26/06/2024 15:02

Aclaremos algunos puntos hoy tan olvidados por los “europeos”, sea por propia estupidez, sea por imposición de tanto estúpido europeísta.

La que denominamos Unión Europea es, entre otras cosas, o principalmente, un auténtico fraude, lo cual, claro, y para que cuele y se sostenga, evitan por todos los medios que se descubra, máxime cuando es una verdad tan embarazosa como evidente. Y es que, desde el punto de vista del derecho constitucional internacional, Europa no existe como tal, pues la Unión Europea (UE) existe sólo gracias a un “pacto entre Estados”.

El Tratado de Maastricht (1993) del que emanó la UE tal y como hoy la conocemos… y sufrimos, es una imposición antidemocrática –concepto del que tantos alardean constantemente y de lo que carecen–, que cercenó nuestra identidad, impuesta mediante un simple y vulgar acuerdo intergubernamental entre Estados.

Conscientes de tal hecho antidemocrático, y temerosos de que el vulgo se diera cuenta y se lanzara a las calles en toda Europa, y más temerosos aún de perder los múltiples beneficios y prebendas de los infinitos chiringuitos que forman el inmenso entramado burocrático-administrativo de la UE, los políticos y funcionarios de todo nivel, comenzando por los de mayor rango, claro, intentaron engañarnos redactando el proyecto de la que denominaron pomposamente “Constitución Europea”.

Dicho texto fue elaborado por “comisiones” de burócratas sin la obligada apertura de un “proceso constituyente” y sin ninguna base popular, aprobándolo en una conferencia intergubernamental en 2004. Pero tras ello, y cuando fue sometido a votación popular, como en Francia y Holanda en 2005, fue directamente rechazado por una amplia mayoría. Ante tamaño fracaso y ridículo, ante la falta del preceptivo respaldo popular democrático, que por ello efectiva y automáticamente anuló dicha “Constitución Europea”, el proyecto se metió en un cajón para siempre y… pues nada, se reemplazó por un tratado también intergubernamental internacional llamado Tratado de Lisboa (2007). Una maniobra propia de trileros de baja estofa e impostores.

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Así pues, desde un punto de vista estrictamente jurídico dicho Tratado no es una Constitución, sino un mero acuerdo entre gobiernos. También hay que remarcar que carece de la consistencia democrática necesaria, más aún cuando ni siquiera nunca lo han sometido a aprobación popular.

La consecuencia de todo ello es que el pomposo Parlamento Europeo que se elige de nuevo ahora, y como todos los anteriores, no será, en realidad, un Parlamento; además carece del poder de proponer leyes y aprobarlas –característica esencial de todo Parlamento–, ya que tal poder está enteramente en manos de un grupito denominado “Comisión Europea”.

Pero es que la cosa es aún más grave al tiempo que más falsa, magnificando la impostura de la actual UE, toda vez que es imposible una Constitución Europea por el simple hecho de que no existe un “pueblo europeo” real, con una única y sola idiosincrasia e historia y sin ese pueblo toda pretendida Constitución Europea carece de la base que lo debe sustentar. Por lo tanto, la Unión Europea no tiene legitimidad, de forma que una entidad política sin una Constitución legítima no puede expresar la voluntad política de los pueblos europeos que no son uno, repito, sino muchos y muy distintos.

Y para colmar el vaso de la falsedad y la impostura, hay que dejar constancia de que la aparente unidad europea sólo se hace efectiva cuando se somete, cual vasallo fiel y obediente, a los mandatos de los Estados Unidos –potencia aún ocupante militarmente de nuestros suelos-, sea directamente o mediante la OTAN, llegando incluso la sumisión hasta implicarnos en guerras por esos mundos -y ahora en la propia casa- con el añadido de que no sólo ni nos van ni nos vienen, sino que son contrarias a nuestros intereses, sufriendo sus consecuencias en nuestras carnes y economías en beneficio de la de los EEUU, claro; guerras que, para colmo, tampoco jamás han sido pasadas por el tamiz de la voluntad popular, sino que como en el caso de la UE se deciden mediante acuerdos gubernamentales, en este caso militares, entre los Estados.

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Ante lo dicho y ante los cada día más evidentes resultados perjudiciales de tamaña falsedad e impostura, hay que reivindicar la verdadera idea de Europa que no es otra que la Europa de las naciones soberanas, independientes, libres de elegir por sí mismas su destino, respetuosas con las decisiones de las demás, sin injerirse en sus respectivos asuntos internos, colaborando en los intereses comunes y solucionando de buena fe los que sean contrapuestos, afianzando la convivencia y buena vecindad entre todas ellas.

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