
Igualados en la mediocridad, intolerantes a la frustración, educados en la cultura del ocio y del pelotazo, en el relativismo moral y el “me lo merezco”, todavía son muchos los que, a la vista de las ventajas que sigue proporcionando la adhesión al Partido, hoy proclaman su Fe en “la Ciencia” como antaño, en tiempos de la guillotina, sus ancestros se decían devotos de la “Diosa Razón”. Al fin y al cabo, abdicar de la cualidad pensante y obedecer instrucciones siempre ha sido mucho más cómodo que pensar y decidir por uno mismo… y, por supuesto, quienes fruto de su militancia jamás han necesitado argumentar para imponerse, ¿por qué iban a renunciar a semejante privilegio y –aunque esté feo reconocerlo– al placer añadido de castigar a los “herejes”?
Aún así, llama la atención cómo este afán por castigar a los no creyentes y la convicción-coartada de sentirse asistidos por “La Razón”, lleva a tantos dizque instruidos a defender ciegamente unas “verdades” y “evidencias” que, si tan ciertas y evidentes fueran, no precisarían el respaldo de la fe y la propaganda, ni imponerse por la fuerza.
Pongamos por caso, el asunto del llamado “calentamiento global antropogénico”, devenido en religión climática obligatoria. Ejemplo paradigmático de cómo una campaña masiva de bombardeo intensivo y continuado a través de unos medios previamente uniformados puede servir para aterrorizar a gran parte de la población y, simultáneamente, renovar las viejas utopías y promesas de felicidad universal.
Y es que la instauración de este nuevo pecado o culpa colectiva no sólo es un gigantesco engaño para que unos pocos ganen mucho dinero, sino un paso más hacia la tiranía perfecta. Farsa siniestra en la que los mismos que dicen defender el planeta y los derechos animales apoyan abiertamente la destrucción de la vida mediante el aborto, la eutanasia, la eugenesia y la guerra. Porque la meta de la Dictadura Perfecta no puede alcanzarse ni sostenerse sin violencia. Y ahí vemos cómo se alienta a los fieles a conjurar sus miedos odiando, etiquetando y desplazando a los “deplorables”1 que se resistan. Primero señalando y estigmatizando: “negacionistas”, “terraplanistas”, etcétera, para, inmediatamente, proceder a su asesinato civil, hoy llamado “cancelación”. Exactamente igual que cuando se tildaba de “enemigos del pueblo” a quienes no seguían estrictamente las directrices del Partido.
De modo que, aunque el argumentario eco-globalista amplificado hasta la náusea por los medios pueda parecer ridículo, existen millones de personas totalmente fanatizadas dispuestas a replicarlo como loros sin pasarlo por el filtro de su magín. Y pongo un ejemplo fresquísimo protagonizado por la mujer de un amigo, fiscal jubilada hace cosa de un año. Una señora que, necesitando exhibir su “compromiso con el medio ambiente”, nos hizo partícipes de su “ecoansiedad” y, para justificar su profundo malestar y de paso darse importancia, tuvo a bien ilustrarnos con un hallazgo novísimo de “la Ciencia” que venía a confirmar la responsabilidad del hombre en el inminente “colapso” del planeta. Por lo visto, “los científicos” ya sabían distinguir entre la cantidad de CO2 producida por el ser humano y la generada por los volcanes, y hete aquí que ésta última sólo suponía el 0,2 por ciento del total de emisiones. Una investigación “inapelable” donde no se nos aclaraba si dicha medición era anual o se refería al último lustro, década o siglo… presuponiendo que las emisiones volcánicas de dióxido de carbono –o de azufre– fueran estables. Es decir, una bobada como un templo cuya “validez” se asentaba en la actualidad de la “noticia” y en la presunta objetividad que, lógicamente, acompaña siempre a “los números” y “estadísticas”; suponiendo también que, de suyo, en tanto símbolos de “la Ciencia”, “los números” otorgan un crédito automático e incontestable a quien los invoca. ¡Pero qué aura mágica irradia esa Ciencia cargada de misterio para los que no saben sumar!
Por otra parte, es curioso que individuos acostumbrados a satisfacer cualquier duda de forma inmediata en el teléfono móvil y guardar todos sus recuerdos en dicho aparato, confíen en una memoria que no cultivan y recurran tanto a ella para explicar lo que no saben. Y me refiero, sin salirme de la cuestión, a la fórmula habitual con que muchos justifican en última instancia el “Cambio Climático”, amparándose en la pretendida fiabilidad de su experiencia. Cuántas veces habremos oído frases como: “esto no se había visto nunca”; “yo no recuerdo algo así” o “desde que tengo memoria, jamás había contemplado un fenómeno como éste”. Esto es, apelando a lo subjetivo como prueba irrefutable, inexpugnable y definitiva –¡Yo lo he visto con estos ojos! ¡Lo juro!–, a pesar de que tal “argumento”, obviamente, no implique la infalibilidad del emisor ni acredite ni demuestre nada.
Este mismo planteamiento se lo escuchaba hace unos pocos días a un antiguo compañero de Universidad que, en defensa del calentamiento global antropogénico, afirmaba no recordar un régimen de lluvias como el de estos últimos meses. Ni siquiera cuando hace apenas dos años, en mayo y junio de 2023 Madrid registró una pluviosidad superior a la media2. Claro que, como su padre era científico, el hijo se consideraba investido de una autoridad científica heredada que, naturalmente, le permitía conducirse con tanta seguridad como ligereza.
Algo que, en el fondo, tampoco sorprende demasiado, pues todos conocemos a personas con estudios universitarios que se acogen a sagrado en “la Ciencia” para dárselas de “ilustrados”, aunque sus nociones científicas sean escasas y sus horizontes se vean restringidos por un léxico muy limitado, en consonancia con su capacidad de atención y hábito de lectura. Que esta es la clave de todo: que no se lee y no se hace ningún esfuerzo por retener. Y como el objetivo es “ser felices” y no “ser mejores”, y en la escuela no se exige y la infancia se alarga… la derivada inconsistencia y querencia por el atajo propicia que abunden los “razonamientos” endebles y contradictorios.
Ahora, tras las intensas lluvias de los últimos meses, los devotos de la religión climática están alterados. Y es una pena, porque lo pasan mal. Si no llueve, ecoansiedad. Si llueve, ecoansiedad.
En Atocha numerosos trenes anuncian visiblemente el colorido rosco de la Agenda 2030. El mismo que figura en los libros de texto de cada alumno de la Comunidad de Madrid. Sobre el muro del instituto puede leerse: “Sigue a tus sueños (sic)…ellos saben el camino”; “No esperes tenerlo todo para disfrutar de la vida…ya tienes la vida para disfrutar de todo”. Y en una esquina –¡qué casualidad!– ese rastro del sesenta y ocho: “Bajo los adoquines está la arena de la playa”.
Filípides 04-06-2025
1 La candidata “demócrata” Hillary Clinton calificó a los votantes de su oponente como “despicable” o despreciables en septiembre de 2016.
2 Informe de la AEMET de junio de 2023: https://www.aemet.es/es/noticias/2023/07/avance_junio_2023
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