22/11/2024 00:28
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En estos días, conmovido por una guerra que se repite una y tantas veces, les propongo un viaje en el tiempo, pero no en el espacio.

El gran cómico español José Manuel Gila, precursor del humor actual surrealista de Faemino y Cansado y tantos otros, contaba en sus memorias cómo había sido su paso por la Guerra Civil y la Sierra Norte de Madrid. Hoy les propongo hacer un recorrido por la Guerra, Gila y la arqueología en un maravilloso pueblo del norte de Madrid

GILA Y LA GUERRA.

No sólo actuaba haciendo reír delante y detrás de las cámaras a profesionales y espectadores, Gila tenía un profundo conocimiento de la Guerra por haberla vivido en sus propias carnes.

En sus memorias, muy recomendables por tratar con ironía y sinceridad una buena parte de la historia de nuestro país (Ya saben, conocerla para no repetirla, aprenderla porque forma parte de nosotros) Gila nos cuenta lo siguiente en el capítulo “El tiro en el culo”

“Al Ignacio, el de Campo de Criptana, le dieron un tiro en el culo. Nos meábamos de risa. Decía: Estaba cagando tan tranquilo y estos hijos de puta me han dado un tiro en el culo -y añadía: A traición, porque no tienen cojones para atacar de frente.

Y el Ferrán, que era un cachondo le replicó: Pues tú tampoco estabas muy de frente, porque estabas mirando al enemigo con el ojo del culo. O sea, que estabas cagando en retirada.

Le sacaron la bala que se le había alojado en una nalga, le taponaron la herida y, como no le podían vendar el culo, le pusieron una gasa con un esparadrapo en forma de cruz. El cachondeo fue en aumento: Ahora mira dónde cagas, porque con la equis en el culo eres como un tiro al blanco.”

Y así describe el lugar donde se desarrollaban sus días:

“Entre el lugar donde nosotros estábamos parapetados y el lugar donde se suponía que estaba el enemigo, había un valle, y en el valle un pequeño pueblo abandonado, creo recordar que se llamaba Sieteiglesias. Durante el día y con mucho cuidado, nos acercábamos hasta el pequeño pueblo y entrábamos en un bar abandonado en el que había un organillo. Tocábamos el organillo y el enemigo de inmediato nos disparaba, con fusiles o con ametralladora. Por la distancia no nos llegaban las balas, pero disfrutábamos haciendo que gastaran su munición.

En esa aldea nos encontramos una cabra flaca, nos la llevamos de mascota y le pusimos de nombre Margarita. La cabra no tenía leche ni para un cortado. Sus ubres estaban arrugadas y secas y era imposible ordeñarla como habíamos hecho en Sigüenza con la vaca. Nos encariñamos con aquella cabra. Le dábamos de comer para ver si engordaba y se llenaba de leche, pero ni por esas. De Madrid no nos llegaban provisiones, ya habíamos terminado con todo lo comestible, y allí, en la sierra, no había dónde buscar comida. Después de discutirlo, se llegó a la conclusión de que la única solución para matar el hambre era comernos la cabra.

Pero, ¿quién tenía valor para matar a Margarita? La cabra, cada vez que nos acercábamos a ella, dejaba de comer hierba, levantaba la cabeza y nos miraba con una mirada muy particular. Nadie se atrevía a terminar con la mascota, unos por superstición -«Matar a la mascota nos va a traer mala suerte», argumentaban-, otros por razones humanitarias. De todos modos, por una u otra razón, nadie tenía valor para matar a aquella cabra flaca que, estoy convencido, había adivinado nuestras intenciones.

Y pasaron los meses con tiroteos y desplazamientos cortos, vino el mes de diciembre y empezaron los fríos. La sierra se cubrió de nieve. Como no nos llegaban alimentos, decidimos comernos a Margarita. Alguien tuvo coraje para matarla, trocearla y asarla al fuego. Yo me sentí incapaz de comer aquella carne, y como yo, algunos más; otros no tuvieron ningún reparo en hacerlo. Y como para que nos sintiéramos culpables de aquella crueldad, al día siguiente nos anunciaron el envío de mantas y comida.

Son historias de frío, de hambre, de miseria. De jóvenes ideales que luchaban en ambos bandos por causas e ideas que nos resultan remotas e incomprensibles en tiempos de geoestrategia, geopolítica y de guerras económicas entre potencias sin disparar un solo tiro. Guerras en las que estamos perdiendo, todos en este país, desde hace mucho tiempo, como pueden ver en este magistral video de Value School, que sólo avisaba de lo que iba a pasar con Ucrania y Rusia, el gigante y el enano al que todos dejan sólo.


LOZOYUELA Y EL NICHO

Cuenta el cómico en su capítulo “El nicho” cómo tuvo que refugiarse en un nicho del cementerio de Lozoyuela, algo que probablemente le salvó la vida.

Teníamos establecida la primera línea en Las Navas de Buitrago y el camión que nos traía el suministro sólo podía llegar a Lozoyuela. Era necesario bajar desde primera línea, hasta Lozoyuela, a buscar el pan y los víveres. Cada día, nos tocaba a dos cumplir esta misión.

La noche que me tocó bajar a buscar los víveres a mí, me acompañaba el Ginés, que tendría uno o dos años más que yo. Nos metimos en la taberna del pueblo a esperar el camión de los suministros. Su llegada se retrasaba, en la taberna había una estufa igual a la de mis abuelos, hecha con un bidón vacío de los que se usaban para el alquitrán. Nos dieron unas sardinas arenques y las comimos. El camión llegó muy entrada la noche, habían tenido una avería. Nos dieron los sacos con los víveres, yo me cargué el del pan y Ginés el de las latas. Había caído una gran nevada y los caminos estaban cubiertos por la nieve. Ginés y yo caminábamos sin otra orientación que el fuego que se veía a lo lejos, donde estaban refugiados nuestros compañeros. Nuestros pies se hundían en la nieve y de vez en cuando, en la oscuridad, pisábamos un charco en el que el hielo había formado una capa sobre el agua. Nuestras botas se empapaban de aquella agua helada. Perdí el equilibrio resbalé y caí entre unas zarzas, las espinas se me clavaron por todo el cuerpo, quedé en una posición extraña, las piernas enganchadas en la parte alta de la zarza y el resto del cuerpo colgando.

Hice varios intentos para liberarme de aquellas púas que tenía clavadas en las piernas, pero los brazos no me alcanzaban. Fue inútil mi intento de liberarme y opté por esperar a que alguien viniera en mi ayuda. El saco del pan se había escapado de mis manos. Comencé a dar gritos llamando a mi compañero. Lo único que me llegaba era el eco de mi voz, ni una señal del Ginés. Estuve un par de horas en aquella ridícula postura. Estudié la situación y la forma de desengancharme, no me fue fácil, pero lo conseguí. Ni siquiera me tomé la molestia de buscar el saco del pan, en la oscuridad intenté inútilmente llegar hasta la casa donde estaban mis compañeros del batallón. Había perdido el sentido de la orientación, ya ni siquiera veía el fuego, tampoco al Ginés. Comencé a caminar. Cuando me di cuenta estaba en el cementerio de Lozoyuela, seguía nevando. Pensé que era inútil, en la oscuridad, intentar llegar hasta la casa y decidí quedarme a dormir en el cementerio hasta que se hiciera de día. Entré, vi un nicho vacío y pensé que era el mejor lugar para pasar la noche. Al igual que me había ocurrido en Sigüenza, sentía terror a quedarme entre los muertos, pero si no lo hacía, estaba condenado a morir de frío. Mi dilema estaba en si era mejor meterme en el nicho con los pies hacia dentro o con los pies hacia fuera, pensaba que, si me metía con los pies hacia fuera, alguien me podía tapar el nicho y si lo hacía con los pies hacia dentro, algún muerto podía, tirando de mis piernas, meterme hacia la muerte. Finalmente tomé la decisión de hacerlo con los pies hacia dentro, y me desaté la manta que llevaba en bandolera. Aunque estaba muy húmeda, algo me resguardaría del frío. Me metí en el nicho, al menos me protegía de la nieve. No pude dormir, el terror era más fuerte que mi sueño. Al hacerse de día me orienté y comencé a caminar. Apenas había avanzado doscientos metros cuando vi al Ginés tendido sobre la nieve. No tenía ninguna herida.

Había muerto por congelación. Yo había oído decir que los que morían por congelación tenían un gesto en la cara como de reír. Siempre creí que se trataba de un chiste, pero en ese momento pude comprobar que lo que me habían dicho era cierto

LA GUERRA CIVIL EN LOZOYUELA

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Lozoyuela forma actualmente un único municipio con Las Navas y Sieteiglesias, los otros dos núcleos de población dentro del término municipal.

Existen vestigios abundantes de esta época histórica, de distinta procedencia o significado, que representan etapas diferenciadas, constituyendo en su conjunto un legado histórico representativo, pues en su variedad, tanto arquitectónica como ideológica llevan asociado un valor didáctico que, sin salir de los lindes del término municipal, permiten comprender un periodo vital de nuestra historia reciente, pues incluyen elementos militares de la defensa organizada por el Gobierno de Madrid (o bando republicano) que permiten comprender cómo se desarrolló la defensa del Frente de Somosierra, elementos de arquitectura penitenciaria sobre el terreno de trabajo, en campo abierto, donde se alojaron presos políticos del franquismo, con motivo de las obras del ferrocarril durante la posguerra, de los que se detalla una relación más adelante, y elementos conmemorativos a las víctimas del Frente Popular y el desarrollo bélico de la contienda.

En diciembre de 2017 el Arqueólogo D. José Manuel Encinas Plaza publicó un muy interesante INVENTARIO DE RESTOS CONSERVADOS DE LA GUERRA CIVIL 1936-39 Y DEL PERIODO FRANQUISTA.

Según indica el técnico, En su catalogación, se podrían clasificar en tres grupos, cada uno con sus connotaciones de fábrica, estilo, cronología y contenido ideológico:

PRIMER GRUPO-FORTIFICACIONES.

Según indica el arqueólogo Encinas Plaza, son los correspondiente al inicio de la Guerra Civil, del verano-otoño de 1936 con las siguientes características

Tras los primeros combates en Somosierra (Julio de 1936) y ante la inminencia de un asalto a Madrid, el Gobierno de la República, siendo consciente del peligro que supone la pérdida de Somosierra y del Alto del León, emprende con urgencia la fortificación de la vertiente Sur del Sistema Central. En el sector de Lozoyuela intervienen trabajadores enviados por los sindicatos y vecinos del lugar, que a las órdenes del ingeniero de Caminos Julián Diamante construyen, aquel mismo verano una completa línea de defensa de la que aún se conservan elementos visibles, tales como trincheras, fortines y refugios.

 

Complejo de refugios comunicados por trinchera mismo sector y Tramo de trinchera y vista panorámica del sector de Cerro Bollero (Fuente Encinas Plaza)

Se trata de zonas excavadas en vivo, mampostería (con mortero y en seco) y hormigón. Otros materiales como la madera han desaparecido, ya sea por expolio (leña) o la acción de las inclemencias, con mejor o peor estado de conservación, dependiendo de la calidad de la factura o de estar expuestos en mayor o menor grado a la erosión. Continuando el sector defensivo, aparecen trincheras en zigzag de las que aún permanecen tramos. Al fondo, la loma conocida como de “los cañones” (identificada como El Chaparral en los mapas) pues allí se situó una batería de piezas del 155 de la que se conservan restos fortificados que se detallan a continuación.

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En la actualidad, aún se están descubriendo en el municipio restos del Frente de Somosierra, gracias a testimonios de los más mayores y a la documentación gráfica y escrita de librerías y archivos. A destacar las memorias del ingeniero responsable de las fortificaciones, Julián Diamante (De Madrid al Ebro, mis recuerdos de la Guerra Civil Española, publicadas por la Fundación Ingeniería y Sociedad), que detalla cómo y dónde se construyeron las defensas, totalmente coincidente con los lugares reseñados.

 

SEGUNDO GRUPO-ALOJAMIENTO DE PRESOS Y AUXILIARES.

 Formado por las infraestructuras derivadas de la construcción del trazado del ferrocarril Madrid-Burgos, concretamente el túnel que atraviesa la barrera montañosa de la Sierra de La Cabrera en su estribación occidental, la más practicable, cercana al puerto del Medio Celemín (de la Real Cañada Segoviana) que separa los términos de Valdemanco y Lozoyuela.

 Dichas infraestructuras comprendían un conjunto de instalaciones entre las que destaca el antiguo centro de reclusión, que servía de albergue. En actual estado de ruina, el arqueólogo indica que, formado por hormigón, mampostería y ladrillo, contaba con 2 plantas de las que no queda más que la inferior al haberse desplomado los forjados. De unos 50 metros en fachada y unos 15 en profundidad, en ellas se alojaban la mayoría de los presos que trabajaban en la construcción del túnel y el talud del ferrocarril, de los que había unos 500 de tipo común y 180 presos políticos, según se extrae del libro Esclavos del franquismo. Trabajos forzados, de V. Antonio López, que incluye una referencia al destacamento penal de Lozoyuela. También hay abundantes testimonios que nos han facilitado la comprensión y organización del complejo.

 Centro de alojamiento para los presos destinados a trabajar en el ferrocarril y Vista desde el interior. Gran parte del escombro ya ha sido retirado, lo que permite una mejor observación. (Fuente Encinas Plaza)

 Mucho más cerca del túnel, casi al pie del mismo, aparecen restos de otro tipo de dependencias, incluidas las agropecuarias, como una granja con sus abrevaderos y establos, que daban servicio a las obras del túnel, dada la mala accesibilidad a la zona, a unos 7 Km. de la población, Aparecen también viviendas destinadas a los presos que cohabitaban con sus familias, pequeños almacenes, lo que se piensa que fue una cochera, un nevero, una torre o garita de vigilancia, una canalización de agua con su pequeña presa y muretes de retención. Hoy despoblado, este conjunto da testimonio de cómo se organizaba entonces una obra civil de grandes proporciones y de las circunstancias políticas del momento.

 

 TERCER GRUPO-VESTIGIOS DEL RÉGIMEN.

Lo forman elementos conmemorativos a las víctimas del bando nacional. Durante la guerra en el lazo republicano, estos restos se explican por la procedencia de los vestigios del bando contrario, situados en la postguerra, como el complejo del destacamento penitenciario ya visto, la Cruz de los Caídos o el nombre de una calle (Calle de la Cruz de los Caídos) siendo inexistentes las infraestructuras militares.

El estudio del arqueólogo Encinas Plaza indica que existen dos elementos destacables. El primero es la Cruz de los Caídos, incompleta al ser eliminadas placas con significado político, quedando únicamente el significado religioso. La cara frontal del pedestal ha sido esmerilada recientemente con el objeto de borrar la inscripción “Caídos por Dios y por España”. Las proporciones le dan una altura aproximada de 4 metros.

La tipología obedece al estilo propio de la arquitectura, escultura o representación simbólica del primer tercio del siglo XX, que en España mantuvo cierta inercia hasta la década de los 60, Las proporciones de los elementos, sobre todo las flechas, son de gran volumen para dar imagen de solidez, en memoria de las víctimas de un bando, el vencedor de la contienda.

Vista del monumento a los Caídos y el lugar donde hubo una placa hoy desaparecida. (Fuente Encinas Plaza)

La inscripción del pedestal ha sido esmerilada y se aprecian también restos de pintadas o grafitis espontáneos. No obstante, la integridad del monumento es buena.

 

CONCLUSIONES.

En conjunto, el inventario de vestigios conservados en el municipio de Lozoyuela–Navas–Sieteiglesias conforma un legado típico de las épocas históricas correspondientes a la Guerra Civil de 1936-39 y al régimen de gran valor didáctico por su variedad de tipologías, usos y significados que debería ser puesto en valor con dicho fin, ya que ninguno de los elementos aquí reseñados figura en el Catálogo de Bienes Protegidos, bien por desconocimiento o por otros motivos, lo que podría llevar a la desaparición de muchos elementos de gran interés, en particular las fortificaciones levantadas en 1936 por el Gobierno de la República y las instalaciones de los presos políticos, pues son las más afectadas por los agentes naturales.

Miguel Hernández, la vida en un campo de prisioneros o un mal fusilamiento, son otras de las cosas que deben de conocer de la vida de Gila, de la Guerra, de las experiencias de nuestros antecesores, que son mucho más que los niñatos irresponsables dicen que nos representan.

Santiago Durán García

Arquitecto Técnico (UPM) MDI Máster En Dirección Inmobiliaria (UPM) EEM Gestor Energético Europeo (UPM European Energy Manager)

618.519.717 www.sduran.es /santiagodurangarcia@gmail.com /LinkedIN Santiago Durán

 

BIBLIOGRAFIA:

José Manuel Encinas Plaza Arqueólogo. Núm. Colegiado 45839. INVENTARIO DE RESTOS CONSERVADOS DE LA GUERRA CIVIL 1936-39 Y DEL PERIODO FRANQUISTA.

https://www.telemadrid.es/programas/desmontando-madrid/mapa-huellas-Guerra-Civil-Madrid-0-2388961088–20211021120000.html

 

 

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