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«La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer», con esta frase el reconocido dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht, resume lo que significa lo que es una «crisis». Comenzada la crisis, comenzada la guerra.
A Brecht algunos le atribuyen un poema que se encuentra en el Museo Memorial del Holocausto. Aunque la autoría descansa en el nombre de su coterráneo, el pastor luterano Martin Niemöller. A la final no es tan relevante la autoría del poema como su vigencia.
«Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí». Estas palabras son tan reales como frescas.
¿Primero vinieron por los ucranianos, y yo no dije nada, porque yo no era ucraniano? Seguro habrá quien se lo pregunta y también quien lo duda. Y, es que, la crisis humana, humanitaria y de la humanidad no cesa. Nos encontramos ya no ad portas de una tercera Gran Guerra, sino que más bien ya somos espectadores, y tal vez, en lo eventual, seamos parte activa de ella.
Hay quienes sostienen que fue la OTAN, la que tentó a Putin, pero se les olvida que fue el mismo Putin quien se tomó la península de Crimea, hasta entonces parte de Ucrania. Y eso que muchos en Crimea se taparon la boca el 13 de marzo de 2014 en protesta a las fuerzas rusas, defendiendo que la península formaba parte de su país.
Putin empezó en febrero de aquel año, un plan bélico en Armyansk y Chongar, es decir, los dos principales cruces de carreteras entre Ucrania continental y la península de Crimea. Al igual se encontraron planos de febrero de este año en curso en donde se puede ver de forma clara que Rusia ya tenía planeado tomarse Donetsk y Lugansk, con miras a Kiev.
Al igual que Hitler, Putin reclama los territorios que hacen farte de algo tan abstracto como un sentimiento, en este caso sería el «paneslavismo», que se refiere al movimiento político y cultural que se basa en el sentimiento de unidad cultural e histórica de los pueblos eslavos y que tiende a restaurar su unidad política. Lo cual da pie a que haya existido el totalitarismo ruso con los zares y luego el soviético de Stalin, en principio.
Ahora, Putin aboga por rescatar estos ideales. Por ejemplo, Bielorrusia ya hace parte de ese plan. No es consecuencia que el dictador, opresor y reprimido Lukashenko sea el aliado estratégico de Putin. Bielorrusia se ha prestado de forma arbitraria a favor de Rusia y en detrimento de Ucrania. El Protocolo de Minsk no es más que eso. Incluso, el periodista bielorruso Tadeusz Giczan, filmó al tirano bielorruso señalando lo que sería el mapa estratégico del plan de invasión a Ucrania.
De igual modo, que la OTAN no hubiera aceptado a Ucrania desde un principio, demuestra su temor hacia Putin.
En tan solo 10 días de la arremetida de Rusia contra Ucrania se ha producido una nueva crisis migratoria casi que sin presente. Un millón y medio de personas han tenido que huir de sus ciudades para terminar esparciéndose por otras naciones, en principio, de Europa.
Entonces, ¿si no decimos nada, quien va a quedar para hablar por nosotros?
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