las hinchan de ponzoña. Todos ellos quieren ver sus patrimonios repletos de oro, y lo consiguen, porque como antes se han dedicado a comprar a los jueces, la justicia no va contra ellos, y no les deja sin ojos para ver sus prósperas haciendas, ni sin ocasión para disfrutarlas.
Viven tan fuera del orden natural que se pirran por alejarse de la verdad y de la virtud, por refocilarse en la corrupción y en el yerro. Y cuentan con cómplices y recursos poderosos que favorecen sus delitos, de suerte que unos y otros persisten en legalizarse para la ejecución impune de tantos vicios y abominaciones; de asuntos y comportamientos tan inhumanos y bestiales que se echa de ver que no sólo les mueve la profunda frenopatía, sino sobre todo la inclinación de su sádica naturaleza.
De ahí que, si todo espíritu noble resiste a los maleantes y a los soberbios y ayuda a los despojados y a los humildes, ¿cuántos crímenes, saqueos, iniquidades y catástrofes más tendrán que poner estos gorgojos ante los ojos de la Corona y de las Fuerzas Armadas para exhortarlas a situarse al frente del pueblo y erradicar del Reino a los usurpadores? ¿O es que aceptan carecer del mínimo espíritu de hidalguía y lealtad obligado en esta hora amarga? Porque es obvio que, con el socialcomunismo en sus entrañas, España no puede existir como nación unida, grande y libre.
La antiespaña, con su red de cédulas, lóbis y oenegés parasitarias, y con sus cuevas de ladrones nacionales e internacionales, ha convertido a la patria en objeto de botín, en despojo. El vaso de España está a punto de rebosar y no podemos esperar a la última gota para que una realidad social y espiritual que existe desde hace más de veinte siglos se disuelva por el rencor y la codicia de unos canallas avispados. Por todo ello, la huelga general es imperativa.
Autor

- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
Últimas entradas
Actualidad12/06/2025Huelga general contra el expolio y el crimen: Sánchez dimisión. Por Jesús Aguilar Marina
Actualidad10/06/2025La destrucción no es una amenaza divina, sino un secreto anhelo del hombre occidental. Por Jesús Aguilar Marina
Actualidad06/06/2025Socialcomunismo o España. Por Jesús Aguilar Marina
Actualidad03/06/2025La España agonizante y los ojos que no quieren ver. Por Jesús Aguilar Marina