11/10/2024 20:16
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Si, como dijo Descartes, es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez, habrá que preguntarse con qué nivel de insensatez e irresponsabilidad, si no de deslealtad e hipocresía, habrá que considerar y nombrar a aquellos que no dejan de pactar con Sánchez, en particular, y con el socialcomunismo, en general. O de consentir las perversiones y atropellos de quienes han hecho de su existencia un permanente engaño.

A quienes no dejan de pactar y a quienes no dejan de votar a los victimarios y a sus cómplices. Porque esta sociedad buenista, diseñada por los pergeñadores del Proyecto, está integrada por bardajes o colaboracionistas dispuestos a complacer a quienes les están destruyendo e incluso a sacrificarse por sus verdugos y a admirarlos. Nos hallamos en una época de extinción en la que si el ciudadano -al menos el ciudadano normal- no lucha, se suicida.

La Corona, los poderes legislativo y judicial y la institución militar están faltando a su deber de tomar decisiones para acogotar a los correspondientes corruptos con condenas disuasorias e incautación de sus bienes para las arcas públicas saqueadas. Pero como esto ya se ha hecho habitual, la ciudadanía debiera concienciarse de que se enfrenta a una crisis de civilización sin precedentes, fundamentalmente moral y demográfica, con una casta política degenerada, consagrada a depredar metódicamente a las clases medias no clientelares, a las cuales ha decidido exterminar en todos los aspectos imaginables, incluido el de la propia vida. La realidad histórica, a pesar de las milongas mediáticas, es incuestionable. Los pueblos que no se reproducen acaban desapareciendo. España -Europa- será islámica. Y negra. Y violada en serie. Si no se ponen pies en pared.

Lenta, pero inflexiblemente se ha ido asistiendo a unos cambios sociopolíticos de una radicalidad inesperada, a una escalada de traición y perversión que ha venido restando verosimilitud al conjunto institucional, arraigado en la mentira, en la negación de los valores tradicionales, en la humillación a la persona y en el desprecio a su dignidad. Y, en esa catástrofe, de nada han valido los teóricos oponentes, pues la triste oposición que debiera haberse enfrentado a las vengativas y miserables izquierdas rojas, ha colaborado con ellas en el desastre.

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Poco a poco se han ido transformando los derechos ciudadanos en migajas de subsidios, y una clase media poderosa en una precaria, confusa y dispersa multitud empleada en sostener al delictivo Régimen del 78. Lentamente se ha ido aceptando a separatistas y asesinos, a agresores y forajidos de todo tipo que han acabado apoltronándose en el poder y desprotegiendo nuestro idioma y nuestras fronteras interiores y exteriores. Lentamente se ha ido perdiendo la fe en los principios, en la justicia y en la autoritas, gracias a un designio y a una estrategia minuciosamente calculados por los enemigos de España y de la razón, es decir, de la virtud.

Los ciudadanos que trabajan y pagan sus impuestos religiosamente, los espíritus libres, están indefensos, carecen de representantes políticos y de líderes morales. Ante los innumerables problemas de su cotidiana contingencia no saben a quién dirigirse, porque la autoridad que debiera regular la convivencia no existe. Todo a su alrededor es un engaño, una competición de codiciosos, un fraude omnipresente que envuelve el tejido urbano, político, educativo y mercantil. El poder, ajeno a la autoritas, se encuentra instalado en una estructura conformada para el expolio. Y sólo atiende a sus propios intereses y a los de sus sectarios y parroquianos. Como, históricamente, viene siendo habitual en los órdenes capital-socialcomunistas.

El individuo cívico, la gente de bien, como digo, no tiene a quién ni dónde acudir. La partidocracia, los que antaño eran sospechosos burócratas de partido, hoy son directamente facinerosos que han asaltado y secuestrado a la ciudadanía en un gueto humillante y tenebroso denominado democracia. Una democracia sui generis, sin división de poderes ni controles institucionales, tramposa en todos sus aspectos, en la que la corrupción es la práctica general y por cuyas asambleas y parlamentos merodean degenerados y delincuentes.

España se derrumba porque no hay pueblo que pueda soportar tantas administraciones inútiles, tanto vago, tanto maleante y tanto okupa e inmigrante a la sopa boba. España muere asfixiada por las innumerables guaridas de salteadores que se han establecido en sus sitiales y tribunas, en sus campos y ciudades. De ahí que la regeneración moral sea una urgente necesidad, una materia de puntual y rigurosa supervivencia.

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El orden social requiere paz y responsabilidad en la obediencia, pero en la confrontación con la barbarie exige medidas firmes. Y esas medidas necesarias precisas, además de firmeza, sabiduría para utilizarlas. Cuando se llega a unos límites de envilecimiento y decadencia que quebrantan la naturaleza humana y la cultura y la moral tradicional, se está obligado a reaccionar enérgica y sustancialmente para consolidar el compromiso con la civilización, con el albedrío y la dignidad del ser humano.

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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