En este 2024 que estamos iniciando, es muy difícil ser optimista sobre el futuro de la problemática relacionada con el Calentamiento Global y el Cambio Climático. La campaña de desinformación a la que nos vemos sometidos sobre estos temas es permanente, continua e ininterrumpida y dura todo el año, aunque suele tener dos momentos especialmente intensos. El primero de ellos coincide con la llegada de los calores estivales, para hacernos creer que el Planeta se está achicharrando. El segundo coincide con las fechas próximas a la celebración de la Cumbre del Clima, cuando de forma sorprendentemente sincrónica (o quizás no tanto), aparecen en la prensa multitud de noticias alarmistas relacionadas con el aumento de las temperaturas planetarias.
La Cumbre de este año ha coincidido con una ola de frío, con temperaturas que no se registraban desde hace un siglo en el norte de Europa, o incluso que han batido récords (Groenlandia), pero ese pequeño detalle no ha afectado a la doctrina del calentamiento. Sospechosamente, cuando se nos informa sobre esta ola de frío, nunca se menciona al Cambio Climático, y durante el desarrollo de la Cumbre, estos frígidos récords han pasado prácticamente desapercibidos, predominando las informaciones apocalípticas sobre los inminentes peligros que acechan al Planeta por su calentamiento. La reunión se ha desarrollado con las diferencias habituales entre los participantes, solicitando de forma utópica a los países emergentes y superpoblados que ralenticen su desarrollo abandonando los combustibles fósiles y al mismo tiempo, solicitando a los países industrializados, como contaminadores supuestamente causantes del Calentamiento Global, elevadas indemnizaciones para compensar los devastadores efectos del Cambio Climático en los países menos desarrollados. Mientras estos últimos (dice el refrán que quien no llora, no mama) aprovechan la ocasión para aumentar el volumen de subvenciones a fondo perdido y rellenar sus cajas, siempre con problemas de liquidez.
Las escuálidas conclusiones finales, los acuerdos alcanzados, como siempre, no han dejado satisfecho a nadie. A pesar de los intentos realizados, no ha sido posible mencionar explícitamente en el acuerdo final la eliminación gradual de los combustibles fósiles, y la obligación ha quedado en un ruego a todas las naciones para que abandonen su utilización. Y eso es algo que, de momento, y menos esos países poco desarrollados, no puede permitirse. Así lo demuestra la tozuda realidad, ya que el consumo del carbón, del gas y del petróleo aumenta sin cesar. Y por otra parte, mientras tanto, crece también el rechazo, por parte de productores y usuarios, de los vehículos eléctricos, dado su elevado precio y escasas prestaciones.
Por eso, teniendo en cuenta cómo se ha desarrollado la Cumbre Climática del 2023, la COP28, y cuáles han sido las conclusiones alcanzadas, no queda más remedio que ser muy pesimista. Pero que no se engañe el lector, el pesimismo y el temor no se centran en el futuro de nuestro querido Planeta, sino en las perspectivas que acechan a la Humanidad, y no precisamente por el Cambio Climático. Durante la COP28 se han mantenido intactos los especulativos cálculos que establecen como devastadoras las consecuencias que llegarían al superarse el umbral de calentamiento de 1.5 °C, establecido por el Acuerdo de París. Durante los debates, se ha ignorado una vez más la información existente sobre la evolución de la temperatura registrada a lo largo de los últimos milenios, según la cual, en los próximos años o décadas, deberá iniciarse un descenso de temperatura hacia un nuevo periodo frío. También se han ignorado los datos recopilados por la publicados por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), indicando que el aumento de la temperatura media del Planeta muestra una esperanzadora estabilización, a pesar del constante aumento en el uso de combustibles fósiles.
También se ha hecho caso omiso, como si no existiesen, de las manifestaciones públicas realizadas por miles de científicos (entre ellos varios premios Nobel), negando explícitamente la correlación entre el Calentamiento Global y las emisiones antrópicas por uso de combustibles fósiles. Tampoco se ha hecho caso de las evidencias que indican que es la elevación de la temperatura quien precede al aumento de CO2 en la atmósfera, y no al revés, como han demostrado los estudios de los testigos de hielo en Groenlandia y Antártida. Y por último, tampoco ha sido considerado que todas las predicciones realizadas hasta la fecha por los modelos climáticos, han fracasado estrepitosamente.
Aunque al menos, ha sido todo un alivio que este año nos hayamos librado de montajes publicitarios histriónicos como los que en 2019 protagonizó Greta Thunberg, al pronunciar su bochornoso discurso en la sede de Naciones Unidas, y cruzar después el Atlántico en un barco de vela para asistir a la Cumbre del Clima de Madrid, mientras la numerosa tripulación de la embarcación regresaba a casa en avión. Precisamente en estas fechas se ha cumplido el plazo que ella misma profetizó en 2018, sobre la base de su inexistente formación científica, cuando afirmó que la humanidad se extinguiría si el Cambio Climático no se estabilizaba en 2023 y se dejaban de utilizar combustibles fósiles.
Considerando las enormes dudas que, entre la comunidad científica, suscitan las tesis oficiales sobre el Cambio Climático, llama la atención el empecinamiento y el inmovilismo con el que, año tras año, las sucesivas cumbres climáticas abordan sus objetivos, y es inevitable preguntarse por qué se ignoran las evidencias geológicas que contradicen dichas predicciones. El núcleo de los acuerdos alcanzados en las cumbres climáticas gira siempre alrededor de un objetivo primordial: limitar el Calentamiento Global a 1,5ºC por encima de la temperatura media del Planeta antes del inicio de la época industrial. Pero, ¿quién, cómo y sobre la base de qué criterios científicos ha establecido ese umbral como valor límite, como punto límite de no retorno? Existen datos fehacientes indicando que a lo largo de la historia de la Tierra se han registrado valores muy superiores a los presentes (hasta 9º – 10ºC por encima de las temperaturas medias actuales), sin intervención humana y sin que se haya registrado ninguna catástrofe climática. ¿Por qué debe asustarnos un aumento de grado y medio, insignificante en comparación con otros ascensos térmicos registrados en tiempos pasados?
Esto no implica en ningún caso que se puedan quemar combustibles fósiles sin límite, ni que no sea necesario reducir las emisiones de CO2, especialmente en las grandes urbes y áreas industriales, para que se pueda respirar mejor. Pero las modificaciones a inducir en los hábitos humanos, deberían razonarse y estimularse sobre la lógica de los conocimientos existentes, sin las premuras y urgencias impuestas por profecías climáticas exageradas y falsas.
Se nos informa con frecuencia y con mucha inquietud, como signo del deterioro climático, sobre la progresiva desaparición de los hielos glaciares. Pero, al calificar como dramática y trágica esa desaparición, ¿se está teniendo en cuenta la historia planetaria? Porque en la actualidad, a pesar del calentamiento con que nos están atemorizando, estamos atravesando un periodo relativamente frío. De hecho, tenemos dos polos helados, uno al Norte y otro al Sur del globo terráqueo. Y esta situación representa un hecho excepcional, ya que a lo largo de la mayor parte de la Historia de la Tierra, los polos han estado libres de hielo. Lo que desde la perspectiva humana nos parece “normal”, es decir que existan dos polos cubiertos de hielo, es en realidad una situación excepcional, que ha ocurrido sólo durante un 10 % de los 3.800 millones de años que tiene nuestra atmósfera. Es decir, que si la temperatura asciende y los casquetes helados se funden, no puede decirse que el Planeta esté afrontando una crisis, sino que está volviendo a la normalidad climática.
Evidentemente, la fusión de los hielos y el ascenso del nivel del mar es muy problemática para las poblaciones costeras. Pero esa evolución forma parte de la dinámica de nuestro Planeta y debemos asumirla como parte de su naturaleza, el nivel del mar nunca ha sido estable. Es decir, con la misma actitud que adoptamos hacia otros procesos naturales como los terremotos o las erupciones volcánicas, fenómenos sobre los que podemos predecir el nivel de riesgo. Y, aunque no sepamos exactamente cuándo se producirán y con qué intensidad, sí que podemos tomar las medidas preventivas adecuadas para cuando hagan acto de presencia. Por eso, ante el ascenso del nivel del mar, lo más inteligente sería ir adaptando nuestro hábitat a los cambios que se avecinan, planificando adecuadamente el uso del suelo en la proximidad de la línea de costa. Con la misma mentalidad con la que preparamos nuestra casa o nuestras ropas cuando vemos que se acerca el invierno, haciendo acopio de leña y preparando ropa de abrigo, sabiendo que no podemos hacer nada por evitar su llegada. Sin pausa, con visión de futuro, pero también sin las prisas con que nos azuzan unos modelos climáticos basados en premisas insuficientes.
Cabe preguntarse también por qué la ingente producción científica sobre el cambio climático, ignora de forma sistemática estas evidencias a la hora de formular sus conclusiones. A este respecto, es muy interesante la información aportada por Javier Vinós en su reciente libro Resolviendo el Puzzle Climático, donde ilustra sobre cómo desde 1988, la decisión de la ONU de respaldar al IPCC ha dado lugar a una de las explosiones más espectaculares en la investigación científica. En efecto, como se aprecia en la gráfica adjunta, el número de artículos publicados sobre Cambio Climático (línea roja) ha pasado de un número insignificante hasta casi 4.000 al año (la mayor parte de las cuales ignoran totalmente la historia geológica del Planeta), y sigue creciendo. Además, debe tenerse en cuenta que se trata de un crecimiento específico y exclusivo para investigaciones climáticas, que no puede interpretarse como consecuencia del crecimiento general de la investigación para todas las disciplinas científicas.
Así lo demuestra la línea azul, que representa la evolución en términos porcentuales respecto al conjunto de publicaciones científicas de todas las especialidades. Es también muy relevante que ambas gráficas muestran un marcado punto de inflexión al inicio del segundo milenio, sincrónicamente con la elaboración del Plan de Objetivos de Desarrollo del Milenio elaborado por la ONU y precursor de la Agenda 2030.
Pero además, como es bien sabido, para que se pueda realizar una publicación, es imprescindible desarrollar previamente una investigación, para lo cual son necesarios recursos económicos, que en la mayor parte de los casos provienen de fondos públicos. Es decir que los promotores de la hipótesis del origen antrópico del cambio global son quienes están subvencionando la mayor parte de las investigaciones sobre esa problemática. Y como dice un chascarrillo socarrón que ha circulado recientemente por las redes sociales, un estudio científico demuestra que el resultado de un estudio científico depende completamente de la procedencia de su financiamiento.
Esta afirmación no puede ser tomada a broma, si tenemos en cuenta las declaraciones realizadas por prestigiosos científicos que han denunciado públicamente las presiones existentes para que no se publiquen en las revistas científicas más importantes aquellos artículos cuyo contenido se oponga al origen antrópico del Calentamiento Global. Este tipo de presiones producen una inevitable reticencia o temor a contradecir públicamente las tesis oficiales, un recelo que se puede detectar con frecuencia en las conclusiones de algunas investigaciones, o en las informaciones que de ellas se publican, tendentes a sesgar o silenciar algunas consecuencias obvias a partir de los datos expuestos. Existen multitud de ejemplos en los que a partir de los datos publicados (como por ejemplo sobre la evolución del nivel del mar en la costa mediterránea o sobre hallazgos de objetos dejados al descubierto por los hielos al retroceder), se deduce que hace algunos milenios el clima fue más cálido que el actual, el nivel del mar subía más rápidamente que ahora y llegó a estar más alto. Sin embargo, dichas conclusiones nunca son explícitamente mencionadas, evitando pisar charcos y terrenos pantanosos.
En la misma línea, tampoco deben olvidarse las presiones y filtros introducidos en la redes sociales para que, de forma discreta, callada y silenciosa, pero con una enorme incidencia social, millones de personas de todo el mundo se vean sometidas a una información sesgada sobre el cambio climático.
Volviendo a lo mencionado al inicio, es muy difícil ser optimista sobre las perspectivas que acechan a la Humanidad para las próximas décadas. Pero la sensación de desesperanza no está relacionada con el Calentamiento Global, ya que del mismo modo que lo ha venido haciendo desde hace miles de millones de años, la evolución del clima planetario continuará regida por factores cósmicos que, al menos de momento, no pueden ser controlados por el ser humano. Lo verdaderamente preocupante no debiera ser el aumento de las temperaturas, sino el direccionamiento de las opiniones hacia un pensamiento único, diseñado por una confluencia de intereses ideológicos, políticos y económicos, totalmente contrapuestos a las evidencias científicas mencionadas.
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