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Sí, quisiéramos que el silencio hablara lo que calla. O más bien, lo que oculta sin tener que escuchar la consabida coletilla que se hace por el bien común o el bien de la patria. Lo que ocurrió, ocurrió, y no se trata de borrar ni mitificar el pasado. Echar la vista atrás tiene un recorrido que nunca puede ser infinito trayendo muertos permanentemente a las espaldas. Y mucho menos que se nos revele como un dato mayor que no hubo 1.000, sino 1.001 casos de corrupción. Pasemos entonces de lo que venga a contar un espía en sus horas bajas, para hacer caja o puede que atormentado por su conciencia (“La huella que deja el tiempo al pasar. Memorias de tiempos difíciles” Andrés Casinello. Editado por UNED). Lo que ocurrió, ocurrió. Y historia es el recuerdo de los hechos, no la percepción que cada uno tenga de ellos.
Mitigar o borrar el pasado no tiene excusa. Se hicieron las cosas mal, y de modo y manera precipitada. Se concedió marchamo a gentuza, y se abdicó de la dirección y el magisterio. Se fue servil y condescendiente con los malos y asesinos, y duro e implacable con los débiles. Que se sepa.
Se hizo mal, no se rectificó y se ha ido a peor. Se hizo mal, porque se dejó el Estado al mejor postor. No se rectificó en ningún momento la deriva. Y se ha ido a peor, que es lo que hoy comprobamos con un Gobierno a la medida de terroristas e independentistas que rompe las bases de la convivencia.
Con un Estado sin soberanía real para implantar las medidas más convenientes, y a punto de desmembrarse. Hemos llegado hasta donde hemos llegado, y nadie medianamente sensato da un duro por España. Con una Justicia pautada y controlada por el poder político, cuyo relevo acaba de tomar Bruselas. Una invasión extranjera que no podemos permitirnos y que ya es fuente de enormes y graves conflictos sociales. Unas cuentas estatales que se comen los pensionistas y los parados. Una tasa de inflación que está creando bolsas de pobreza como nunca antes se habían conocido. Y unos impuestos que desincentivan el crecimiento económico y detraen la inversión… Me dirán ustedes si el Estado pinta bien.
El diagnóstico real nos lo proporciona otra de nuestras lacras según un estudio al respecto. España es el segundo país de Europa (que es más que la Unión Europea) en trastornos psíquicos o psiquiátricos. Con todo, no parece que el problema quite el sueño a las autoridades ni sea causa de mayor preocupación entre los españoles, más pendientes del paro, con más de 14 % de la población activa, cerca de cinco millones de personas, y de la bajada del turismo, con 1,3 millones de visitantes extranjeros menos. Lo que para algunos es una gozada no haber recibido a este 1,3 de depredadores. Así pues, España es un gran manicomio. Un lugar habitado por personas afectadas por trastornos que necesitarían ser tratados. Que es algo que algunos sabemos desde hace mucho.
La pregunta es inevitable. ¿Aguantará este manicomio más allá de un año? ¿Se alzarán los locos quemando todo lo que encuentre a su paso, y los pasos de salida también? Todo será cuestión de esperar.
¡Cojan sitio que hay pocas plazas!
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