07/10/2024 14:42

La India sagrada, fuente de espiritualización durante décadas, ha desaparecido.

No se escandalice. India no es, sin duda, lo que el lector imagina. Únicamente que al visitar India se frustra la imagen preformada que tiene sobre India que, por cierto, se ha originado por el concurso de los medios de comunicación e información.

¿Y eso? Es el viejo método de comparación el que opera. Porque se dedican a crear un duplicado degradado de sociedad (India) para hacer más portentosa, agradable y atractiva la sociedad (occidental) en que se vive. Nada más.

En cualquier ciudad de India encuentras lo mismo: móviles y desacralización, coches y pícnicos. Aun queda algún rastro de esa India tópica: alguna zona concreta repleta de personas viviendo en la calle (son trabajadores que les trae más a cuenta quedarse en ese punto de la ciudad que retornar a sus viviendas) y las vacas. Choca con nuestra mentalidad, nuestros prejuicios. Pero eso es completamente intrascendente al análisis y para comprender una sociedad que está en las antípodas de nuestras sensibilidades ‘occidentales’.

No hay pobreza porque su definición (eso de vivir con menos de 1,9 dólares al día) no es más que una definición interesada de la academia occidente y no tiene proyección universal (no sé cómo aplicar esa definición a los habitantes del Kalahari, de la selva amazónica o del ártico que desconocían, hasta hace poco, el dinero).

Pero lo prodigioso de India es que parece seguir la senda de occidente y que, dentro de tal vez 30 años, cuando no antes, estará a nivel de las naciones occidentales de segunda: Grecia, Portugal, España, Rumanía, etcétera. Pero con diferencias importantes. En occidente la demografía ha alcanzado sus límites más bajos de procreación y los muertos se imponen a un ritmo perturbador. Más tanatorios que guarderías.

India, por el contrario, dispone todavía de una potencia demográfica en trance de alcanzar la fase denominada ‘transición demográfica’. Y a nadie se le oculta que su actual población (1.428.000.000 habitantes), siendo la mayor del mundo, goza de una excelente calidad (joven, cualificada, proactiva, no intoxicada, ilusionada …). Su potencia no es solo demográfica, sino que destaca por su sutil capacidad de refutar los postulados de Malthus: con la misma capacidad de recursos del territorio indio, la población aumenta y aún no ha llegado a su máximo. Al fin y al cabo, se trata de una teoría occidental de la población del siglo XVIII que resurge en el siglo XX para justificar un activismo elitista que anhela reducir la población occidental.

La industria ha hecho su función en el comportamiento del movimiento de las curvas de población, pero, sobro todo, el acelerante ha sido la introducción de India de los parámetros embrionarios del universo del orden digital. (Casi) todos tienen un móvil y conexión, (casi) todos tienen TV con cable, (casi) todos tienen PCs pero, del mismo modo, (casi) todos disponen de vehículo a motor, todos tienen vivienda y todos comen (lo que ya no se plantea como un problema) …

El proyecto de India, pues, no consiste en conquistar a sus vecinos (algunos de ellos musulmanes muy violentos) sino convertirse en el centro de la producción y de consumo del mundo, con el permiso y aquiescencia de China y el resto de los BRICs.

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El modelo de producción occidental sigue fielmente el reflejo de su modelo demográfico: no es posible incrementar ni bienes ni personas. Punto muerto de la civilización.

En occidente todo se encuentra en retroceso y toda su energía se destina a no hundirse más hacia el abismo, su estrategia aspira a mantenerse en el mismo nivel de equilibrio perfecto, en un modelo de estricta reproducción.

En India, por el contrario, su modelo económico (que conjuga la cohabitación del tradicional, del capitalista en sus distintas formas y el tecnológico de vanguardia) asciende como sus resultados demográficos: más bienes, más servicios y más personas.

Mientras tanto Occidente procura mantenerse y conservar sus tasas de crecimiento paupérrimo, modelo centrípeto, es decir estar en ese límite que parece infranqueable que no es posible superar y que actúa como una seducción maldita para no caer en el ciclo de la reversión civilizatoria. En India, por el contrario, prospera y aspira a crecer sin un límite determinado, modelo centrífugo, desbordando todos los datos estadísticos y derogando todo modelo de explicación “racional” (que por definición es occidental).

Ya no es suficiente con que cada indio tenga un Tata (ese coche utilitario de 1.600 € por unidad y con aire acondicionado de hace 15 o 20 años), que disponga de vivienda o que realice una actividad para obtener ingresos. El impacto es la magnitud de las cifras y el volumen de los bienes: más de 50 millones de vehículos, cientos de millones de móviles, millones de nuevas viviendas … todo es desproporcionado para una mentalidad occidental.

Pero la cuestión hay que verla desde la perspectiva futura de lo que queda por hacer. Europa, por ejemplo, está concluida, es un modelo cerrado. Ya no es posible construir más viviendas, tener más coches, criar hijos o conjugar el grado de insatisfacción profunda de la población con una ilusión que remueva el hastío y el ensombrecimiento. India es todo lo contrario. Un modelo abierto con múltiples singularidades. Es la imagen perfecta del proyecto de la abundancia material (de ahí el brutal retroceso de todo lo espiritual), puesto que todo está pendiente de alcanzar sus objetivos y tensionado en pro de su realización: ese sería el modelo que inspira a la población india en este siglo XXI: más de todo, de cualquier cosa, pero sobre todo menos occidente. Esa mentalidad es la que rige en Asia y es la que tenemos que asumir.

Todo eso produce perplejidad y paralización cuando un occidental va a India: es imposible trabajar con esos parámetros, los ‘grandes números’, volúmenes desconcertantes, justo todo lo que impide cualquier cálculo ‘racional’ occidental. No tienen filosofía griega ni materialista. No son monoteístas (salvo los musulmanes que parecen siempre estar conspirando) y gozan de un panteón bien repleto de deidades de las más diversas. No tienen ciencia de la sexualidad sino ars erotica. Adolecen de una individualidad exacerbada, personalidades ‘sin psicología’ pero que proyectan sus anhelos en la familia y en la colectividad.

Todo está saturado y la concentración es máxima. Las carreteras truenan con cláxones incesantes; las ciudades son espectáculos con gente y animales que pululan por doquier desbordando todos los límites; los olores son profundos y perturbadores… todo tu concepto de orden y profilaxis urbana se viene al suelo. Y, lo que más sorprende, la simulación de la servidumbre de cada indio es constante: te sirven siempre con una sonrisa en los labios … pero, si estás atento, te están mandando a la mierda.

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India, a diferencia de otras naciones, produce su propia sostenibilidad con lo que tiene y lo poco que importa. Aspira, pues, a permanecer como una potencia demográfica excepcional y aprovecharla como recurso biótico fundamental, lo que le permite exportar población a todo el mundo desde Europa, a Oriente Medio y hacia América obteniendo importantes remesas de divisas.

Sin embargo, India, como China, no son más que el resultado de un producto analógico en fase de conclusión. Su introducción en el universo digital, para el que están perfectamente preparadas, les conducirán a una desaceleración de la población (menores tasas de natalidad) y, en ese momento, se convertirán en sociedades digitales singulares e interdependiente de los países de su entorno (occidente está ausente en este juego).

En Asia media, central y oriental se está produciendo la nueva vertebración del mundo y el anclaje de las nuevas potencias. Poco o nada pueden aportar los occidentales a esas transmutaciones que discurren aceleradas y en paralelo a la pérdida de energía de occidente. Tal vez aporten la guerra, un conflicto militar aquí y allá, un intento vano de controlar lo imposible.

Aquí, como es normal, esa singular transición hacia lo digital entra en conflicto con el modelo digital que tiene su origen en occidente. Porque el de occidente no es el único modelo en competición ni el mejor.

El problema de occidente es que carece de una población relevante que pueda servir de soporte a los retos que impone una nueva economía inmaterial, un nuevo mundo del trabajo basado en el valor sintético, un nuevo universo de existencia tecnológico. Occidente se ha buscado un nuevo modelo artificial pero no sabe ni implementarlo ni puede salir de su propio discurso (desde el género, el cambio climático, la educación trunca, la automatización, la extinción del trabajo, de los valores analógicos, etcétera).

Es lo que tiene seguir con la misma e idéntica mentalidad ‘revolucionaria’ de empeñarse, desde hace al menos tres siglos, de fraguar y ‘construir mundos artificiales’ (eso fue el liberalismo, el comunismo, etcétera y eso es el feminismo -o el género-, el ecologismo, el pacifismo, la democracia, etcétera).

Coda: Es curioso observar cómo todavía algunos desnortados occidentales buscan afanosos la espiritualidad India, ese manantial sagrado que fue su signo distintivo desde la revolución de la música pop, precisamente cuando ya ha dejado de existir. Todo es un negocio y los indios, sin duda, lo saben desde hace tiempo y no hay mejor cautivo que aquel que conscientemente ya no quiere nada de este mundo material … lo que justifica que lo deje o abandone todo al guía espiritual. ¿No?

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Jose Sierra Pama
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