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Como bien es sabido, el ejército aliado que ocupaba Afganistán hasta hace aproximadamente medio año (a mediados del mes de agosto de 2021), tuvo que abandonar el territorio afgano, con el rabo entre las piernas, después de 20 años de fracasos continuados. Por más intentos que realizaron los norteamericanos y europeos allí presentes, de «occidentalizar» Afganistán, implantar un régimen político homologable a las denominadas «democracias liberales» y acabar -supuestamente- con el narcoterrorismo talibán, al final, tras años de aparente ocupación y miles de muertos y un enorme despilfarro de dólares y euros, los ejércitos europeos y norteamericanos allí presentes, abandonaron a su suerte a los afganos, a la vez que regalaban, de manera generosa, a los talibán instalaciones militares, equipamientos y tecnología avanzada… La entrega de Kabul a los narcoterroristas musulmanes se puede afirmar que fue la derrota de la Civilización Greco-Romana-Judeo-Cristiana… 

Con la ignominiosa rendición de los ejércitos occidentales y la entrega del poder a los talibán, los norteamericanos y sus aliados acabaron reconociendo que, nunca tuvieron realmente intención de ayudar a los afganos y mucho menos ‎construir un Estado en Afganistán; y que lo que repitieron los medios de información durante ‎‎20 años era sólo propaganda.‎ Evidentemente, los gobernantes de uno y otro lado del Atlántico han estado engañando a sus compatriotas durante dos décadas y malgastando el dinero de los contribuyentes. Fueron alrededor de 50 países, entre miembros y ‎socios de la OTAN, los que participaron bajo las órdenes de Estados Unidos en la guerra de Afganistán. ‎  

El balance político-militar de esa guerra, que hizo correr ríos de sangre y devoró enormes ‎cantidades de recursos, es catastrófico: cientos de miles de muertos entre la población civil ‎afgana, abatidos durante las operaciones bélicas, así como una cifra incalculable de «muertes ‎indirectas» provocadas por la pobreza y las enfermedades favorecidas por la guerra. ‎ 

Como muestra, téngase en cuenta que, sólo Estados Unidos gastó, según el New York Times, más de 2.500 millardos de dólares (un millardo son mil millones). 

Supuestamente para entrenar y armar a los 300.000 soldados del ejército ‎gubernamental afgano, que se derrumbó en pocos días ante el avance de los talibán, Estados Unidos ‎desembolsó unos 90 000 millones de dólares. Por otro lado, unos 55 000 millones asignados a ‎la «reconstrucción» en gran parte se dilapidaron debido a la ineficacia y la corrupción… 

Lo acontecido en el verano de 2021, demuestra que la coalición occidental que encabezaban los EEUU, no entendió, nunca, nada de la realidad de Afganistán, como le ocurrió décadas atrás a la ya desaparecida Unión Soviética. 

Tras esta introducción-digresión, pasemos a la guerra de Ruso-Afgana ocasionada por la Unión Soviética, que es a la que intentaba referirme al preguntar en el título si Ucrania puede convertirse para Rusia en un nuevo Afganistán. 

La Invasión soviética de Afganistán, también conocida como Guerra Afgano-Soviética, fue un conflicto armado que se inició el 26 de diciembre de 1979. 

Afganistán era un país con un sistema político tribal muy conservador en los años ochenta del siglo XX. Hubo una revolución, primero democrática, contra la monarquía dominante que, se convirtió en «república popular comunista» de corte soviético, cuando el partido comunista afgano llegó al poder. Pero el régimen comunista afgano de Babrak Karmal, minado por sus propias contradicciones internas, no pudo vencer a la guerrilla tribal que se rebeló contra su régimen, lo que generó una intervención militar de la Unión Soviética para apoyarlo. 

La guerra civil se estancó durante algunos años, tiempo en que los rebeldes y el gobierno aprovecharon para reorganizarse. Los soviéticos, por su lado, relevaron de sus cargos a Karmal y Mohammed Najibulá y los reemplazaron. Los talibán, financiados y armados por Estados Unidos, acabaron derrotando a los soviéticos. 

La guerra dejó profundas heridas en la sociedad soviética primero y rusa después. 

Fue el último conflicto de la Guerra Fría y tuvo un papel clave en el debilitamiento del sistema comunista soviético. Como resultado, los talibán se apoderaron del país y ganaron finalmente la guerra, pese a la lucha que corrientes menos conservadoras de guerrilleros afganos liderados por Ahmad Masud emprendieron contra ellos.  

La milenaria irreductibilidad afgana y el apoyo internacional a los muyahidines prolongaron nueve años un cruento conflicto que no solo se saldaría con la derrota soviética y precipitaría la caída de la URSS; también propiciaría el ascenso de los talibán y la implantación de un nuevo orden internacional tras el 11-S. 

El día de Navidad de 1979 se produjo una masiva, sorpresiva y sumamente eficiente invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética. El bloque occidental vio esta intervención como un descarado acto de agresión por parte de un Estado totalitario. Esa misma percepción es la que se ha tenido en el mundo occidental con la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Vladimir Putin. 

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Hace cuarenta años los soviéticos, en apenas quince días, a mediados de enero, habían conseguido el control de la totalidad de los principales núcleos urbanos, bases y aeropuertos e instalaciones eléctricas, sin apenas resistencia militar. 

Al parecer, cuando Putin ordenó la invasión de Ucrania, el día 24 de febrero último, esperaba tener el mismo éxito que por entonces, cuando él era miembro del KGB. En aquellos tiempos, el Estado Mayor soviético tomó como modelo de operaciones sus previas intervenciones en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968) (Operación Danubio), sin tener en cuenta que invadían un país mucho mayor, con menor número de soldados, proporcionalmente; tampoco tuvieron en cuenta que Afganistán estaba inmerso en prolongada guerra civil, y no poseía estructuras de Estado, ni buenas comunicaciones, y lo que, era peor: los afganos contaban con una milenaria tradición de resistencia exitosa contra invasores extranjeros. El «modelo checo» para aplastar una insurrección popular urbana y educada iba a acabar demostrándose que no era el más adecuado, y sería un desastroso fracaso en Afganistán. 

La operación militar inicial fue la más amplia hecha por la URSS fuera de sus fronteras, desde la ocupación de Checoslovaquia durante la Primavera de Praga de 1968. Los efectivos totales oscilaron entre 90 000 y unos 118 000 hombres. En comparación, cuando los soviéticos ocuparon en 1968 Checoslovaquia (cinco veces más pequeña que Afganistán) emplearon como mínimo 250 000 soldados del Pacto de Varsovia con 2000 carros de combate, una densidad más de diez veces superior de tropas por km2. 

La mayoría de las tropas enviadas en 1979 eran grandes unidades (divisiones, unos 10 000 hombres) acorazadas, mecanizadas y de artillería pesada, diseñadas para combatir contra la OTAN o China en guerra convencional a gran escala. Pronto se revelaron poco útiles en el contexto geográfico afgano… 

Aunque Estados Unidos con J. Carter, Europa, Israel y otros países condenaron inicialmente y con virulencia la acción soviética, presentada como una invasión masiva (que no fue), la reacción occidental al principio fue lenta y dubitativa, entre otras cosas porque los EEUU estaban embrollados con la famosa «crisis de los rehenes» de la embajada norteamericana en el Irán de los ayatolás. Una intervención militar directa estaba además descartada por los fantasmas, todavía recientes, de Vietnam. Las reacciones inmediatas (boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, o embargos de venta de grano a la URSS) fueron en realidad insuficientes. 

Como ya había ocurrido en Vietnam con los EEUU, la Unión Soviética, harta de una guerra sin fin, acabó retirando su ejército en un intento de «salvar la cara», sin haber sido vencido militarmente, pero desmoralizado y sin ideas ni capacidad para obtener una victoria decisiva. 

Tanto en la retirada de los EEUU de Vietnam, como en la de la URS de Afganistán se percibió mundialmente que la victoria había sido la del bando en principio más débil. 

Si la Unión Soviética invadió Afganistán con el pretexto de frenar la expansión del fundamentalismo musulmán por las entonces repúblicas soviéticas de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Azerbaiyán, Turkmenistán y Uzbekistán, ahora la Rusia de Putin ha invadido Ucrania, afirmando que era imprescindible para frenar la cada día más creciente capacidad de influencia de los EEUU y sus aliados europeos, y la progresiva integración de las antiguas «democracias populares» del este de Europa en la Unión Europea y en la OTAN, que los gobernantes rusos perciben como una enorme amenaza para la seguridad de su país y su soberanía nacional. 

Pero, en realidad, la OTAN, o sea, los EEUU, no tiene ninguna necesidad de integrar a Ucrania, territorialmente, para amenazar militarmente a Rusia, pues hacerlo instalando misiles en otros países que comparten frontera con Rusia o muy cercanos a Rusia, pero si los dirigentes occidentales pretenden que Ucrania se integre en la OTAN y en la Unión Europea, es con la intención de impedir que el día de mañana Rusia consiga tener una salida al Mar Mediterráneo. 

Evidentemente, Rusia sabe sobradamente cuáles son las intenciones de los EEUU y sus aliados, es por ello que, Putin ha decidido ahora atacar… para impedir que Ucrania acabe formando parte de la Alanza Atlántica, NATO, y llegado el momento, solicite a sus aliados, y reciba apoyo por aquello de la «defensa recíproca». 

Pero… los ucranianos tienen un problema: Putin y sus generales saben que, los mandamases de Bruselas, no consideran a Ucrania como una pieza indispensable en el tablero de ajedrez, y puede permitirse que los Rusos la ataquen, e incluso puede que estén dispuestos a sacrificar Ucrania, como quien sacrifica a un peón… y no concederle ayuda militar. 

Claro que, por otro lado, la guerra de Ucrania es el perfecto pretexto para los generales europeos, para demandar un aumento considerable de los presupuestos destinados a defensa por parte de la Unión Europea, en detrimento de lo que se dedica a «gastos sociales». Los generales europeos, y el lobby europeo del negocio de armamento, se ha de sentir más legitimado para exigir que se destine más dinero para la OTAN, y de paso sueldos más elevados para ellos mismos.  

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Por descontado, a los generales rusos eso no les molesta lo más mínimo, porque ellos tienen, también, el mismo problema con Vladimir Putin… y pueden utilizar el mismo argumento: el del ‘enemigo» del otro lado -OTAN- para solicitar que se aumente el presupuesto dedicado a la defensa. 

Por otro lado, Biden pierde popularidad día tras día y su reelección puede complicarse, es por eso que pretende «agrupar» detrás de él a los EEUU, para lo cual, necesita inventar-crear un «enemigo» exterior. Al mismo tiempo, en Francia, el presidente Enmanuel Macron tiene también problemas antes de las futuras elecciones, e intenta conseguir un poco de «orgullo francés» con su política exterior. 

En Gran Bretaña, Boris Jonnson no sabe cómo encarar los problemas que se suscitaron con el BREXIT y tampoco con la epidemia del covid19, y su mayor deseo es mejorar su popularidad.  

Shultz, en Alemania, ha heredado de Merkel una política pro-rusa relacionada con la dependencia económica del gas suministrado por la Rusia de Putin, por haber tenido la luminosa idea de desmantelar sus centrales nucleares, y no sabe cómo salir de esa ‘trampa». Hay que destacar que Merkel también heredó de Schoeder en el 2006 la misma carga. 

A todos los principales dirigentes de Europa y los EEUU les conviene «hacer ruido» con la guerra de Ucrania, por razones personales …pero, es seguro que ninguno irá más allá en el asunto. Rusia, Ucrania son un pretexto propagandístico perfecto, la excusa perfecta. 

Teniendo en cunta todo lo anterior, sólo cabe concluir que, el unico país que tiene REALMENTE intereses en lo que está sucediendo en Ucrania es RUSIA… si es que Vladimir Putin quiere seguir siendo parte del «tiunvirato» que gobierna el Mundo, junto con los dirigentes de las otras dos grandes potencias mundiales: EEUU y CHINA. 

Si nadie frena los deseos de los EEUU y la Unión Europea de anexar a UCRANIA a la NATO, Rusia se cabará convirtiendo en un «pais EUROPEO más» sin importancia internacional dado que no tendra salida a «aguas turbulentas»… 

Y, ya, para ir finalizando: Ucrania se puede convertir para Rusia en un nuevo Afganistán, pues, el ejército ruso -al igual que el estadounidense- no está preparado para una ocupación y una guerra prolongadas; Putin ha fracasado en su intento de «guerra relámpago», de tomar Ucrania mediante un paseo militar, a medida que la guerra se perpetúe, se alargue, las posibilidades de fracasar se incrementan: el ejército ruso no es ni mucho menos el más profesional del mundo. De hecho, hemos visto cómo decenas de tanques se estorbaban los unos a los otros en su camino a Kiev, cómo los vehículos ni podían avanzar al quedarse sin gasolina y cómo las comunicaciones entre las unidades se realizaban con walkie-talkie de juguete… 

Lamentablemente, todos estos problemas no impiden que Rusia esté causando un daño atroz, aunque sí indican que la invasión -y la posterior ocupación, si es que llega a producirse- puede acabar en un estruendoso fracaso.  

Es seguro que, Rusia no podrá mantener a su ejército en Ucrania durante mucho tiempo. Más pronto que tarde, Putin se verá obligado a retirar sus tropas de Ucrania, como le ocurrió a la URSS en Afganistán en 1989 (y como le ocurrió a la coalición de EEUU y sus aliados hace unos meses). 

La pregunta obligada no es si Rusia se acabará yendo con el rabo entre las piernas, sino cuánto tiempo tardarán en retirarse y cuándo dolor, miseria y destrucción dejará a su paso. 

¡Tiempo al tiempo! 

Autor

Carlos Aurelio Caldito