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Alejandro Nolasco Asensio (Pamplona, 1991) estudió el Bachiller de Humanidades en St. Mary´s Springs High School (Wisconsin, EEUU). Es Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Abogado y Escritor. Socio Fundador de Nolasco & Villarroya Abogados. Publicó su primer libro a los 18 años. Autor de El último perdón de Dios, (Ed.Atlantis, 2010). Después, publica Misogénesis (Ed. Atlantis, 2011)Historia de un psicópata mediocre (Ed. Atlantis, 2012), Invierno Negro(Ed. Círculo Rojo, 2014). Presentador y director del programa Impulso Literario en Iberoamérica TV, de Sentido Literario en Imagine TV, y de Sopa de Letras en Vive TV. Director del Primer Congreso de Jóvenes Escritores Impulsa Literatura en el año 2013. Ex colaborador de Diario de Teruel – con relatos dominicales-, de la revista ENKI y ex redactor de La Gaceta del Grupo Intereconomía. Actualmente estudia el Grado en Filosofía por la UNED.

¿Cómo se le ocurrió la idea de entrevistar a algunos de los últimos veteranos vivos de la División Azul?

Fui plenamente consciente de que el tiempo se acababa; la mayor parte de ellos eran ya centenarios y nonagenarios cuando empecé este trabajo en el año 2016. Y digo eran porque de los cincuenta divisionarios entrevistados en mi libro quedan vivos, a día de hoy, cinco. España es un país complejo; es, con diferencia, de entre los occidentales, el que más desdén muestra por su pasado histórico. La mayoría de las publicaciones que tienen como objeto el estudio de nuestra historia reciente suelen ser textos subvencionados orientados a formar en el lector una conciencia políticamente partidista y sesgada. Las verdades históricas no interesan al poder político si no puede sacar de ellas un rédito electoral. En eso España está a la cabeza; la manipulación cultural desde el poder político es mucho más pronunciada aquí que en el resto de países occidentales. Hagan las lecturas sociales y antropológicas sobre este hecho a quienes les corresponda; yo no soy sociólogo.

Yo quería reunir en un libro los testimonios directos de los últimos protagonistas de un hecho importante en la historia de España. Testimonios a los que no he añadido ni una coma, me he limitado a poner por escrito lo que ellos me han ido contando. Los reconocimientos o las investigaciones en este país siempre se hacen a título póstumo; quizás para que el finado no tenga derecho a réplica o por pura dejadez. Los mejores libros sobre la División Azul y sobre la Segunda Guerra Mundial están saliendo ahora. Este libro me ha costado mucho; han sido más de treinta mil kilómetros recorridos por toda la geografía nacional y decenas de horas de conversaciones grabadas. Localizarlos fue también muy difícil: listados telefónicos, cientos de llamadas, súplicas y peticiones a hermandades de veteranos, etc. Pablo Sagarra y Óscar González me han ayudado mucho.

Se trata de una encomiable iniciativa para salvar una parte importante de la auténtica memoria histórica de los españoles del siglo XX, como es la División Azul, ¿no es así?

Memoria histórica es un oxímoron estúpido. La historia es algo objetivo y la memoria es siempre subjetiva e individual. Lo importante es que los testimonios permanecerán para el futuro cuando ya no queden divisionarios vivos y cuando nosotros, usted y yo, ya no estemos tampoco en este mundo. Puede ser importante para los historiadores, foráneos o nacionales, del futuro. Sé que los testimonios que en mi libro se encuentran son sinceros e históricamente exactos. Y todo ello a pesar de que la memoria, que no la historia, puede no ser totalmente precisa por motivos psicológicos y biológicos.

¿Cómo ha estructurado el libro y qué criterios ha seguido?

Por orden cronológico. Primero aparecen los que salieron alistados en la primera hornada (1941-1942) y luego los que fueron yendo en los distintos batallones de marcha o relevo. Algunos de los veteranos entrevistados sirvieron en la Legión Azul, unidad que sustituyó a la División Azul cuando esta fue retirada del frente y que combatió hasta abril de 1944, y también están los testimonios de tres divisionarios que fueron capturados durante la batalla de Krasny Bor y padecieron reclusión en campos de trabajo soviéticos, gulags, hasta que volvieron a España a bordo del barco Semíramis en el año 1954; sufrieron once largos años de cautiverio.

Estos hombres deben haber explicado historias muy conmovedoras ¿Cuál le ha impresionado más?

Algunos de estos veteranos no les habían hablado en detalle de su experiencia bélica en la División Azul a sus familiares durante toda su vida. Cuando recordaban la muerte de sus compañeros se emocionaban hasta el punto que había que parar la grabación por un cierto tiempo. Tiros en la cabeza, congelaciones, amputaciones, desmembramientos por explosiones; todas las historias de pérdida repentina de compañeros de trincheras son tristes porque en la guerra se generan lazos de amistad muy fuertes entre los combatientes. Estar hablando con un compañero al que le tienes afecto sobre qué haréis cuando volváis a España y verlo al día siguiente hecho literalmente pedazos no debe ser muy agradable, precisamente. Pero sin duda las historias más conmovedoras son las del cautiverio. Emilio Sáinz de Varanda, que padeció los horrores del gulag cuenta que entre los cautivos repetían, mirando al sol, la siguiente frase: “¡Quién fuera rayo de sol para amanecer en España!”.

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También cuenta cómo muchas noches miraba la luna con la esperanza de que su madre la estuviera mirando también, o cómo se imaginaba que aquel pueblecito que veía a través de las alambradas del campo de trabajo era su Santander natal y así, de esa manera, calmar el dolor y la nostalgia que sentía. Todos los excautivos lloraban cuando me contaban que, en 1954 y ya a bordo del barco de Semíramis y pasando cerca de las Islas Baleares, oyeron hablar en español a través de los altavoces. Como cuenta José María Blanco Corredoira en su libro “Añoranza de guerra”, cuando los divisionarios llegaron, por fin, al puerto de Barcelona, “nadie olvidará la imagen de trescientos hombres llorando sobre la cubierta del barco”.

El título de su libro evoca a los últimos de Filipinas. De los divisionarios también se puede decir realmente que fueron los últimos de una estirpe: los últimos soldados españoles con el coraje que siempre caracterizó a nuestros hombres. ¿Cree que, en cierto modo, fueron los últimos soldados españoles de la historia porque ahora el Ejército es algo muy diferente?

Es interesante ver la gran similitud que hay entre los distintos testimonios. Ellos solían decir que parecían todos hijos del mismo padre. Eran voluntarios ideológicamente muy motivados, y esa es la única explicación de que cinco mil españoles pudieran resistir en Krasny Bor, por ejemplo, el empuje de cuarenta mil soldados soviéticos, acompañados de cientos de baterías artilleras enemigas y decenas de tanques, y abortar la operación de Stalin de romper el cerco de Leningrado. Solo un par de décadas antes, en 1921, el Ejército Español había sido humillantemente derrotado en Annual.

Esto se explica porque los divisionarios estaban fuertemente motivados y los de Annual eran, en su mayoría, soldados de reemplazo. Sin abundar en otros factores. Esto lo explica muy bien el historiador Carlos Caballero. El Ejército español actual está también lleno de valientes soldados. Lo que han cambiado son las guerras y sus circunstancias; los hombres que lucharon en la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial lo hicieron en penosísimas condiciones. Luchaban a temperaturas bajísimas y con un equipamiento inadecuado. Se tomaron posiciones a treinta grados bajo cero y con cuarenta grados de fiebre, estaban mal alimentados y mal dormidos.

La atención sanitaria, como se puede imaginar, tampoco era la de hoy. Mención aparte merece el hecho de que había ocasiones en que había que abordar al enemigo a bayoneta calada. El armamento no era tan sumamente destructivo como ahora y eran frecuentes los combates cuerpo a cuerpo. Por todo ello, es más heroico, si cabe, el luchar y cumplir con los objetivos militares propuestos en esas condiciones; teniendo en cuenta, además, que eran voluntarios y que fueron al último confín del mundo a seguir luchando contra el comunismo solo dos años después de haber pasado tres años de guerra civil en sus propias carnes. En cierto modo, sí puede afirmarse que había ciertos tintes románticos en aquellos combatientes. También los hay en los españoles, aunque muy pocos en número, que han ido a luchar contra el Estado Islámico en Siria, por ejemplo.

Hace usted hincapié en la especial sensación que experimentó al entrevistarles y saber que probablemente era la última vez que les veía vivos.

Llegué a contactar por teléfono con un divisionario un lunes para quedar el viernes de esa misma semana y poder hacerle la entrevista. El jueves me llamó su viuda para decirme que acababa de fallecer la noche anterior mientras dormía. Esto me pasó alguna vez más, en similares circunstancias. Con algunos, como con Juan José Sanz Jarque, turolense como yo, llegué a quedar varias veces y trabamos una amistad pero, en la mayoría de los casos, sabía que, al vivir lejos de ellos, esa entrevista sería la última vez que les vería. Así sucedió en la mayoría de las ocasiones. Por tanto, cuando me despedía de ellos, aunque agradecido, tenía yo un nudo amargo en el estómago.

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La España oficial de hoy en día reniega de los divisionarios pero al mismo tiempo no se puede negar que en la España real suscitan una gran fascinación. Se siguen publicando numerosos libros y todo lo relacionado con ellos parece que tiene un “morbo” especial para muchos jóvenes. ¿Por qué cree usted que a pesar de la ingratitud oficial la memoria de la División Azul sigue viva?

No sé qué cosa es la España oficial. No creo que España sea la idea que de ella Pedro Sánchez tiene en la cabeza porque me temo que no tiene ninguna; es un tipo vacío de ideas, de nula formación cultural y resulta, en definitiva, un individuo sumamente siniestro. Los divisionarios no tuvieron tampoco ninguna prebenda o trato de favor en la época de Franco. Los divisionarios que volvieron a España en los últimos batallones de relevo, sobre todo a partir de 1943, no tuvieron ningún recibimiento oficial; se les dejaba en las estaciones vascas después de cruzar la frontera francesa y cada cual se las tenía que apañar para volver a su casa. Churchill presionó paulatinamente a Franco para que fuera reduciendo toda ayuda al Ejército alemán conforme este iba perdiendo la guerra a pesar de ser España país no beligerante.

A Franco le interesaba empezar a congraciarse con los Aliados pues cada vez era más claro que iban a ganar la contienda mundial. El divisionario y legionario azul Fernando Villar cuenta en el libro que cuando llegaron a Madrid él y cuatro más, en 1944, les recibió únicamente una señora en el andén que les preguntó si vendían mantequilla. Durante la época de Franco pasaron sin pena ni gloria y sus condiciones de divisionarios jamás les valieron ningún reconocimiento en el Movimiento más allá de las pensiones y medallas que podían haber recibido como cualquier otro excombatiente de la Guerra Civil; después, en la democracia, también han sido preteridos y olvidados.

La mayor parte de ellos han comenzado a hablar de esto siendo ya muy mayores. El excombatiente José María Blanch cuenta en el libro que al volver de Rusia le dijeron que se dejara de medallas y de batallas, que convenía poner sordina a todo lo que tuviera que ver con la División Azul.

Por el trato tan desagradable que recibieron a su vuelta hay algunos veteranos que se han negado a concederme una entrevista; era un tema del que no querían hablar, no porque se arrepintieran de su pasado, sino porque les causa dolor el saber que dieron su vida a cambio de nada y se les ha tenido siempre en último lugar. Es un tema que entiendo que pueda interesar a la gente joven; cuando uno es joven es como Don Quijote y lo de irte a una guerra a luchar por razones político-románticas es muy atrayente. Luego la realidad en el frente no es nada poética, a decir verdad. Como le dijo un divisionario al investigador mallorquín Juan Negreira “en la trinchera solo hay mierda, sangre y muerte”. La gente de hoy mira a los divisionarios como una especie de bichos raros. Entre los hombres que lucharon en la División Azul había funcionarios del Banco de España que dejaban su oposición recién ganada y se iban a morir a Rusia; eso no se entiende hoy en día y supongo que por eso generará interés este tema.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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