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El otro día, en un centro comercial de mi ciudad, me di de narices con un cartel, colgado de una pared, en el que se veía la imagen dibujada de un gato y se leía algo así como: “no soy tu mascota, soy tu familia, tu amigo, tu compañero. No eres mi dueño, eres mi familia, mi amigo, mi compañero”. Aquello me hizo reflexionar.

Parto de la base que guardo un profundo respeto hacia los animales como seres vivos que son, creados por el mismo Sumo Hacedor que me creó a mí y, por tanto, les debo la consideración que se merecen sin que, por ello, trate de igualarlos a los humanos aun en la inteligencia de que muchos ellos merecen, con total seguridad, más respeto que muchos de los hombres que pueblan la tierra.

Sin embargo, resulta paradójico e incluso alarmante que, para determinados grupos, generalmente de ideología izquierdosa y, en especial, para la pijoprogresía imperante, tengan más consideraciones hacia los animales que hacia los seres humanos.

Desde la irrupción del malsano populismo, representado en nuestra Patria por esa ralea de miserables que todos conocemos, la sociedad española ha contraído una grave enfermedad que, caso de no ponerle remedio de inmediato, nos llevará a la ruina total sin paliativos.

La llegada a la escena política de toda esta caterva de animalistas, veganos, ecologistas, feminazis, lgtbijklm…, etc., está provocando la pérdida total de valores, especialmente entre la juventud inmersa en ese torbellino relativista donde todo vale, caso de ser políticamente correcto según el criterio imperante.

Desde aquel ignorante o ignoranta, por ser inclusivo, que también abundan y cada día más, que hablaba de que el gallo es un violador impenitente de gallinas; pasando por aquel tipejo, todavía Ministro en este gobierno de risa floja, que pretendía que dejásemos de comer carne por una supuesta mejor salud del planeta; hasta esos defensores acérrimos del lobo, sin importarles el daño que puede causar si no se controla su población, aquí se ha impuesto una política enfermiza de defensa de los animales, aunque en el fondo, todo tiene su origen en el malsano deseo de toda esta basura pijoprogre de cargarse la tauromaquia por constituir una seña propia de identidad de España, más allá de cualquier otra consideración.

Estos mismos pijoprogres de la malsana y maldita podemía, el peor virus que ha asolado España, son los que defienden, con uñas y dientes, que debemos permitir la entrada indiscriminada de ilegales, procedentes de la zona subsahariana, como a la que estamos asistiendo en estos días en nuestra frontera de Melilla y, más allá de una supuesta vocación humanitaria, que no la tienen, saben que se trata de un posible importante caladero de votos para un futuro no muy lejano, votos que se captarán a base de una paguita a cada inmigrante que les permitirá, por muy mísera que sea, vivir mucho mejor que en sus países de origen.

Estos flujos migratorios compuestos en su mayoría por tipos fornidos, de cuerpo atlético y en edad militar, como el caso de ese negro que hemos visto en un video tratar de agredir a un compatriota nuestro que estaba grabando con un móvil la presencia masiva de estos elementos. El colmo de los colmos, un tipo que entra a España de forma manifiestamente ilegal, que desconocemos las intenciones que trae y que, encima que no le echamos, se permite el lujo de amenazar con un instrumento contundente a un compatriota nuestro en su propia ciudad, su casa. ¡Vergonzoso!   

Sin embargo, estos mismos que lloran por la muerte de un perro o un gato o por el lobo cazado cuando ataca a un rebaño de ovejas; estos mismos que defienden a capa y espada, la llegada masiva, por razones supuestamente humanitarias, de inmigrantes ilegales, son los que claman por el derecho que asiste a las mujeres para asesinar, con total impunidad, alevosía y premeditación, a un ser vivo, dotado de alma, espíritu y raciocinio, que llevan en el claustro materno. Esta es la mejor y más palmaria muestra de lo enferma que está esta sociedad corrupta y sin principios morales de tipo alguno.

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Con todo ello, creemos que lo más grave de esta situación es la actitud de nuestros jóvenes, desprovistos de valores más allá del culto a los ídolos con pies de barro, tal es el caso de esos que se denominan “influenciadores” que son los que marcan las pautas del devenir de una buena parte de la juventud, enganchada a las redes sociales debidamente manejadas por el globalismo internacional. Además de eso, la nueva religión planetaria donde todo lo que hacen -la alimentación, la forma de vestir, la defensa a ultranza del animalismo y del ecologismo, incluso el descenso de la natalidad- es en función de una supuesta salud del planeta.

Por supuesto, una buena parte del problema radica en la propagación de estas ideas en las propias aulas y de las que sirven de altavoces un porcentaje importante de los docentes que se convierten, de esta forma, en paradigmas del alumnado.

Una buena parte de esta juventud a la que le han inoculado los principios de un feroz y malsano relativismo, conceden más valor a una mascota o a un bosque que a la vida de un no nacido ya que todos han crecido en un ambiente en el que uno de los principios básicos que han aprendido es que la mujer puede hacer con su cuerpo lo que le da la gana, lo cual podría tener sentido si de ello excluimos la vida de un ser, inteligente y provisto de alma y espíritu, que llevan en su interior y que trasciende más allá de su propia libertad como individuo.

Vivimos tiempos de zozobra y la sombra de la guerra planea sobre todos nosotros. Atrás quedan aquellas pretendidas guerras asimétricas de las que nos hablaban los que aseguraba, de forma categórica, que jamás se volvería a plantear una guerra convencional, de esas de toda la vida, al menos en el continente europeo. Sin embargo, hete aquí que tal aserto no dejó de ser una pretensión para justificar el paulatino desarme de una Europa a cada paso más inerme e incapaz.

Durante los últimos años vivimos inmersos en la opinión generalizada de que, al igual que en otras ocasiones, caso de plantearse un problema serio, serían los norteamericanos los encargados de defendernos aportando sus hombres, su material y, por supuesto, sus muertos, unos muertos que, llegado el caso, la Europa que conocemos sería incapaz de asumir. Sin embargo, parece que los vecinos del otro lado del Atlántico ya no están tanto por la labor.

Cabría preguntarse entonces, qué sucedería en el supuesto de que se declarase una guerra generalizada teniendo los campos de Europa como teatro de operaciones. ¿A quién se movilizaría para hacer frente a una supuesta invasión de nuestras fronteras? ¿Alguien cree que podríamos recurrir a la juventud para empuñar las armas y defender lo que es suyo? Lo dudo mucho ya que, el que más y el que menos, correría, con el rabo entre las piernas, a esconderse bajo las faldas de su madre, aunque eso sí, previamente manifestaría sus opiniones por medio de las redes sociales o, en el mejor de los casos, creando un grupo de wasap, aunque eso sí, todo muy sostenible.

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Lo dicho, nuestra sociedad está enferma y si no le ponemos remedio, esa enfermedad será de muerte.

Autor

Eugenio Fernández Barallobre
Eugenio Fernández Barallobre
José Eugenio Fernández Barallobre, español, nacido en La Coruña. Se formó en las filas de la Organización Juvenil Española, en la que se mantuvo hasta su pase a la Guardia de Franco. En 1973 fue elegido Consejero Local del Movimiento de La Coruña, por el tercio de cabezas de familia, y tras la legalización de los partidos políticos, militó en Falange Española y de las J.O.N.S.

Abandonó la actividad política para ingresar, en 1978, en el entonces Cuerpo General de Policía, recibiendo el despacho de Inspector del Cuerpo Superior de Policía en 1979, prestando servicios en la Policía Española hasta su pase a la situación de retirado.

Es Alférez R.H. del Cuerpo de Infantería de Marina y Diplomado en Criminología por la Universidad de Santiago de Compostela.Está en posesión de varias condecoraciones policiales, militares y civiles y de la "F" roja al mérito en el servicio de la Organización Juvenil Española.

Fundador de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña, del Museo Policial de la J.S. de Policía de Galicia y de la Orden de la Placa y el Mérito de Estudios Históricos de la Policía Española.

Premio de narrativa "Fernando Arenas Quintela" 2022

Publicaciones:
"El Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII. 1908-1931" (Fundación Policía Española)

"La uniformidad del Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII 1887-1931 (LC Ediciones 2019)

"Catálogo del Museo Policial de La Coruña". Tres ediciones (2008, 2014 y 2022)

"Historia de la Policía Nacional" (La Esfera de los Libros 2021).

"El Cuerpo de la Policía Armada y de Tráfico 1941-1959" (SND Editores. Madrid 2022).

"Policía y ciudad. La Policía Gubernativa en La Coruña (1908-1931)" (en preparación).


Otras publicaciones:

"Tiempos de amor y muerte. El Infierno de Igueriben". LC Ediciones (2018)

"Historias de Marineda. Aquella Coruña que yo conocí". Publicaciones Librería Arenas (2019).

"El sueño de nuestra noche de San Juan. Historia de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña". Asociación de Meigas (2019).

"Las Meigas. Leyendas y tradiciones de la noche de San Juan". Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña (2011).

"Nuevas historias de Marineda. Mi Coruña en el recuerdo". Publicaciones Arenas (2022). Ganadora del premio de ensayo y narrativa "Fernando Arenas Quintela 2022".