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«Creo que me quedo corto fusilando a 26 millones». “Yo prefiero repetir las maniobras del 36″. “Algún día pagarán con esto»…El celebérrimo chat. Y detrás de éste, el general retirado Francisco Beca, quien piensa que no va a quedar más remedio que fusilar a 26 millones de hijos de putas. «Rojos» y «separatistas», imagino. Y desata una lastimosa polémica que nos quieren vender como puramente anecdótica. O extraviado pensamiento de un orate. Además con el podémico teniente coronel del Ejército del Aire, José Ignacio Domínguez Martín-Sánchez, como probable topo.

Militares “malos”

Falso. El General Beca Casanova no representa excentricidad alguna, sino que es un oficial que durante su quehacer castrense ha tenido una más que estimable hoja de servicios, lo que quiere decir, como poco, que es un mando similar a los demás. Y en el chat de los 26 millones de fusilados aparecen, con su firma, en la carta-protesta al hijo del Rey Elefante, otros significativos mandos jubilados y que se hallarían, digamos, en la media ideológica del ejército.  A saber, el teniente general José María Fernández-Bastarreche (que fue Mando de Personal del Ejército de Tierra), los generales de división Angel Gil Barberá y Francisco Fernández Sánchez (este último fue comandante general de Melilla), y cuatro generales de brigada. Vamos, oficialidad hasta cierto punto representativa, apuntemos.

Militares “buenos”

Y brota, poco después, el manifiesto «bueno». Según ECDE, 614 adheridos, de ellos 44 Generales. Y la coda, para que no les confundan. En el manifiesto se deja claro que «los firmantes de esta Declaración quieren manifestar su completa desvinculación y desagrado con cuanto se ha expresado en un ´chat` privado – difundido en diversos medios – ajeno a nuestro sentir y esencia de soldados». Publicado el pasado 5 de diciembre nos advierten, grosso modo, contra el deterioro de la democracia y la imposición de un pensamiento único, así como del peligro en que se encuentra la unidad de España.

Ejerciendo libérrimamente su sacrosanta libertad de expresión. Solo faltaría. ¿Y el manifiesto? Pues eso, un absoluto y desaforado desatino. Desbarre y disparate y delirio. Propaganda voxera, matiz arriba matiz abajo.  ¿Militares o politólogos? Parece que solo ahora se dan cuenta de que España es una dictadura. Como el anterior régimen también era una dictadura. Ayer, Franco. Hoy, «constitucionalismo». Sin división de poderes. Con sociatas o peperos, dictadura con disfraz «democrático». Democracia totalitaria, hogaño. Ahora, vuelta de tuerca, se adhiere el pegote comunistoide de la Podemia.

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Los militares españoles siempre inmiscuyéndose en nuestras vidas

Y, recordemos: la milicia española, desde hace varios decenios, sometida a la terrorista OTAN, con sus bases invadiendo territorio nacional. Milicia española, sin soberanía. Y la unidad de España fragilizada, puede. Pero más por la siniestra Ué que por el separatismo patrio. España no se romperá, tal vez algo peor. República de republiquetas confederadas. Lo más adecuado para el Nuevo Orden Mundial. Las anheladas eurorregiones. España futura, cascarón sin yema ni clara. España no morirá, algo más turbio. España será solo un nombre.

En el fondo, absurda y sobreactuada escandalera protagonizada, en su gran mayoría, por militronchos jubilatas. Hecho tan frecuente, por otra parte. Un jalón más del muy dilatado encadenamiento de atropellos e intromisiones del militarismo en la vida social. Prosiguen turbadora constante que, por desgracia, nos ha acompañado a menudo. Estiman los milicos, porque nadie les ha dicho con cierta seriedad lo contrario, que están legitimados para ello. Funestas ideícas que han maleado la vida entre españoles. La ideíca del providencialismo militar, que «justificaría» el derecho del ejército a intervenir en la vida social para salvarnos de ser como queremos. O de no ser como ellos creen que debemos ser.

Todo ello con hondas raigones históricos. Ciclópeo peso de la tradición intervencionista de los militares españoles. Al menos desde el siglo XIX. En dos siglos, cuarenta golpes de estado «importantes» y otros más de 460 pronunciamientos de medio pelo, lo que no es asunto baladí. Siempre hay un espadón dispuesto a salvarte de ti mismo sin que tú se lo pidas. Siempre hay un espadón que parece querer ignorar que las formas de amar a España son múltiples y variadas. Y siempre existe una cobertura legal que lo tolera. El artículo 8 de la Constitución sirve de legitimación «democrática» del ridículo «derecho» militar a salvarnos. De nosotros mismos, imagino, claro. Oscuro.

Militarismo, inquietante peligro, más allá de los militares

El militarismo es un peligro, un gravísimo peligro, casi plaga bíblica, pero, mala noticia, la ideología militarista no es exclusiva de los militares y muchos de ellos, probablemente, no son los más acérrimos militaristas. Se lo aseguro. El militarismo se despliega en amplísima gama de posibilidades y respuestas que antes – no hace tanto – eran abordadas desde prismas exclusiva y estrictamente civiles. Pero que, cada vez más, son diagnosticados como problemas de «seguridad» que deben ser afrontados manu militari. De hecho, nuestras “élites” culturales y políticas son igual o más  militaristas, si cabe, que muchos militares. Recuérdese la actual plandemia, o falsa pandemia, militarizada hasta el paroxismo, incluso en el lenguaje. La siniestra fraseología militaresca de Cum Fraude. Te voy a dar yo moral de victoria, Lenin de Tetuán.

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La mayoría de los militares españoles prefiere otras dictaduras. Más “patrióticas” y menos “globalistas”. Un judío como Soros, buaj. Y los militares, qué obsesión, qué fijación, quieren «salvarnos». ¿De qué? Repito, ¿de nosotros mismos?

El problema, insisto, se llama sociedad civil (y los militares, que yo sepa, proceden de ella). Dicha sociedad civil deviene puro cadáver y perfeccionado detritus. Un zombi. La unidad de España es un bien que debe proteger el pueblo español. Y el pueblo español feneció hace mucho tiempo. A la plandemia me remito. ¿Redactaron el manifiesto con bozal? Pues eso. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.