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Que el PP aparente ser la oposición a la izquierda socialista y podemita no le convierte en la oposición real. Las fuerzas políticas centristas –Ciudadanos, PP- las izquierdas socialistas y comunistas, y los separatistas de diverso pelaje, poseen una unión ideológica que más allá del paripé parlamentario les caracteriza: la obediencia perruna a la Agenda 2030.
Recordemos cómo entre 2014 y 2017 el partido Podemos fue el instrumento paseado por las televisiones conservadoras de la manita de Mariano Rajoy para que éste, el presidente más inane, menos carismático y más impopular de la democracia, pudiese ganar las elecciones de 2016 pese a la pérdida de 5 millones de votantes hartos de la traición política, el atraco fiscal de Cristóbal Montoro, el seguidismo a las leyes ideológicas de la izquierda y la cesión al separatismo etarra y catalán. Rajoy necesitaba del “miedo” a Podemos para convalidar su mandato desastroso, vacío ideológicamente y catastrófico para la clase media.
Podemos es, desde sus inicios, un partido de la simpatía plena de Ana Patricia Botín, empresaria predilecta del presidente del Foro de Davos, el mundialista Klaus Schwab. La presidenta del Banco Santander es una portavoz del “Gran Reinicio” económico y social adherido a la Agenda 2030 que proyecta la transición ecológica y la digitalización. Admiradora declarada de la formación comunista de Yolanda Díaz, es impulsadora de la ideología feminista y de género.
Podemos, en la actualidad y pese a su notoria descomposición interna, es una fuerza que se mantiene en la primera línea política en aspiración a agigantarse en el espectro de la izquierda con el apoyo de las oligarquías financieras y globalistas gracias a la imagen de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.
Una ministra que ha aprobado, a gusto de los megamillonarios del IBEX, de los especuladores y de los sindicatos zampabollos y ladrones, una “no reforma laboral” que salió adelante con el voto oportuno de Alberto Casero: un pancista diputado pepero al que se ha retratado mediáticamente, por su jeta, como el “tonto despistado” de la clase, cuando en realidad ha sido sólo el peón útil, la jugada necesaria de última hora, para aprobarle al amiguete Garamendi y a las élites esa “no reforma laboral” que anhelaban y que sólo una ministra izquierdista podría hacer digerible para muchos trabajadores de España todavía creyentes en la falsa dicotomía izquierdas- derechas.
Y si el PP fue el partido que aprobó la “no reforma laboral” a Yolanda Díaz, a la llorona Garamendi y a los sindicatos chaperos que podrán seguir negociando despidos colectivos y llevándoselo crudo, Podemos no se portó menos bien con el PP; la formación comunista hizo a Pablo Casado un regalito maravilloso en Castilla y León cuando Alberto Garzón abrió la bocaza para acusar a los ganaderos de maltratadores y a la carne española de bazofia. Todo un misil contra la comunidad más ganadera y agrícola de España, Castilla y León, y en plena campaña electoral.
El asco hacia Podemos vuelve a agitar un avispero electoral en beneficio del PP y de las élites que comparten, como Podemos, la Agenda 2030.
¿Qué le importaba a Alberto Garzón dar un tiro en el corazón a su partido en Castilla y León y beneficiar de este modo al inútil Alfonso Martínez Mañueco, cuyo carisma es similar al de un trapo mojado, si el PP iba a devolver pronto, muy pronto, un favor a la Yoli cuando el PP aprobase en el Congreso la “no reforma laboral”?
Esto, querido lector, no va de izquierdas y derechas, de PP y PSOE. Va de Podemos, PP, PSOE y separatistas que son, todos ellos, hijos de una misma camada ideológica, que es la del “pin” concéntrico multicolor, la que se somete a Úrsula Von der Layen, la que acepta las regulaciones abusivas y eco radicales de la Comisión Europea, la que asume la invasión inmigrante, la que traga los postulados de la Agenda 2030 que roba nuestros vehículos diesel, nuestra energía nuclear y la que destruye el sector cárnico y agrario.
Alfonso Fernández Mañueco, PP, ha tenido en Alberto Garzón, Podemos, su máximo valedor y apoyo. El perfil carismático de Mañueco, similar al de un kiosquero a punto de jubilarse y que espera el fin de la jornada laboral para echar la partida de dominó, no ganaría ni la elección a presidir una Comunidad de vecinos si no fuera por el empuje que le ha dado el ministro comunista de Consumo abriendo su bocaza.
La Yoli y las oligarquías no hubieran tenido la “no reforma laboral” que Ursula Von der Layen y Ana Patricia Botin querían, si el diputado pancista pepero Alberto Casero no la hubiera aprobado.
Las élites económicas y globalistas siempre ganan, sitúan a sus peones para beneficiar sus intereses y hacen de los partidos políticos un teatro permanente, un vodevil donde mismos perros con diferente collar juegan a diferentes mientras en su trastienda hay pactos sucios y acuerdos de cloaca.
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