25/10/2025 08:22

El DRAE define punto, en su acepción 14, como “sitio” y “lugar”. Las posiciones y puestos militares españoles en Las Filipinas eran, en muchos casos, simples puntos en el mapa del archipiélago y muy alejados unos de otros y de Manila. Esos puntos contaban con muy pocos recursos y estaban, durante meses, totalmente incomunicados.

Forzosamente los jefes de esos puntos tenían que resolver, sobre la marcha, los problemas imprevistos que surgieran y tomar la iniciativa, sin tener órdenes ni instrucciones específicas al respecto. Esas circunstancias dieron un estilo peculiar de mando de jefes resolutivos, con imaginación, dinámicos, determinación y, a veces, con procedimientos no ortodoxos en situaciones heterodoxas. Estos jefes eran conocidos, por extensión, como “puntos filipinos.

La RAE recoge la expresión de “punto filipino” sólo en la acepción de “pícaro, persona poco escrupulosa y desvergonzada”. Pero, en realidad es una derivada del concepto militar inicial. Aunque, las liberalidades sociales que se daban en las zonas tropicales de Ultramar no eran, ni mucho menos, exclusivas, de Las Filipinas, ni de los destacamentos o puntos destacados.

Pondremos algunos pocos ejemplos de “puntos filipinos” en ese contexto militar:

  • Los últimos de Filipinas que, sin conocimiento de la situación general y próxima, resistieron durante un año un cerco absoluto.
  • El laureado comandante Fortea, gobernador de la isla Batanes, a 380 km de Manila, que en septiembre de 1898 fue atacado por una fuerza de desembarco rebelde y de la propia guarnición indígena que se unió a los insurrectos. Tuvo que defender la casa de gobierno, contando sólo su familia, hasta que fue abatido.

La iniciativa está asociada a nuestra gloriosa historia militar, a ella le debemos la reconquista de Córdoba por los almogávares (1236), las conquistas de Méjico (1519 – 1521) y Perú (1533), el éxito del desembarco de Alhucemas (1925), etc.

El Sahara.

La extensión del desierto del entonces Sahara español también obligó a establecer pequeños destacamentos y patrullas, que provocaron la última oportunidad de la existencia de “puntos filipinos” españoles, desde la óptica militar.

Las patrullas de entidad sección, sobre todo de Infantería, sólo enlazaban con sus bases, por radio y mediante una antena de hilo, una vez al día y a una hora determinada, para dar novedades.

La decisión.

La tradicional doctrina y cultura militar española remarcan que una de las principales cualidades de un jefe es el amor a la responsabilidad, para tomar decisiones oportunas en el tiempo.  Así lo expresa el art. IX del Decálogo del Cadete: “Tener amor a la responsabilidad y decisión para resolver”, redactado por el primer director de la Academia General Militar, en el año 1928, y con el que, desde entonces, se forman los mandos del Ejército.

El autor del citado decálogo dio ejemplar orden de desembarcar en la bahía de Alhucemas, cuando el jefe de la operación, mal informado de la verdadera situación táctica de su vanguardia, había dado la orden de retirada.

Antiguas normativas aconsejaban que los nuevos oficiales fueran destinados lejos de sus respectivas planas mayores, para que estimularan su iniciativa.

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La situación actual

Entre los muchos cometidos en los ejércitos, el más importante es el ejercicio del mando a todos los niveles. El sistema actual de mando y control dificultan la iniciativa y la flexibilidad en la toma de decisiones, a causa de tres motivos principales:

  • Funde y confunde los niveles estratégico, operacional y táctico.
  • Provoca la falta de unidad de mando con el Ejército “sistémico”, definido como un complejo conjunto de sistemas funcionales (SIMACON, SIPRE, SIPE, SIGEN, SALE. SAE, SAT SICOM y SIAEN), como si las unidades militares no lo fueran. Lo único que ha conseguido, aparte de promocionar a sus impulsores, es un ejército diluido, diversificado y con la jerarquía de mando desestructurada.
  • La política de personal prima la igualdad de oportunidades para la promoción personal sobre la eficacia de las unidades militares, sobre todo las de combate.

El sistema de mando y control.

Los medios actuales de transmisiones facilitan que el nivel táctico pueda estar controlado y mediatizado por el nivel estratégico.

Es conocido el caso de la embarcación pirata en el Índico, cuyo jefe táctico pidió permiso para abrir fuego. Los permisos se siguieron solicitando por los sucesivos escalones de mando, hasta el ministerio, sin que ninguno se atreviera a tomar la decisión. No hizo falta que se tomara, porque antes los piratas tuvieron tiempo de ponerse fuera del alcance del tirador.

Hace poco se ha publicado el caso de una sección española en Afganistán, en el año 2010, que también solicitó permiso para abrir fuego ante la inminente amenaza de una agresión armada, y se le denegó. Seguramente valorando más la asunción de responsabilidades, a nivel político, que la seguridad táctica y de las tropas propias. La agresión armada se produjo con gran violencia, dejando la libertad de acción al enemigo (principio fundamental del arte de la guerra). Seguramente hubiera sido más recomendable abrir fuego y después justificarlo.

Lo mismo podemos decir de la estructura de la toma de decisiones, em el caso de las recientes inundaciones de Valencia, a causa de la gota fría. Dónde ha imperado la inacción ante la falta de órdenes:

  • El sistema de la toma de decisiones se ha demostrado totalmente ineficaz: burocratizado y muy lento. Nadie se atrevió a tomar ninguna iniciativa, a pesar del daño inminente a personas y bienes nacionales. Es actualmente una actitud impensable como las de los capitanes Daoiz y Velarde del Dos de Mayo de 1808.
  • En caso de una agresión exterior a una autonomía, según la nueva política fáctica de seguridad nacional, no se podría intervenir militarmente hasta que el presidente de dicha autonomía no lo solicitara.
  • Si esta situación se ha dado ante un adversario natural, sería fatal ante un enemigo decidido y agresivo. En el supuesto de que nos atacara Andorra, mientras la cadena de mando trasmite la orden de respuesta y se abastecen, el atacante habría llegado a Covadonga. No digamos nada, ante un ataque por sorpresa a nuestras plazas, islas y peñones africanos.
  • Es decir, en caso de un ataque de un misil hipersónico ¿Quién tiene que dar la orden de fuego? Si se considera que es una imposibilidad nos podemos ahorrar toda la artillería antiaérea.
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El ejército sistémico.

Este sistema ha conseguido romper la unidad de mando y, en consecuencia, la acción de conjunto y la concentración de esfuerzos. Además, diluir las capacidades y la plena responsabilidad del jefe.

Menos mal que las catástrofes nacionales no implican tener que abastecer a las unidades militares de todo los necesario para vivir y combatir.

La política de personal.

La acción de mando requiere experiencia, apego al riesgo y hábito en decidir ante la incertidumbre. La falta de experiencia impulsa a la inacción, para tratar de evitar secuelas en las hojas de servicios y, en muchos casos, a no poder tomar iniciativas por falta de conocimientos.

Las labores de los estados mayores, como órganos auxiliares del jefe, son de carácter impersonal y no tiene facultades decisorias, competencias exclusivas de sus jefes. Sobre todo, en los grandes cuarteles generales y en los órganos de la administración los plazos de planeamiento y decisión son más relajados, las responsabilidades y riesgos más diluidos (excepto el de pincharse con una grapadora). Aquél que no está habituado a asumir riesgos y tomar decisiones en los mandos intermedios, no estará capacitado cuando escale los puestos más avanzados de la milicia en tiempos de paz, y menos en caso de guerra.

Sin embargo, la política militar de personal ha olvidado que la razón de ser de los ejércitos son las unidades de combate, y no los perfiles de carreras de los oficiales para que todos tengan, en teoría, las mismas oportunidades para acceder al generalato, finalidad vital que sustituye al concepto primigenio de servir. Así, se limita el tiempo en el mando de las unidades y no en el resto de otros órganos de la administración militar.

La prueba es que hay dificultades para cubrir las vacantes de jefe de batallón o grupo, unidad fundamental de cada arma, y para los actuales cursos de estado mayor, que son de todo menos una escuela de táctica.

Conclusión:

Se necesitan puntos filipinos.

Autor

Salvador Fontenla Ballesta
Salvador Fontenla Ballesta (Huércal-Overa, Almería, 1946) es general de Brigada en la Reserva. Destinado como teniente en el Tercer Tercio de La Legión y en la III Bandera Paracaidista en el Sahara Español, participó en las operaciones con motivo de las agresiones del Frente Polisario y de la Marcha Verde.
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