Estaba el otro día tomando unas cañas con un amigo de largos aperitivos y animada conversación en una de las tabernas más emblemáticas del madrileño Barrio de las Letras, cuando llamó mi atención un individuo ya entrado en años, de aspecto desaliñado, cabello ralo, barba frondosa y caminar incierto. Su rostro, surcado por múltiples arrugas en torno a una nariz prominente y violácea flanqueada por unos ojillos maliciosos y amarillentos, reflejaba el paso inmisericorde de la edad acentuado, por qué no decirlo, por la ingesta de generosas dosis diarias de alcohol. Para mi sorpresa, el sujeto se acercó a nuestra mesa y, después de saludar efusivamente a mi compañero de andanzas cerveceras, me tendió la mano con cierta indolencia, al tiempo que se presentaba, señalando que se llamaba Vladimir en honor a Lenin, al cual definió como el padre de la revolución socialcomunista. Estuve tentado de no contestarle, fundamentalmente por no entablar una discusión nada más conocernos, pero debo reconocer que el deje de pretendida superioridad moral que acompañaba a mi nuevo contertulio me impulsó a responderle como es debido, es decir, poniendo los puntos sobre las íes. Así, le señalé que efectivamente Lenin había liderado el Golpe de Estado contra el Gobierno ruso presidido por Aleksandr Kérensky, dando inicio de esta forma tan poco democrática a la andadura del régimen político más represivo, criminal y corrupto de la Historia Contemporánea.
Ante mi disertación, ciertamente concisa dado que no veía razón alguna para extenderme más de la cuenta, quedó Vladimir un tanto desconcertado, probablemente acostumbrado a que no se le llevara la contraria en cuestiones políticas, entre otras razones por la escasa tendencia de la derecha a entablar con la izquierda la cada vez más necesaria batalla cultural. Fue entonces cuando, confirmando la tendencia de los zurdos a proceder a salto de mata, es decir, sin orden ni concierto, Vladimir me espetó ufano que lo que el socialismo había buscado desde su nacimiento era la creación de una sociedad igualitaria, por lo que entendía que para conseguir tan magno ideal cualquier medio resultaba válido. Por ello, continuó Vladimir, acabar con los ricos era la tarea encomiable y necesaria que habían llevado a cabo los regímenes socialcomunistas allí donde habían triunfado. Para refutar tal aseveración le comenté a nuestro adoctrinado comunista que solo en la URSS, China y Camboya los Gobiernos socialcomunistas habían eliminado a más de 100 millones de personas, la mayoría de ellas pobres de solemnidad, para a continuación, añadiendo más leña al fuego, señalarle que en la Cuba castrista y en la Venezuela chavista la mayoría de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza, mientras la cúpula política y los altos mandos militares nadaban en la abundancia. En consecuencia, concluí, la igualdad en los pretendidos paraísos socialcomunistas se había logrado a costa de extender la miseria al grueso de la población, lo cual no parecía, al menos a simple vista, una hazaña de la que vanagloriarse.
Inasequible al desaliento Vladimir persistió en su ofensiva dialéctica, aduciendo ahora, en un nuevo salto de mata, que Pedro Sánchez iba a poner en marcha una serie de medidas para disminuir los Lamborghini y aumentar el transporte público, lo cual, más allá de mis objeciones, demostraba la bondad de la políticas socialcomunistas. Ante tan patética y populista exposición de razones no pude evitar una sonrisa burlona antes de lanzarme, metafóricamente hablando, a su yugular. Así, comencé mi réplica señalando que las medidas propuestas por el psicópata monclovita se reducían a la típica receta socialcomunista, esto es, más gasto público y más impuestos, lo cual, teniendo en cuenta como esta el patio español, sólo puede calificarse de suicidio económico. En síntesis aduje que el aumento del gasto público en el momento actual solo podía obedecer a la necesidad de ofrecer algún tipo de compensación económica al conjunto de Comunidades Autónomas del régimen común que habrían de verse perjudicadas como consecuencia del enorme beneficio económico que para Cataluña supondrá acceder a un sistema de financiación singular, el cual, por otra parte y poniendo en tela de juicio el afán igualitario del que tanto presumen los socialistas no hace otra cosa que vulnerar el principio de igualdad tanto interterritorial como interpersonal. Obviamente para cubrir este incremento del gasto público los españoles nos veremos en la obligación de asumir un aumento de la carga fiscal, a pesar de que en la actualidad tenemos en España unos impuestos absolutamente desmesurados, que no hacen otra cosa que lastrar la economía. Además, empeorando la situación, nos encontramos con que, según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), el Gobierno socialcomunista gasta más de 60.000 millones de euros de manera improductiva, no incidiendo, por tanto, dicha inversión en una mejora de la prestación de servicios sociales, asimismo, el Gobierno de P. Sánchez invierte cientos millones de euros en mantener a medios de comunicación y ONGs ideológicamente afines y otros tantos cientos millones de euros a cubrir las necesidades de los inmigrantes irregulares a pesar de que no han cotizado ni un solo día a la Seguridad Social, todo ello con la única finalidad de crear una tupida red propagandística y clientelar. Por si el peso condenatorio de las pruebas no fuera suficiente tuve a bien añadir que P. Sánchez y sus ministros han utilizado sin poner un solo euro de su bolsillo el Falcon 900B y el Airbus 310 más de 1.500 veces tan solo durante el año 2023, lo cual ha traído consigo un gasto procedente del erario público de más de 7 millones de euros y una emisión a la atmósfera de más de 30.000 toneladas de CO2, lo cual equivale a las emisiones de un coche durante casi 3.000 años.
Tras lo expuesto, Vladimir, un tanto intolerante a las exposiciones razonadas y alérgico a los datos empíricos, viéndose incapaz de refutar el uso indebido y descontrolado del dinero público con algún tipo argumento mínimamente consistente y, a la vez, deseoso de salir airoso del laberinto político al que su prepotencia de partida le había conducido, optó por exigirme que le expusiera políticas alternativas a las implementadas por el Gobierno socialcomunista que redundaran en beneficio de la sociedad, por supuesto, bajo el presupuesto de que tales políticas no existían. Es decir, me pasó la pelota con la esperanza de que no supiera que hacer con ella. No sin cierto regocijo, no exteriorizado por atenerme a las reglas básicas de educación que mis padres me habían inculcado desde bien pequeño, contesté a Vladimir que lo primero que había que hacer era proceder a una disminución drástica del gasto político, por un lado, recortando ministerios y asesorías y, por otro lado, limitando las ayudas públicas a aquellas individuos en situación de vulnerabilidad que estaban dispuestos a reinsertarse en el mercado laboral, con la lógica excepción de aquellos que por motivos de salud no podían hacerlo. A partir de esta disminución del gasto público habría de procederse paralelamente a una disminución de la presión fiscal, que sin duda daría lugar al estímulo de la inversión interna y la atracción de inversión externa, produciéndose gracias a ello la apertura de nuevas empresas y la generación de numerosos puestos de trabajo. De esta forma inevitablemente se produciría un incremento de la producción, un crecimiento de la masa laboral y un aumento del consumo, todo lo cual llevaría a una mayor recaudación del Estado por verse incrementadas las partidas monetarias procedentes del impuesto de sociedades, el IRPF y el IVA. Pero más allá de todo ello, en este escenario nítidamente liberal los individuos, en función de su talento y capacidad de esfuerzo, estarían en disposición de poner en marcha y desarrollar su propio y particular proyecto vital. Por ello la búsqueda de la igualdad no solo no es una quimera deseable, sino que es un auténtico disparate, ya que su implantación implicaría el obligarnos a todos a vivir la misma vida con pequeñas variaciones, despreciando el enorme caudal de razonamientos, especulaciones, intuiciones y motivaciones que proporciona la diversidad individual, lo cual tan solo provocaría la imposibilidad de crecimiento personal y social en todos los ámbitos de la vida.
Fue en ese preciso instante cuando nuestro batallador comunista se levanto para despedirse, señalando que a pesar de todo lo dicho él seguía siendo comunista, a lo cual le contesté de forma un tanto sarcástica que no podía ser de otra manera, ya que llamarse Vladimir para honrar la memoria de Lenin era una desgracia que no podía dejar de tener consecuencias. Sonreímos tímidamente en señal de paz, nos despedimos y tan solo me quedó el regusto amargo de comprobar como todavía quedaban en el mundo personas que abrazaban fanáticamente la distopía comunista.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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