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California Dreamin. Si la literatura universal desapareciera de un plumazo y sólo nos quedara la Ilíada de Homero, una tentativa de reconstrucción sería posible. De la misma manera, si todo el género western se pulverizara a un tiempo, sólo con La diligencia (Stagecoach, 1939) de John Ford se podría refundar la  tragedia épica de los vaqueros de celuloide. Si hace apenas unos años el veterano George Miller retomaba el tópico fordiano del héroe que asume las riendas de su destino en Mad Max: Furia en la carretera (2015), Michael Bay hace ahora lo propio (salvando las distancias) con Ambulance. Plan de huida (2022): seguramente el mejor western velado que se podrá ver este año.

Ya en La roca (1996) Bay introdujo una de las mayores persecuciones jamás exhibidas en una pantalla; ahora Ambulance es la quintaesencia del así llamado “bayhem”: un estilo en efervescencia constante y donde lo gigantesco aparece inabarcable. Yahya Abdul-Mateen II interpreta a un exmilitar que debe proteger a su mujer, una enferma de cáncer que ha quedado desprotegida por el seguro. Para ello, participará en el robo a un banco organizado por su inestable hermano adoptivo, Jake Gyllenhaal. Cuando el plan fracase a causa de la locura y la contingencia, ambos tendrán que huir con el botín, involucrando con ello a una enfermera que ha perdido su pasión por el trabajo, encarada por Eiza González, y un policía herido, mientras toda la policía de la ciudad los persigue.

Ambulance es el remake de una cinta danesa de 2005: toda la película se vertebra sobre una persecución de más de dos horas en la que el ritmo no decae un sólo instante. Un canto de amor a la ciudad de Los Ángeles en el que la acción trepidante se da la mano con la ironía más desinhibida y las referencias metaficcionales a la propia obra del director. Todo ello orquestado bajo la inconfundible batuta de Bay: el uso de cámara lenta, el empleo de travellings circulares e incluso la imagen cayendo en picado desde la perspectiva de un drone. Y aún más: la aparición continuada del CGI, sí, sólo que a plena luz del día; los planos contrapicados donde el espectador se ve cegado por la aparición de un foco a contraluz; la tonalidad saturada de una iluminación que emana de incontables focos; y esos primeros planos atornillados en la glauca mirada de los personajes. Un estilo, el de Bay, proveniente del mundo del videoclip y deudor tanto de los spot publicitarios como de las variadas oportunidades que ofrece el videojuego. Inconfundible en cualquier plano y, para muchos, precisamente por eso detestable: “¡no sé puede ser un autor si se hacen palomitadas de este calibre!”, gritan algunos lectores trasnochados de la vieja Cahiers du Cinéma: con la ceja levantada y el dedo índice sosteniendo el ceño, por supuesto.

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Si el estilo neoclasicista de autores como Affleck, Eastwood, Fincher o Mangold se caracteriza en el apartado técnico por la constante fijeza de la cámara; las muy particulares buddy movies de Bay se encuentran en las antípodas: más cerca, entonces, del vértigo de Zack Snyder y de una tradición en apariencia olvidada que incluye nombres dignos de ser reivindicados como los de John McTiernan, Shane Black o Richard Donner, entre otros. El espacio angosto de una ambulancia contrasta con la enorme extensión de Los Ángeles bajo el sol. Los continuos giros de la trama dinamitándose externa e internamente confluyen a un mismo tiempo como explosiones a varios niveles y sincronizadas a la perfección. Detrás de esta lúdica y novedosa versión de la diligencia fordiana se encuentran distintas hileras de coches y de helicópteros; de perseguidores extravagantes pero eficaces empeñados en una única tarea: abatir a los dos atracadores sin garantizar con ello la muerte de la sanitaria o el empeoramiento de la salud de su compañero policía.

Todo es inmenso en el cine del megalómano Michael Bay: la entidad de las explosiones, el número de coches destruidos, la cantidad de calles por las que huir, la compleja galería de personajes que se interponen en el propósito de los protagonistas y los numerosos conflictos que surgen más rápido de lo que los anteriores se tardaban en resolver. El drama de los personajes, sin embargo, es íntimo y fatal. Emotivo al tiempo que, a su manera, también político. Y el héroe, por supuesto, no puede ganar. Porque así son las leyes del western: la tragedia reside en el límite que delimita la inevitable derrota. Incluso cuando detrás de las cámaras se encuentra el maestro de la levedad, el paradigma moral de lo vacuo y uno de los mayores directores de blockbuster de su tiempo. Porque Ambulance es una muestra de que el gran entretenimiento merece algo mejor que la enésima película de una saga de superhéroes. Sin duda: es la quintaesencia del “Bayhem”. California Dreamin