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Llevo un buen tiempo tratando de ser un cristiano auténtico y de verdad, como el que nos enseña las Escrituras. Confieso sin orgullo que, por más que lo intento, no puedo; fenezco a los días en el intento. Soy un jodido pecador, un sin remedio.
Es éste un grito que le suelto a mi yo egoísta, al que piensa en el instante, al solitario que naufraga en la soledad, al que, de vez en cuando, conduce sin retrovisor y se choca y sale con la chapa para el desguace.
Es un grito de quien es consciente que vivir en Cristo debe ser maravilloso. ¡Quién pudiera!
Y sí, sé que culturalmente podría afirmarse que soy católico, romano y apostólico. También podría sostenerse porque estoy bautizado desde los tres meses de edad, hice la comunión y también la confirmación. Y, además, suelo ir a misa, comulgo, me confieso y rezo varias veces al día. Del mismo modo, porque cada Semana Santa llevo sobre mis hombros a la Virgen, caminé a Caravaca abrazado a la Cruz, doy limosna con frecuencia, ayuno en cuaresma y amo a Cristo…
Pero eso no es ser cristiano. Sólo un sucedáneo que te purga la conciencia; que aleja los remordimientos y, por un rato, te saca del atasco en el que has metido tu vida. Una persona no puede ser cristiana y vivir continuamente en la carnalidad como yo. Vivir en la carnalidad es como no enseña el apóstol Pablo en la Epístola a los Gálatas 5:19-22 “ Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” Por eso, cuando uno se acuesta con decenas de mujeres y se toma los chupitos de güisqui como si no hubiese más mundo después de ese instante, sabe que no es cristiano y que tampoco es salvo.
¡Qué desdicha la mía!
Sé que la auténtica conversión no es solamente una decisión humana, es una obra sobrenatural de Dios, al igual que la del arrepentimiento. Seguramente Dios todavía no se ha fijado en mí, lo intuyo, porque no consigo aborrecer el pecado que antes amé. Me sigue gustando.
Soy consciente de que si una persona no camina como cristiano es porque no es cristiana. Por tal motivo, suelo pedirle a Dios que penetre la fuerza del Evangelio en mí, que me ayude a mirar a Cristo y confiar en su obra redentora. La Biblia nos enseña que todos los hombres nacemos aborrecedores de Dios, para que un hombre sea amante de Dios se requiere la intercesión de Dios, un cambio en el corazón, es lo que significa la verdadera conversión. Tras esa obra divina uno sólo puede querer fielmente la comunión para con él, porque ansía conocerlo y vivir en él y con él.
Pido en mis oraciones ser un hombre nuevo, eternamente arrepentido, caminar en el Señor, con una vida cambiada, repleta de fe, porque el fruto en el presente es, nada más y nada menos, que la santificación y, como resultado futuro, el regalo inmerecido de la vida eterna.
Deseo poder decir algún día en voz alta, al igual que San Pablo de Tarso escribió en Gálatas 2:20 “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Porque yo quiero ser cristiano. No se me ocurre otra forma mejor de vivir. No quiero ser libre; además, ser libre es una utopía. Yo quiero ser siervo de Dios. Nada más bello que ser esclavo de Dios, obediente a él, y no deber la vida al yugo del pecado, que trae la vergüenza, la obscenidad, la condena y la muerte.
Quiero ver con sus ojos, actuar con su alma.
Amén.
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