17/09/2024 00:06

Idiocia: trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida.

Este es el mal de verdad, la raíz y el pilar de todos los demás, que son muchos, que corroen, destruyen y asolan España hasta haberla reducido a la nada o, como dijo aquel infecto personaje, hasta dejarla que no la reconoce ni la madre que la parió.

La idiocia, como toda enfermedad, no afecta a España como tal, ni a sus instituciones, sean cuales sean, no, sino a las personas, en este particular caso, claro, a los españoles; lo siento, pero es así.

La idiocia es una enfermedad en nuestro caso adquirida no sólo porque se nos ha inyectado alevosa, deliberada y premeditadamente, que también, hasta infestarnos y contagiarnos hasta adquirir características de pandemia, y además letal porque no hay ni solución, ni antídoto ni vacuna que valgan dado el nivel de expansión que ha adquirido, no, sino también, y esto hay que decirlo con toda claridad, porque nos hemos dejado infectar y, además, una vez contagiados nos regodeamos en sumergirnos en ella.

Sólo la idiocia generalizada puede explicar lo que ha pasado en España en el último medio siglo, tal vez algo más, de nuestro devenir, de nuestra historia. Se podrán alegar contra lo que digo, no pocas consideraciones de las cuales sin duda comparto muchas, posiblemente todas, pero no se puede negar que sólo la idiocia de un pueblo, el español de esta época, es capaz de aglutinar y explicar todas ellas.

Sí, sólo la idiocia puede explicar que un pueblo con la mejor y mayor historia de todos los que hasta ahora ha habido, y no peco de chovinismo; que un pueblo que ha hecho gala de virtudes como ningún otro; de un pueblo que no hace prácticamente nada fuera el único capaz de realizar la mayor hazaña que jamás vieron ni verán los siglos como fue derrotar en la guerra y más aún en la paz a la peor de las ideologías que ha arrasado a la Humanidad, sólo la idiocia, repito, puede explicar que se encuentre hoy en situación tan lamentable en todos los aspectos, incluso peor que otros que no nos llegaron nunca ni a la altura de los tobillos; y eso por mucho que sus propagandistas intenten lo contrario sin cesar.

Sólo la idiocia explica que años tras año, y van unas cuantas décadas ya, los españoles, sean del color ideológico que sean, no sólo soporten, sino que, contumaces, respalden, a lo peor de ellos y además los aúpen a los máximos puestos; que se dobleguen ante cacicadas, nepotismos, corruptelas, latrocinios, prevaricaciones e incluso crímenes sin cuento; que permitan que les mientan, engañen y se mofen de ellos en su propia cara; que se les convierta en meros trozos de materia sin alma ni corazón; que les perviertan, corrompan, usen y tiren al estercolero cual basura; que se les someta, humille y esclavice; en definitiva que se les tiranice, y que eso lo haga una pandilla de ineptos, indolentes, amorales, facinerosos, degenerados y escalandracas de toda clase y condición con independencia del colectivo, cargo o función al que pertenezcan o ejerzan.

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Sólo la idiocia de todo un pueblo puede explicar que se deje día tras día dirigir, en su propio perjuicio, por lo peor de lo más bajo de él o, si lo prefieren, lo más bajo de lo peor. Y en ello sin que, repito, tenga nada que ver el pensamiento o ideología de cada cual, porque la tiranía que se nos ha caído encima perjudica a todos, a unos y a otros, máxime una vez que ha llegado a los límites a los que lo ha hecho aquí o, tal vez mejor decir, una vez que ha trasgredido todas las líneas rojas habidas y por haber.

Y lo peor aún es que, sólo la idiocia generalizada, salvo casos excepcionales más loables por su escasez entre los cuales espero estar junto con ustedes que leen estas palabras, puede explicar que, a pesar de todos los pesares, aún viendo que el abismo está ya aquí, ese mismo pueblo, por absolutamente idiotizado, no reaccione ni dé señal alguna de querer hacerlo.

Algunos le llaman aborregamiento, otros prefieren decir cretinización, yo me decanto por la idiocia: ese trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, en nuestro caso, adquirida, que cual pandemia letal asola España sin, al parecer, remisión.

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Francisco Bendala Ayuso
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Alvar

Ay! Si es que desde que en el Vaticano (II) les dio por decir que el mundo moderno era maravilloso… pues ¡Qué va a decir la gente!

Rafael F.

El pueblo español es uno de los más idiotas del mundo. Pobre Expaña.

Hakenkreuz

Los que padecen idiocia, congénita o sobrevenida, no tienen culpa, pues no saben lo que hacen, como tampoco saben lo que hacen los niños, los enfermos mentales, los drogados o las personas que actúan bajo terror (parcialmente culpables, pues anteponen su vida, familia y patrimonio a lo conforme a Dios) en lugar de asumir el martirio.
Lo malo es que sí saben lo que hacen, lo que dejan de hacer, lo que piensan y lo que hablan. Se obra conforme al puro interés, conforme a prejuicios, complejos y juicios vanos del mundo y de los demás. No hay inocencia alguna. Y eso es terrible para ellos y para todos los que por ellos se ven arrastrados, porque no rectifican y se corrigen.
Lo que padece España desde el último medio siglo, señor Bendala, es la consecuencia del ateísmo y del abandono de Dios en todos los órdenes de la vida. Y lo peor es la soberbia. La soberbia, ese cáncer del alma, y no la idiocia que afecta solo a la mente. La soberbia de creerse autosuficiente, de creerse sabio más que nadie, de creer que solo la riqueza da «seguridad», de creer que no hay otra vida aparte de la presente.
La gente en España, como fuera de ella desde hace ya mucho más tiempo, se ha vuelto SOBERBIA, ha despreciado a Dios afirmando que «no le necesitan para nada», ni se preocupan de conocerle del modo más salvajemente insensato, no se preocupan de meditar su Revelación, de acudir humildemente a su ayuda con la vida de fe y los sacramentos. ¿Qué capacidad de discernimiento, qué inteligencia, qué sabiduría, que consejo, qué ciencia, qué temor de Dios, qué fortaleza ante las adversidades, qué piedad cabe esperar de quién rechaza a Dios y ni siquiera se interesa en tratar de convertirse sinceramente arrepentido de sus pecados?.
Si se aparta a Dios de la vida de una persona, se le aparta la Vida misma, pues sin Dios no podemos hacer nada. España ha sido la nación más grande porque es la que más ha amado durante generaciones a Dios y a su Santísima Madre, la que más santos, santas, mártires, soldados de Cristo y misioneros ha aportado a la evangelización del mundo entero, a que el mundo entero conozca y ame a Cristo por encima de todos y todo, porque Dios es Infinitamente Bueno y quien no conoce a Dios no conoce el Bien, ni la Justicia, no conoce nada bueno y santo.
Algunos dirán que esto es puro infantilismo, pero es la pura verdad. No se puede hacer nada sin Dios. Si el Señor es la vid, toda la humanidad son los sarmientos. Y solo el sarmiento injertado en Dios puede dar fruto bueno y verdadero. Y España ha tomado el camino del materialismo ateo o «escéptico», como dicen los progres «agnósticos», liberal, conservador, socialista o comunista, da igual, pues en ello todos son iguales. Se vive como si solo existiese lo terrenal, como si el hombre fuera pura biología, pura materia y como si la muerte fuera el fin de todo, con la consecuente desesperación y abismo al que nadie quiere asomarse. Se desprecia no ya el NT y los Evangelios, sino también a los santos y santas, que son la medicina más potente de curación que podría salvar cuerpo, alma y mente. Ni siquiera se da la oportunidad de leerlos y meditarlos, se da prioridad a todo tipo de placeres superfluos, nunca hay tiempo para Dios y para sus santos y santas, una locura, un desperdicio auténtico de la vida y de los dones que todas las personas tiene porque Dios se los ha otorgado, un desperdicio de esfuerzo, de inteligencia, de talento, de dones, todos dados gratuitamente por Dios a todos y cada uno de nosotros…. Se vive como si Dios no existiese, se excluye a Dios de todo ámbito, con lo cual se excluye la Bondad y la Sabiduría que podría ayudarnos a sobrellevar todo mal y garantizarnos la ansiada paz interna, hoy en vía de extinción. La Palabra de Dios no cuenta y, menos aún, sus sacramentos, que son fuente de todo tipo de bienes, especialmente la Eucaristía. Y, claro, eso es FATAL para toda la humanidad, un camino seguro hacia la autodestrucción.

La solución pasa, como todos los santos nos enseñan, por ejercitarse en la humildad y la sencillez, en el conocimiento de uno mismo, mortal, débil, inconstante, corruptible, capaz de cometer todo pecado, necesitado de la ayuda de Dios, es decir, de su gracia todos los días, pues sin él no nos late el corazón ni una sola vez más (cada latido de nuestro corazón es un regalo y una oportunidad de conversión que Dios brinda a todos los hombres y mujeres para que se conviertan, para que no dejen pasar su vida en balde y aprovechen su tiempo, pues la muerte viene como el ladrón en la noche, pues lo inequívoco es que Dios quiere que todos se salven, incluso los más abyectos malvados, y lleguen al conocimiento de la Verdad, que es Dios mismo, que se sacrificó en la Cruz por nuestra salvación y para que vivamos eternamente con Él en su Reino de Vida Eterna donde ya no hay más llanto, ni fatiga, ni dolor, ni muerte, ni lamento, sino la felicidad eterna verdadera).
Es la humildad, la virtud en la que la Santísima Virgen María fue ejemplar sobre todos los santos, la que hará posible retomar el buen camino, no sin sufrimiento y sin hacerse violencia uno mismo con grandísimas renuncias, es decir, no sin una durísima lucha interior, pues el demonio, soberbio por excelencia (recuérdese ese carácter ególatra narcisista del príncipe de este mundo y padre de la mentira: «Todo esto te daré si postrándote ante mí me adoras»), no quiere ni por asomo que la gente crea en Dios e imite el ejemplo de Jesucristo Nuestro Adoradísimo Señor, Dios y Hombre verdadero, que nos marcó el Camino a seguir con la cruz a cuestas (por eso hay tan pocos católicos fieles verdaderos, incapaces de sacrificarse por nadie, ni por sus seres «queridos»).
Si la soberbia prevalece, es imposible ninguna mejora y sí se asegurará la autodestrucción de individuos, familias, ciudades, naciones y del mundo entero. Si se persevera en el mal (perseverancia en el mal y el error es la soberbia propiamente dicha), no hay otro destino que el infierno, el apartamiento voluntario de Dios de los que con soberbia le despreciaron en vida.
Para ejercitarse en la humildad hace falta renuncia de uno mismo (fuera política), dejarse de buscar uno a sí mismo y buscar y pensar en Dios con el máximo amor y devoción del que podamos hacer acopio, pues Dios es Bondad Infinita y Misericorida antes que Justicia, aunque también es justo y no se debe abusar de su Misericordia. Se ha de meditar especialmente lo que tiene de significado crucial para la salvación eterna de todos, la Pasión de Nuestro Señor, el Sacrificio infinito que Dios llevó a cabo para salvarnos y que no puede ser despreciado por nadie en su sano juicio. Es necesario olvidar poco a poco el yo, olvidarse de uno mismo y empezar a pensar y meditar en los misterios de Dios con cada vez mayor frecuencia, día a día, hora a hora. Mejor en familia, pero también solos en momentos de descanso o caminando o desplazándose al trabajo. No va a ser un camino fácil, estará sembrado de llamadas al abandono y al amor propio con todo tipo de complejos y prejuicios, incluso podría suponer la muerte en vida del que busca a Dios (puede que salvar el alma propia y de otros, familiares incluidos, exija un sacrificio enorme en todos los órdenes), el desprecio incluso de los miembros de la propia familia, el desprecio del mundo, pues la fe en Cristo acarrea acusaciones de locura y de escándalo, como bien enseñó san Pablo y se ha venido comprobando incluso en la vida de la totalidad de santos y santas. El Camino que el Señor nos enseñó supone aceptar humildemente la cruz, el sufrimiento, el dolor, el calvario, aceptarlo sin reservas y sin objeciones. San Francisco de Asís decía que «tanto bien en el Cielo espero que hasta el sufrimiento me es placentero» o Santa Teresa de Jesús: «en la Cruz está la Vida y el consuelo, y solo ella es camino para el Cielo». Evidentemente, esto es locura y escándalo para los que están contra Cristo, porque no han llegado a comprender que amar de verdad es sufrir por amor. Solo comprendiendo esto comenzará a esclarecerse la vida de uno, lo que nos ocurrió que creímos malo y fue bueno porque nos hizo madurar en la fe, el porqué del sufrir por amor (nadie que ama de verdad es ajeno al sufrimiento, así cuanto más se ama, más se sufre, incluso a nuestra amada patria, la católica España), la comprensión del mundo, el Camino a seguir y los invalorables dones del Espíritu Santo, imprescindibles para hacer de todo hombre o mujer una criatura productiva para el bien en todos los órdenes de la vida, incluso el temporal, pues de nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma. No puede haber prosperidad material si no se cuenta con Dios para lograrla, porque Dios es el verdadero Autor de toda riqueza material, natural y humana y nadie más puede atribuirse mérito alguno. Así lo han demostrado los hechos históricos, por lo que los ateos viven en el error incluso en lo material.

Cuando la humildad y la sencillez dominen en nuestra vida, el Apóstol San Juan ya nos lo dejó claro en cuatro exigencias para todo el que ama a Cristo el Camino a seguir:
1- Renunciar al pecado.
2- Guardar los mandamientos del Señor, especialmente el de la Caridad.
3- Guardarse del mundo.
4- Guardarse de los anticristos.

A partir de aquí, se debe llevar a la vida común de cada persona estas exigencias cueste lo que cueste. No podemos salirnos de ellas, aunque se nos obligue a transgredirlas con anticristianas leyes humanas que ningún deber moral tenemos de cumplir, pues hay que obedecer antes a Dios que a los hombres. Mejor el martirio que la condena al infierno por toda la eternidad por haber despreciado a Cristo con el pecado. No hay excusa para no amar a Cristo de palabra y de obra.

Hakenkreuz

Un ejemplo práctico, de la vida común, para demostrar que no es idiocia, sino MALDAD lo que predomina, por desgracia, señor Bendala, tanto en España, como mucho más en el resto del mundo, que está mucho peor que España, no le quepa duda, porque las demás naciones no han amado a Dios como lo ha hecho España y por eso Jesucristo reina aquí con más benevolencia, aunque no nos libra de nuestra prueba de fuego actual.

Como todo católico sabe, por Palabra de Jesucristo Nuestro Señor recogida en Mt 19, 3-9, el matrimonio es indisoluble hasta la muerte. Solo es posible repudiar (separación) en caso de infidelidad carnal, pero jamás divorciarse, entre otras cosas porque el cónyuge fiel no ha dejado de amar al infiel, y no sería sincera la ruptura, sí el perdón y la reconciliación si llega a producirse (si no se produce es porque la confianza se ha roto). Por tanto, Jesucristo no autorizó en absoluto el divorcio, en ningún caso.
Pues bien, nadie estamos libres de pecado de adulterio. NADIE. Con lo cual no es posible condenar a un adúltero, y mucho menos cuando el adúltero se arrepiente de haber cometido tal crimen contra el Sagrado Corazón de Jesús, como el hijo pródigo se arrepintió de dejar la casa del Padre bondadoso. Perdonar es una obligación cristiana. Por otra parte, lo normal siempre ha sido que los matrimonios hayan permanecido fieles hasta la muerte durante generaciones y no particularmente desgraciados como afirman los anticristos del divorcio con sus engaños, sino más bien justo lo contrario, más felices y más normales, sanos y sensatos. Así han sido nuestros padres, abuelos, bisabuelos… gracias infinitas a Dios, porque el matrimonio, la soltería o la consagración, no eximen de llevar la cruz a cuestas. Pero resulta que ha llegado el «mundo moderno y progresista y democrático», es decir, el mundo de los anticristos ateos, y desafiando a Dios mismo, han legislado a favor del divorcio. Aquí en España, concretamente, el partido de centro derecha UCD de Adolfo Suárez, el que yace enterrado en la catedral de Ávila, aprobó, desafiando a Dios Todopoderoso mismo, el divorcio en 1981 alegando que todo el mundo tenía divorcio y que España no podía «ser menos», pues era una democracia y había que equipararse a las demás democracias (USA record de puñaladas a Cristo con su divorcio protestante a granel). Toda una declaración de guerra a Dios como las incontables que vendrían desde 1976 en adelante y siguen produciéndose cada día más. Se ha llegado al extremo de declarar el divorcio como un «derecho», nada menos. Y el público lo ha aceptado, en todas las naciones del mundo (menos Filipinas si no me equivoco), desoyendo a Cristo mismo.

¿Es idiocia, locura o MALDAD deliberada y consciente?
La indisolubilidad matrimonial es conocida por la inmensa mayoría (y atacada como si los que defienden el divorcio supieran más que Aquel por el que se cuenta el Año de Gracia en el que vivimos), luego no cabe atribuir desconocimiento ni engaño, como Eva y Adán alegaron ante Dios que ya les había prevenido. Tampoco idiocia o locura, pues quien se divorcia no parece haber padecido idiocia o locura, inhabilitantes para contraer matrimonio. Y si es sobrevenida, es poco probable que el afectado se divorcie, pues la idiocia no exime al afectado de seguir amando a su cónyuge. Más bien el divorcio es propio de personas que usan al otro u otra como objeto de su placer o utilidad personal, como se utiliza un automóvil o un electrodoméstico.

¿Por qué el divorcio? Pues porque se quiere hacer prevalecer la voluntad individual egoísta y narcisista desorejada sobre la de Dios, el hombre se ha encumbrado y quiere ser él mismo «dios» y legislar el bien y el mal, y según el hombre el divorcio es el «bien» y la indisolubilidad un «mal» retrógrado, carcamal y cavernícola fascista reaccionario. A ese grado de maldad diabólica se ha llegado por el rechazo a Dios citado. Lo malo es que nadie cree seriamente que el divorcio sea un «derecho», que el mal y la destrucción de una unión sagrada y de una familia sea un «bien», salvo el demonio y sus vástagos, que se gozan con el mal ajeno. Por eso, no hay engaño ni idiocia, ni locura, hay MALDAD, maldad satánica propia de falsos profetas que muchedumbres han consentido con gran mal para quien les siga o de apoyo.
Por eso los adúlteros no heredarán el Reino de Dios (1 Co 6, 9-10) a menos que se arrepientan de su adulterio y cambien inmediatamente de vida, pues la muerte llega como ladrón en la noche (1 Co 6, 11) y las oportunidades de salvación van agotándose como nuestro tiempo terrenal. Y no heredarán el Reino de Dios porque son contumaces en rechazar con soberbia ególatra los mandamientos de Dios que son BUENOS para todos. Y quien rechaza los mandamientos del Señor, rechaza al Señor mismo, condenándose a sí mismo a la separación eterna de Dios o infierno solo querida por el pecador, nunca por Dios mismo. Así de simple.

¿Qué frutos da (ha dado) el divorcio en los cónyuges afectados, en los hijos (menuda destrucción de almas que es el divorcio en los más pequeños, víctimas del salvaje egoísmo del adúltero o adúltera. Por supuesto que escandalo de menores), en las familias de ambos, en la sociedad en general?
Una persona adúltera, que no es capaz de ser fiel en la relación humana que más importa, la que más sinceridad y madurez requiere, en la unión sagrada de hombre y mujer querida y deseada por Dios mismo desde la Creación, ¿qué fiabilidad tiene para buscar el bien de la humanidad, de su nación, de su ciudad, de sus vecinos, de su empresa o negocio? Ninguna. Si es capaz de ser infiel en el matrimonio, nada bueno se puede esperar de esa persona, nada de honestidad, nada de trabajo bien hecho, nada de vocación de servicio, nada de honradez, nada de profesionalidad, nada bueno y sí todo egoísmo, engaño, fraude, daño al prójimo y todo tipo de males. Una hombre que engaña a su mujer o una mujer que engaña a su marido no es capaz de amar a nadie, vive utilizando a los otros a su propia conveniencia. Y si encima son soberbios desorejados y pretenden autojustificar su conducta a base de «derechos humanos» (engaños satánicos), que Dios proteja a quien tiene que tratar con ellos, por mucho bien a vista de los demás que se esfuerce en llevar a cabo cual fariseo a son de trompeta. Ojo, siempre y cuando no se arrepienta de su adulterio y actúe con penitencia adecuada pidiendo perdón a Dios que no deja de amarles hasta el fin de sus vidas (anulando su divorcio y no volviéndose a casar o unirse a ninguna otra persona jamás salvo a aquella con la que se casó por la Iglesia previa reconciliación sincera y perdón. Más vale salvar el alma que la vida presente, aunque pocos lo constatarán antes de que sea demasiado tarde).

Simplemente, cójase un lápiz y un folio (o varios) y trátese de meditar y analizar el daño que el divorcio y el adulterio (unión ilegítima según Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero) han hecho a los que lo han vivido, a los que lo han padecido (niños y niñas, familias, familias políticas, amigos, conocidos,…), a las naciones, a las generaciones que sucedieron a los adúlteros, a los matrimonios santos que se dejaron de formar por el adulterio previo de uno o de los dos miembros,….
Si el mundo supiese tan siquiera la milésima parte del mal que acarrea el adulterio, no habría ni un solo adúltero o adúltera sobre la faz de la tierra con total y rotunda seguridad. Y lo que lo son actualmente, arrancarían de cuajo su soberbia y no pararían de llorar su pecado, de arrepentirse, de acudir a Dios para pedirle perdón y penitencia para reparar el mal causado. Por eso la importancia de la humildad, sí. Desgraciadamente la humanidad se dará cuenta ya tarde, cuando ya no tenga remedio el mal causado. Luego vendrá el llanto y el rechinar de dientes, luego, no ahora, cuando debiera. Y esto solo el mal del adulterio, que afecta a TODO, incluida la economía, del máximo interés para tantos materialistas ciegos. Para qué hablar de todos los demás pecados…

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